Esta entrada narra algunas vicisitudes ocurridas durante un corto período de tiempo en la vida en el Tercio de Levante -una unidad del Cuerpo de Infantería de Marina- mandado por un Coronel y encuadrado en las llamadas Fuerzas de Defensa y Seguridad que constituían, con el Tercio de Armada, las fuerzas del Cuerpo. Su organización reflejaba el concepto de empleo de sus unidades, de manera que contaba con una Unidad de Guarnición para la protección de las instalaciones de la Zona Marítima y una Unidad de Intervención Rápida (UNIR) como fuerza de reacción. La primera agrupaba a cuatro Compañías: dos destacadas en el Arsenal y en la Estación Naval de La Algameca respectivamente, una tercera que daba los destacamentos de seguridad para otras instalaciones de la Zona Marítima y finalmente una de Policía Naval. La UNIR, por su parte, contaba con una Compañía de Fusiles y otra de Armas. El Tercio además encuadraba a una Compañía de Plana Mayor y Servicios, una de Transporte y la Unidad de Música.
La nueva organización del Tercio contemplaba una Sección de Zapadores en la Compañía de Plana Mayor y Servicios, razón por la cual fui destinado allí, pero de momento la Sección no se iba a activar, por lo que pasé destinado a la Unidad de Intervención Rápida de cuya recién creada Sección Blindada de la Compañía de Armas tomaría el mando, con tres blindados de ruedas PANHARD AML-H60 y tres PANHARD VTT M3, y lo que era más importante: una sección con un Sargento y un Cabo 1º (V), y treinta cabos y soldados.
Los AML, con una tripulación de tres personas, estaban equipados con una torre con un mortero de 60 mm de retrocarga y dos magníficas ametralladoras NF3, además de lanzadores fumígenos. Los VTT M3, eran vehículos de transporte de pelotón y llevaban una ametralladora MG en una escotilla protegida con un escudo. Tenían el mismo motor que los AML, pero por ser de mayor peso y llevar más carga solían quedarse retrasados cuando se incrementaba mucho la velocidad; el motor era de cuatro cilindros horizontales opuestos, refrigerado por aire y con un original cambio de marchas con desembrague magnético y embrague centrífugo. Los VTT llevaban radios americanas AN/VRC46, mejores que las francesas TRVP13A que dotaban a las AML. En esencia, eran vehículos muy sencillos de operar y mantener.
Todas las semanas la UNIR programaba un par de días de campo y un par de campamentos semanales por semestre. Daba gusto ver a la UNIR totalmente motorizada salir del Cuartel con toda su impedimenta, hasta con los archivos; Marte nos sonreía desde el Olimpo. El mando de la UNIR con sus Land-Rover con buenas comunicaciones, los cañones sin retroceso de 106 mm, los morteros de 81 mm, los camiones Pegaso de la Compañía de Fusiles, los de servicios y finalmente, "la joya de la corona": la Sección Blindada. El principal propósito de los ejercicios era familiarizarse con la posible zona de operaciones y verificar el estado de protección de las instalaciones de la Zona Marítima, de manera que Las Estaciones Radio de Guardamar, Torrepacheco y Santa Ana, el Arsenal y la Algameca, así como otras instalaciones menores estaban acostumbradas a la presencia de la UNIR; aparte de esto, la unidad se adiestraba en las tácticas de combate en tierra de la Infantería de Marina.
La UNIR, al mando de un Comandante, era heredera de la Unidad de Desembarco Destacada (UDD) del Tercio de Armada y tenía buena cuna. Tuvo desde sus comienzos buenos Comandantes; facilitaba las cosas el que tenía en abundancia todo lo que necesitaba: munición, combustible, raciones…..etc, y sobre todo lo que tenía eran las ganas de ser una buena unidad y en verdad que lo era. Los ejercicios con fuego real eran espectaculares, de día y de noche, en el que en uno de ellos, el asalto nocturno de toda la unidad fue precedido un largo toque de “ataque” repetido en el silencio de la noche -homenaje a nuestros antepasados del Cuerpo- que enseguida apagaba el rumor de las armas y granadas de mano: nada podría detenernos... ¡estábamos listos!
En una visita a los pañoles del Tercio descubrimos la existencia de cuatro embarcaciones IBS que estaban allí depositadas desde la disolución de la Sección de Zapadores Anfibios del Tercio. Con la ayuda de algunos amigos nos propusimos rehabilitarlas y ponerlas en funcionamiento, lo que finalmente conseguimos, siendo asignadas a la Sección Blindada, de manera que con ella y con los fusileros se podía ofrecer una capacidad más. Posteriormente, las IBS fueron reemplazadas por Zodiac con motor; así que ya se sabe cómo empezó la historia de las unidades de embarcaciones en los Tercios.
Durante las juras de bandera del CEIM la Sección hacía algunas demostraciones bastante espectaculares, que consistían en formaciones de los vehículos, que ejecutadas a gran velocidad, con giros simultáneos y sucesivos, terminaban en línea para permitir el despliegue de los fusileros, quienes disparando fogueo llegaban a una posición de asalto desde la que lanzaban granadas lastradas que caían en una zona donde se habían enterrado cargas explosivas que explotaban manualmente a la caída de las granadas. En fin, que aquella coreografía militar encantaba a las personas que acudían a ver la jura de sus familiares y elevaba el prestigio del Tercio.
El Tercio de Levante usaba varias zonas de ejercicios en la provincia de Murcia, una de ellas era Sierra Espuña, a donde se trasladó la UNIR con sus vehículos para instalarse en el campamento que la OJE allí tenía, para efectuar ejercicios tácticos en la sierra. El regreso se hizo andando con todo el armamento, municiones y equipo para finalizar en Tentegorra con un ejercicio nocturno con fuego real. En esta ocasión los vehículos Panhard estaban en mantenimiento, así que gozamos de las glorias de la infantería: en pié sobre la tierra, fusil en la mano, sintiéndose el amo del mundo. En el itinerario de regreso la Sección Blindada iba en vanguardia, y al ir bastante destacados del grueso paramos a premiarnos con alguna bebida en una pequeña venta en el camino. La ventera confirmó que tenían de todo. Ya apoyado en la barra el Sargento me preguntó algo así como: -Mi Teniente…, a lo que la ventera asombrada dijo: ¡Cómo! ¿qué usted es Teniente? no puede ser y ¿cómo es que leva esa mochila y viene andando desde tan lejos? ¿pero no es usted un Oficial?...No se quedó muy convencida de mis explicaciones.
Aparte de nuestras actividades de adiestramiento teníamos las propias de ser las tropas de marina de la plaza, lo que suponía abundantes honores militares, para los que formábamos una Compañía de honores en la que los Tenientes alternábamos en la función de abanderado. Los tiempos de preparación de la Compañía me permitieron tratar al Director de la Banda y Música del Tercio, un veterano Comandante Músico, del que admiraba el orden y disciplina que mantenía en su unidad, con la que se aplicaba en sacar a la luz antiguas composiciones, preparando otras nuevas o incluyendo innovaciones como introducir un fragmento de la música que acompaña la aparición de Boris Godunov en escena en la ópera de Musorgsky en el tiempo que transcurre desde que termina la música de los honores hasta el momento que el Capitán de la Compañía se presenta ante la autoridad a darle la novedad. Se le veía disfrutar con la música militar, pero me temo que sus desvelos nunca fueron bien valorados, pues en la copa de despedida el día que se retiraba nos decía en sus palabras, con lágrimas en los ojos, que sus desvelos con su unidad nunca fueron reconocidos con una condecoración y que la única que tenía se la habían concedido cuando se le encargó de la policía de los servicios generales del Cuartel; a mí se me caía la cara de vergüenza al presenciar aquel triste lamento.
El momento cumbre para la vida cuartelera del Tercio de Levante se aproximaba a la llegada de la Semana Santa y la preparación del famoso “Piquete” ¡lo máximo para los cartageneros! y con el que el Tercio se jugaba el honor escoltando al paso de San Pedro Californio, que saliendo del Arsenal recorría las calles de Cartagena en la noche del Martes Santo.
El Teniente al que asignaron el mando del piquete se entregó con ganas para preparar una buena unidad, en la que abría marcha el Maestro de Banda del Tercio, todo arte militar y prosopopeya, marcando con la “porra” la cadencia del paso y las entradas de la banda. El día de la procesión la verdad es que daba gusto ver la marcialidad con la que marchaban y los aplausos con que premiaban los cartageneros los sucesivos cambios de hombro de las armas que la tropa ejecutaba marchando.
La seguridad de las instalaciones navales de la Zona Marítima era nuestra principal preocupación; el terrorismo interior estaba activo y el exterior de origen islamista amenazaba el tráfico petrolero que llegaba a la Refinería de Escombreras, en consecuencia, a menudo se organizaban dispositivos especiales de seguridad a los que el Tercio contribuía con un Pelotón para la protección de los muelles de Escombreras y un destacamento para el Centro de Defensas Submarinas de “Trincabotijas”.
Durante uno de mis servicios como Oficial de Guardia Militar se activó uno de estos dispositivos cuyo jefe, excelente profesional y mejor persona, ante la monotonía del servicio degustó algo de mas los caldos de la zona; en consecuencia, a la caída de la tarde, "pintando copas", ya era miembro de honor de la "Parranda de Baco". Al comprobar que las adversas condiciones meteorológicas obligaban a entrar en puerto al patrullero de la Armada que cubría el sector de mar, decidió ir a cumplimentar a su Comandante, como sabiamente previene el ceremonial marítimo: una especie de visita de cámara, y ante su perplejidad le informó de que a la vista de que en la mar no había ninguna unidad “él tomaba el mando de la operación”. Alrededor de las once de la noche se recibió en el Cuartel la orden de retirar el dispositivo, y al comprobar que la unidad se retrasaba mucho en regresar al acuartelamiento, llamé a Trincabotijas, donde estaba la Estación de Defensas Submarinas, informando el Cabo del destacamento que allí tenía el Tercio, que estaban esperando la llegada del Sargento para regresar todos juntos. Mientras decía estas palabras se oía por teléfono el fragor de un denso tiroteo y al preguntarle qué era lo que sucedía, respondió impertérrito que les atacaban, por lo que le ordené que repeliera la agresión e inmediatamente se alertó la reserva. Pasados unos minutos llamé otra vez para preguntarle cómo iban las cosas, a lo que también con gran calma respondió: “ya salimos para ahí”, lo que me dejó perplejo y al preguntarle por los tiros me dijo: - “ah, era el Sargento que llegaba”.
A su regreso al Cuartel el Sargento entró con la mirada extraviada en el cuarto del Oficial de Guardia, sentándose sin más preámbulo e informando, mientras arrastraba sus palabras, que no había habido ninguna novedad y que “a la vista de que el comandante del Patrullero no se atrevía a seguir en la mar, él había tomado el mando de todo el dispositivo”. Al preguntarle por la razón de los tiros, se quedó pensativo, añadiendo sin pestañear: - “¡ah! ¿los tiros?... ya lo pondré en el parte de campaña”. En fin; solo le faltaba mostrar los "spolia opima" de la campaña.
Esto sucedía a las dos de la madrugada, pero alrededor de las siete, penitente y compungido, ya casi sin efluvios de alcohol y con la cara transfigurada se presentó de nuevo con gran alarde de disciplina y ceremonial militar, espantado de su actuación de la noche anterior y consciente de la trascendencia de su actuación, en especial de su decisión de comprobar el grado de alerta del destacamento de Trincabotijas abriendo fuego con su pistola. La consecuencia de sus disparos fue la demostración de que el destacamento estaba alerta, y en consecuencia respondió con el nutrido fuego de fusiles de asalto que yo oí por teléfono; pero no quedó ahí la cosa, pues no solo la Infantería de Marina acudió al fuego -con razón o sin ella- pues la guardia de la Batería de Costa del Ejército de Tierra de las inmediaciones al creer que les atacaban, también abrieron fuego, así como la Patrulla de la Guardia Civil que por allí andaba. Fue milagroso que el incidente se saldara sin bajas. Los “partes de campaña” de todas las “facciones enfrentadas” acabaron en la mesa del flamante y nuevo Capitán General, cuyo Estado Mayor alertó de las marciales medidas disciplinarias que se avecinaban, por lo que mi buen Sargento se debió de pasar un par de días preparando su equipaje para admirar Cartagena desde uno de sus castillos; sin embargo la suerte le acompañó, pues un par de días después el Almirante hizo su primera visita Oficial al Tercio y no quiso empezar su mando despachándolo al Castillo de Galeras, por lo que decidió archivar las actuaciones.
En la Sección Blindada comenzaron a aparecer algunos problemas con los vehículos, lo que ponía de manifiesto que no eran totalmente nuevos, sino de segunda mano del Ejército Francés y rehabilitados. El mantenimiento en el Tercio era bueno, teníamos una buena Sección de Transportes con técnicos bien preparados, pero no contábamos con los suficientes repuestos ni toda la documentación de apoyo. Resultaba a toda luz evidente que aquella compra no estaba bien planeada ni hecha. La avería más grave, que sucedió un par de veces, era la perforación de la cabeza de un pistón, lo que obligó a venir técnicos de PANHARD, quienes al principio nos miraban con cierta desconfianza, hasta que la perforación de la cabeza de un pistón en un VTT, con motor nuevo, conducido en carretera por un técnico de PANHARD vino a confirmar que hacíamos bien las cosas.
Un buen fichaje para la Sección fue un Cabo Especialista con el que me une desde entonces una estrecha amistad. En la época era un adolescente de 17 años, con su moto de pequeña cilindrada y buenas cualidades guerreras y otras juveniles no tan buenas, que hacían sacar de sus casillas al Sargento de la Sección. Mi enlace y operador de radio era un Cabo 2º procedente del reclutamiento obligatorio, un simpático mallorquín, al que gustaba la vida militar, por lo que decidió alistarse como especialista y continuar la carrera militar cómo suboficial. La Sección escogió como mascota a un cachorro de pastor alemán, bautizado “Don”, y que nos acompañaba animando nuestra vida diaria.
Mientras nosotros procurábamos tener una buena unidad -y en verdad que la teníamos- en el sudeste asiático continuaban los conflictos, y aunque parecía que a Camboya llegaba la paz con la toma del poder en Abril del 75 por los Khemeres Rojos de Pol Pot, sucedió todo lo contrario y el mundo durante años no hizo caso a las atrocidades que cometió su régimen en aquel desgraciado país. El nuevo régimen de Camboya desafió a los Estados Unidos al capturar el mercante porta-contenedores de bandera norteamericana “MAYAGÜEZ”, lo que precipitó una operación de rescate el 15 de Mayo del 75, que se saldó por parte de unas poco preparadas fuerzas americanas, con 38 muertos. La retirada de Vietnam y la desmoralización consiguiente estaban entre las razones del fracaso, aunque se liberó el buque. Años después conocí a un Teniente Coronel de Marines, que participó en la operación como controlador aéreo (FAC) y que fue herido cuando su helicóptero CH53 fue derribado por fuego antiaéreo de los “khemeres rojos”.
Mi conocimiento del inglés también me proporcionó la ocasión de ir a Carboneras en Almería, de Oficial de Enlace de las fuerzas del Grupo Anfibio de la VI Flota de los EEUU que allí iban a hacer ejercicios. El continuar los contactos con los “Marines” era muy atractivo y siempre aprendía algo nuevo, trayéndome alguna de sus últimas publicaciones tácticas.
En la UNIR se trabajaba mucho y nos empeñamos en escribir los procedimientos de empleo de la Sección Blindada, para lo que adquirimos varias publicaciones del Ejército sobre las unidades de Caballería y en base a la experiencia y el material con que contábamos, redactamos unos apuntes sobre la organización y empleo de la unidad, de manera que cuando la Comandancia General encargó a la Junta de Reglas de Infantería de Marina la elaboración de un Reglamento de empleo de la Unidad, la aportación del Tercio de Levante fue sustantiva.
En Noviembre de 1975, la debilidad interna española es aprovechada por nuestro vecino marroquí el rey Hassan II, quien organiza la denominada “Marcha Verde” para ocupar el Sahara Español, lo que motiva el embarque del Tercio de Armada y su traslado a Canarias por si tuviera que intervenir. Finalmente el Gobierno cede a la presión marroquí, en evitación de males mayores en el momento ya próximo de la muerte de Franco, y firma con Marruecos los acuerdos de Madrid por los que trasfiere la administración del Sahara a Marruecos y a Mauritania. Finalmente el 20 de Noviembre de aquel año fallece el General Franco, siendo sucedido el 22 de Noviembre por el Príncipe de España, Don Juan Carlos de Borbón, a título de Rey.
Unos días antes de la muerte de Franco, cuando ya se veía como inevitable, fui designado como oficial de una sección de una Compañía de marinería que debería trasladarse a Madrid para rendir honores fúnebres. Durante las tardes de unos diez días ensayamos en el Arsenal los honores fúnebres, hasta que en la madrugada del 20 de Noviembre nos trasladamos a Madrid. Allí en uno de los cuarteles del Ejército en Campamento nos reunimos con otras dos Compañías de marinería que venían de Cádiz y de Ferrol.
Fueron unos días muy interesantes, pues Franco había estado omnipresente en nuestras vidas y a partir de ahora íbamos a ser dueños de nuestros propios destinos, pero no sabíamos cómo iba a ser aquello y había muchos riesgos e incertidumbres.
En nuestra primera noche en Madrid los oficiales fuimos invitados a visitar la capilla ardiente del Caudillo instalada en el Palacio de Oriente. Era algo que difícilmente hubiéramos podido hacer, ya que para acceder a la capilla había que hacer larguísimas colas que se extendían por las calles que llevan a Palacio. Por la puerta de la Armería subimos al Salón de Columnas, donde estaba expuesto el cadáver de Franco, y en donde nos incluyeron en la fila que hasta allí llegaba para rendir el último homenaje a quien desde 1939 regía los destinos de los españoles. El tiempo hace olvidar las cosas, pero las manifestaciones de duelo y la presencia de gente sencilla en la capilla ardiente y en el funeral evidenciaban que Franco contaba con un gran apoyo entre la población, aunque su régimen era impresentable para las sociedades democráticas occidentales.
El día del entierro hacía un frío horrible. Formados delante de Palacio de Oriente, pelados de frío, veíamos caer a nuestro alrededor a componentes de la Guardia de Franco, que formaba a nuestro flanco derecho, así como de otras compañías; sorprendentemente nuestros marineros se portaron bien, a pesar de tener la “bayeta” como todo abrigo, mientras veíamos como el sol iba levantando e iluminando cada vez más abajo las paredes del Palacio Real, esperando que llegara pronto a calentar algo a nuestra Compañía. En medio de la función, en la solitaria acera del Palacio justo enfrente de nosotros, había un barrendero de Madrid, quien agarrado con sus dos manos a la escoba y con su carrillo de basura lloraba a lágrima tendida sin poder resistir la emoción del momento. La vida continuaba para los españoles: el muerto al hoyo, y el vivo al bollo.
El ceremonial previsto contemplaba la marcha a paso lento del cortejo fúnebre escoltado por los cuatro Batallones allí formados desde el Palacio de Oriente hasta el Arco del Triunfo en La Moncloa, pero debido al frío, sobre todo el que pasaban los que esperaban en el Valle de los Caídos, se suspendió el cortejo fúnebre, embarcándose el féretro de Franco en un camión del Ejército, ante el que desfilamos las fuerzas que nos encontrábamos en la Plaza de Oriente.
La agonía a la que su camarilla sometió a Franco, prolongando artificialmente su vida fue algo incalificable; todos éramos conscientes de que aquello se acababa y que aquel pobre anciano moribundo debía haber transferido en vida su responsabilidad al Príncipe, pues no cabía en cabeza humana que se recuperara de sus dolencias. Finalmente, a su muerte, y tras la asunción de la jefatura del Estado por el Rey, Adolfo Suárez fue nombrado Presidente del Gobierno, iniciando inmediatamente movimientos en dirección a la democratización de España, cambiando por medios legales el Régimen desde dentro y estableciendo acuerdos con la oposición.
En Enero de 1976 conseguí vencer mis recelos a dejar el Tercio de Levante, y finalmente decidí solicitar cambio de destino a la Agrupación de Infantería de Marina de Canarias. No fue fácil y me costó mucho, ya que estaba muy a gusto con la magnífica Sección Blindada y su extraordinaria gente, pero pensé que sería una buena experiencia pasar unos meses en las Islas Canarias y conocer otra unidad del Cuerpo.