jueves, 23 de noviembre de 2023

CUANDO LOS CAMARONES DUERMEN TRANQUILOS

 

Sentado en el despacho ferrolano de un viejo amigo letrado, que se decía inmortal, con quien lucí cárdigan y botón de ancla, convenimos que los recuerdos de la infancia hacen inmortales nuestras vidas. El volver a recorrer, ya con paso cansino, los lugares en donde sucedieron, te lleva a un interesante ejercicio de introspección, en el que aparece una secuencia de tu vida en la que muchos de los actores con quienes compartimos aquel escenario están ya de espectadores en la platea de la otra vida, esperando ver desde allí nuestro debut. Esto propicia la aparición de la melancolía: malinconia, ninfa gentile… (suene la música de Bellini).

En las familias alguien debe ocuparse de algunos asuntos comunes, aunque a veces no sean platos de gusto. A Ferrol me llevó la necesidad de poner en orden un nicho familiar de Catabois, en el que reposan los restos de treinta y cuatro familiares de cinco generaciones; los más antiguos, de 1850, trasladados desde el antiguo cementerio de Canido en 1950. 

PUERTO Y RIA DE FERROL DESDE LA CORTINA

Los antiguos viajes a Ferrol desde Madrid eran como ir a Vladivostok en el transiberiano. Mi padre planeaba con mucho detalle los desplazamientos familiares: cestas de mimbre con viáticos y un buen botijo, para que los niños no diéramos la lata. En épocas posteriores, ya haciéndolo solo, el viaje también era como el Orient Express, pero sin lujo. En los andenes, algunas nubes de vapor de la locomotora difuminaban la luz de los faroles. Animaba el viaje el sonido de los martillos golpeando los bujes de las ruedas, las voces que anunciaban las mantecadas al pasar por Astorga, o la voz del jefe de estación anunciando con su silbato, gorra de plato rojo y bandera: “viajeros al tren”.

Nada de eso sucede hoy en día, en que el tren corre por la línea de alta velocidad hasta La Coruña. La salida era las ocho de la mañana; se llega a Santiago a las 11.30, a tiempo para dar un abrazo al Apóstol, tomarte un buen pulpo, un cafelito en el hostal de los Reyes Católicos y vuelta a dormir a tu casa en Madrid: un planazo. A las 13.15 entrábamos en la estación de Ferrol: nada mal.

El regreso a la corte ya fue de harina de otro costal. El tren tenía prevista su salida de Ferrol a las 15.10. Tuve que andar a paso muy vivo para llegar a tiempo al tren, pues Tele-Taxi Ferrol no tenía coches disponibles; los taxistas debían estar de mariscada. En la estación me informaron que había unos problemas técnicos, y en consecuencia, tendría que ir a la Coruña en autobús. Allí tuvimos que esperar media hora a la salida del tren, informándonos que subsistían los problemas técnicos en varias líneas férreas de Galicia. Total, que llegamos a Madrid con tres cuartos de hora de retraso, aunque vivimos la emoción de viajar a 247 km/h, pero eso es mérito de la generación de quienes viajában con botijo.

Mientras hoy escribo, se ha desvelado la naturaleza de los supuestos problemas técnicos. Se trataba de huelgas parciales de los funcionarios de Renfe, que todavía continúan y que van a más, saludando con los honores de ordenanza la llegada a la cartera de transportes del gobierno, del “fenómeno” de Valladolid, quien ayer lucía emocionado en las imágenes de su primer consejo. Sin embargo, la indiscutible estrella fue su colaboradora necesaria en la cartera de trabajo: una lacrimógena señora de la bisbarra ferrolana, vestida de Hopalong Cassidy o de George Armstrong Custer durante la campaña que le llevó a Little Big Horn… que mis dudas tengo, pero ella también muy emocionada. La posmodernidad nos ha traído el triunfo de los sentimientos y el distanciamiento de la realidad. Peor para quienes quieran vivir con los primeros, pues cuando se encuentren con esta última se llevarán un buen golpe: el triunfo del tiempo y el desengaño (suene la música de Händel).

Encontré mejor a Ferrol que cuando lo visité hace cuatro años; hoy, el famoso Racing milita en la 2ª División de la liga de futbol y eso anima al patio a consumir. Si el número de tiendas es un indicador de la vida comercial, podríamos decir que la ciudad está reviviendo, aunque de forma lenta. Al comercio se le ve más activo con nuevas tiendas; la calle Real con sus bajos ya casi todos ocupados con nuevos negocios, aunque en las calles paralelas todavía se aprecian los efectos de la crisis. Afortunadamente la piqueta no se llevó las obras de Rodolfo Hucha, ni la moderna Armada derribó venerables edificios que protegía la muralla del Arsenal. Ahora, derribada ésta parcialmente, se pueden ver desde el exterior algunos muy significativos, como la neoclásica Sala de Armas, de 1759. El Ferrol de la Ilustración sigue vivo.

SALA DE ARMAS DEL ARSENAL

Las palmeras de la plaza de Amboage siguen cimbreándose al viento, viendo jugar a los cativos donde un día nos vieron a nosotros.  Las obras en las calles invaden el barrio de La Magdalena, que confiemos sea para bien; mientras tanto, hay que tener cuidado al descender por la calle San Francisco, haciendo equilibrios en los tablones del suelo para no te trague la tierra en un foso. En conjunto parece un trabajo hecho a conciencia con el soterrado de modernas líneas de servicios y nuevo firme, retirando el incómodo adoquinado.

Se aprecian algunas casas restauradas o en proceso de estarlo, estas últimas con un cartel del programa Rexurbe, que financia la Junta de Galicia para la recuperacción de edificios y de esta forma reactivar los barrios. En este ámbito, esperaba que ya hubieran comenzado las obras de mi antigua casa familiar, tal como había anunciado un periódico, pero de momento no es así. Lo que no me convenció fue el acabado de la Plaza de Armas; poner el firme de tierra me parece algo muy poco original; el agua ya escarba abundantes surcos en la arena, como Cronos en mi faz. Seguro que habría alguna solución más adecuada para renovar el paisaje urbano del siglo XXI.


LA PLAZA DE ARMAS

Un paseo por el centro me llevó al bar “Meirás” en donde con un familiar y viejo compañero de profesión, tomamos unas tapas regadas con un buen Godello. Charlamos de nuestros recuerdos de familia, de nuestra profesión común, la salud, y la evolución del Ferrol de estos años.  La visión de los residentes no es tan optimista como la mía, así que me recomendó que no me fiara del tramo ferroviario hasta La Coruña, pues no es todavía de alta velocidad y tiene muchos problemas: un buen profeta… Un taxista, natural de Lugo, también me dijo que Ferrol era la única ciudad que conocía de la que sus naturales hablaran mal. Yo, nunca.

Una excursión que siempre me gusta hacer es a Doniños, así que allí me encaminé con un viejo compañero de armas que sienta sus reales en Mera. El sol pugnaba por asomar entre las nubes en una mañana fresca pero agradable que nos animó a dar un pequeño paseo por la playa. Encuentro que uno de los parajes más bonitos de Galicia es el tramo de costa limitado por cabo Prioriño, Monteventoso, la laguna, Outeiro, y los islotes Gabeiras. Todo ese paraje puede admirarse desde el antiguo semáforo de Monteventoso: muy recomendable. Una apreciable marejada me recordaba los tiempos de infancia y juventud en los que disfrutábamos de la playa revolcándonos en sus olas, para salir rápidamente a envolvernos en las toallas y no pelachar de frío: inolvidable. Cerramos la excursión dominical disfrutando en Outeiro de la excelente vista del restaurante “Valverde” sentados a una de sus mesas. Un almuerzo regado con un buen Ribeiro, nos hizo volver a Ferrol, notados, cumplidos y socorridos, pero sin poder saludar a mis queridos Maruja y Amadeo, quienes ya nos esperan en la platea.

PLAYA DE DONIÑOS

En resumen: en los tres días transcurridos en Ferrol me he encontrado con una ciudad en proceso de recuperación, con más vida en las calles, nuevos negocios y con otros que han cerrado durante la crisis. Como consecuencia de ella, una cosa ha quedado clara, y es que los camarones pueden dormir tranquilos una temporada, pues entre los restaurantes que han cerrado está “La Jovita”, falsando el viejo proverbio ferrolano de que “Camarón que se duerme, por la noche en La Jovita”.

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