domingo, 1 de mayo de 2022

EL PEREGRINO FRANCÉS

Las aguas del río Aragón bajan crecidas, y mis ánimos lo hacen menguados en esta primavera que luce en España, pero que no ríe, ni parece que lo vaya a hacer; no hay muchos motivos para que lo hiciera. Pocas cosas levantan el ánimo cuando ves la senda decadente que lleva un país dirigido por el peor gobierno que podríamos desear. La traición es la moda, sin escrúpulos ni remordimiento; nunca creímos que llegaríamos a vivir lo que estamos viendo. La lista de agravios a nuestra dignidad es interminable y aumenta cada día. Un país sin dignidad no vale nada en el concierto de las naciones, por lo que es urgente recuperarla.

CASTIELLO DE JACA

     En mi paseo matutino del Día del Trabajo, me senté a descansar en el atrio de la Iglesia de San Miguel Arcángel, en pleno camino de Santiago. La iglesia se levanta en la zona más elevada de Castiello de Jaca sobre la colina que domina el valle del río Aragón y el arroyo Badieto. El templo, románico del siglo XII es de una sola nave con un ábside de planta semicircular cubierto con bóveda de horno, y con un presbiterio de bóveda de cañón. El retablo del altar mayor es una obra barroca de finales del siglo XVII, que preside el Arcangel, adornado con columnas salomónicas en cuyos plintos están representados los padres de la Iglesia Latina. 

      Castiello va creciendo poco a poco, demostrando que es posible repoblar los pueblos del Pirineo aragonés. Hasta aquí hemos venido, año tras año, para disfrutar de las estaciones de esquí del valle y de la hospitalidad de mis cuñados. El campanario de la iglesia nos convoca a los actos de culto, a los que hemos acudido en las frecuentes reuniones familiares. También allí se bautizó mi sobrina, oficiando de madrina mi paciente y bella esposa. 

 En el atrio de la iglesia me encontré con un matrimonio francés que recorría el camino de Santiago. Tampoco sus ánimos iban crecidos, pues no le faltan problemas a la república vecina, pero confiaban que su recién reelegido presidente pudiera agrupar a los franceses en un renovado proyecto europeo que alejara a los radicalismos de ambos extremos, para lograr que Europa fuera un actor de primer orden en el escenario mundial. El peregrino francés era hijo de un español del ejército republicano, refugiado en Francia al final de nuestra guerra civil, y cuyas desgracias continuaron con la estancia en campos de concentración antes de la concesión del asilo; más tarde, su padre cumplió sus obligaciones con el país de acogida combatiendo con los maquis durante la 2ª Guerra Mundial. 

 El sol comenzaba a calentar cuando nos despedimos y la primavera seguía sin sonreír. En mi conversación con el simpático peregrino, envidié el tradicional orgullo francés que transpira quien sabe que su patria está por encima de las coyunturas, no como en la nuestra, que estamos expuestos al permanente desafío a nuestra identidad nacional, como si fuera un valor relativo; mas que eso, en permanente almoneda. Tenemos la desgracia de ver que nuestro país renuncia a la excelencia en la educación y en donde la incultura campa por sus respetos. Un país donde nos predican tolerancia para lo que piensan, y predican con fe y ardor del converso, los autodenominados progresistas, que esconden su rencor, relativismo y deseos de destruir el orden social y constitucional, bajo ese impreciso término, pero camuflando la intolerancia que muestran a todos lo que no piensen como ellos. 

 El peregrino francés siguió su camino, cuyo propósito era para mi desconocido; quizás cultural, o de reflexión en búsqueda de su identidad o fe religiosa. Me parece de urgente necesidad que España inicie su propio camino de Santiago lo antes posible. No debemos seguir así.