sábado, 15 de junio de 2019

MI ORQUESTA FERROLANA


    He vuelto a mi querido Ferrol ¾después de unos cuantos años de voluntario destierro¾ para cerrar un asunto familiar. Me ha llamado la atención el silencio que envuelve a una ciudad de la que tengo muy grabado en la memoria su mundo sonoro: mi "orquesta ferrolana". 
    La casa donde nací en el barrio de la Magdalena, está situada en la Calle Real, llamada en la época, solo oficialmente, General Franco, aunque en el pasado también se había llamado calle de Sinforiano López.  A mi llegada la fui a visitar, y allí sigue, gracias a la protección que se ha dado al barrio, todavía en pié, orgullosa, susurrando el viento al oído de quién se detenga a verla, que en ella vivió una gran familia.
    En mi infancia, durante los años cincuenta, el tramo de la calle Real entre la Plaza de Amboage y la Plaza de Armas era el centro de la vida comercial y social de Ferrol; en ella se encontraba el Casino Ferrolano y los principales comercios: Almacenes Taca, Olmedo, Couto, un par de estancos, la mercería Landéira, Taca, Montalvo, Rosazul, la sombrerería Monzón, la librería España, y la papelería e imprenta El Correo Gallego, además de las oficinas del periódico del mismo nombre. Al menos tres farmacias y pastelerías completaban la calle. 
    Durante las noches, un "sereno", vestido con bata gris y gorra de plato, recorría la calle Real y las adyacentes, llevando unos aros metálicos de los que colgaban las llaves de los portones de las casas. Su localización la anunciaba los golpes que iba dando en el suelo con su chuzo, que además le servía de defensa ante posibles problemas nocturnos. La voz de orden para llamarlo era: ¡sereno! a la que respondía, si te oía, con dos golpes de chuzo. Al clarear el día se marchaba, dejando abiertos los portones, y ya enseguida, una pareja de la Policía Armada recorría la calle de arriba a abajo. Como se ve, no se bromeaba con la seguridad ciudadana. 
    El ritmo de la vida de los vecinos de Ferrol lo marcaban los continuos toques de la sección de percusión de los relojes de sus campanarios, de las llamadas a misa, o los toques de difuntos, y también, de cuando en cuando, se unían a esta sección el argentino sonido de las campanillas que tocaban los monaguillos acompañantes del sacerdote, que protegía con el velo humeral el copón que llevaba para dar la comunión a los enfermos. A la sección de percusión de mi "orquesta ferrolana" se unía la de viento, con los cañonazos a las ocho de la mañana, al mediodía y al ocaso, y las sirenas de llamada a los empleados de la Empresa Nacional Bazán. No faltaban tampoco otros instrumentos de viento, como las cornetas que acompañaban el izado y arriado de bandera en Capitanía General o en el Arsenal. 
    Otro importante instrumento de la orquesta eran los chifles de los afiladores, anunciando su presencia con una melodía de notas crecientes hacia los agudos seguida de otra de notas decrecientes hacia los graves, que daba entrada al cantante y su aria: ¡afilador y paragüero!, repitiendo la función hasta que se presentaba algún cliente con sus cuchillos. Su máquina de trabajo era el propio vehículo que lo transportaba: su bicicleta, a la que levantaba sobre unas patas para poder pedalear y hacer girar el eje de la piedra de afilar, que previamente había unido a la cadena. Al oír el chifle, los niños nos acercábamos a ver salir las chispas del roce del cuchillo con la piedra, lo que confirmaba que el afilador era de Orense, a terra da chispa: los dueños de los secretos del oficio. 
    La música sinfónica sonaba los días de las festividades militares, cuando marchaban por la calle Real las Compañías de Honores, o con ocasión de las procesiones de Semana Santa, del Corpus Christi, o del Voto de Chanteiro. La Semana Santa ferrolana era algo especial. Mi casa se llenaba de familiares y amigos para ver procesionar las cofradías. No perdía detalle de los pasos y penitentes y, en especial, las largas filas de oficiales que vestidos de gala con bicornio, charreteras y sable, acompañaban al Capitán General en la Procesión del Santo Entierro o en la del Corpus. Esta última era particularmente esperada, pues las fuerzas de la guarnición de la Plaza cubrían la carrera en todo su recorrido, y a la finalización, desfilaban por la Carretera de Circunvalación ante el Capitán General en su tribuna delante de la Iglesia de San Julián. Tengo que volver a Ferrol en Semana Santa, me dicen que tiene una grande y merecida fama.
    Los días importantes del calendario militar, los sonidos en el aire eran los redobles de los tambores y las agudas notas de las cornetas que acompañaban las marchas militares que la Música del Tercio Norte atacaba al embocar Calle Real, acompañando a la Infantería de Marina a en su camino de regreso de Capitanía al Cuartel de Batallones. Los cristales de la galería de mi casa vibraban, mientras en el aire sonaba “Los Voluntarios”: Arturito Cagallón, la llamábamos los niños de Ferrol. La Compañía del Tercio marchaba marcial, mientras algunos niños ¾sobre todo el día de la Pascua Militar¾ llevando sobre el hombro las pequeñas escopetas de madera, o espadas de caucho o madera con nervio metálico, se entremezclaban con los Gastadores, quienes con aire distante  marchaban marciales con sus rojos cordones, amplias manoplas con doradas sardinetas y relucientes útiles de zapador a la espalda. 
    Otra función característica del Ferrol de la época que llenaba la atmósfera de sonidos, era la procesión cívico-religiosa del "Voto de Chanteiro". Conmemoraba el voto a que, a principios del siglo XV, hizo la ciudad a la Virgen de la Merced de Chanteiro, al pedir su intersección para combatir una epidemia de peste que asoló Ferrol. En 1839 se conmutó por la obligación de la ofrenda en la iglesia del Socorro, a donde se dirigía la procesión que yo recuerdo ¾no se si se celebra todavía¾. Salía de la Iglesia de  San Julián y en ella formaban la Corporación Municipal bajo mazas llevadas por ujieres con pelucas y dalmáticas; también formaban las autoridades militares, encabezadas por el Capitán General, al que acompañaban numerosas comisiones de Oficiales y Suboficiales, seguidas de numerosas personas devotas de Ferrol, que cantaban a coro. Cerraba la procesión la Compañía del Tercio Norte, cuya música tocaba himnos religiosos, como: “Cantemos al amor de los amores” o “De rodillas Señor ante el Sagrario”. La vida civil, militar y religiosa se entreveraban en el Ferrol y la España de la época y producían sonidos que daban vida a la ciudad, y son difíciles de olvidar. 
    Volví a Ferrol el pasado mes de mayo: parecía la noche de os caladiños, solo oí el coro de voces ¾sin orquesta¾  de sus habitantes sentados en las terrazas, aprovechando el buen tiempo. Campanas, chifles, campanillas, cañonazos, cornetas y sirenas han desaparecido. Por no oír, no oí ni el cañonazo del ocaso el día del arriado de bandera en Capitanía ¾escasamente solemne¾: manifiestamente mejorable; está claro, la Marina no gasta la pólvora en salvas ¾a lo mejor estaba mojada, aunque el tiempo era bueno¾  y no hace más solemne la función para no subir los decibelios ambientales. 
    En resumen: en el regreso a mi cuna eché de menos la "orquesta ferrolana" que acompañó mi infancia. Seguro que al maestro Baudot también le pasaría lo mismo. A pesar de todo, volveré cuando haya alguna función pública solemne -de verdad- con música, para quitarme la morriña.