sábado, 10 de septiembre de 2011

UN VIAJE EN METRO

Entre las virtualidades del viaje en un vagón del Metro de Madrid, está la invitación  a toda la masa ciudadana, que allí queda aprisionada, a unos minutos de reflexión sobre sociología y multiculturalismo, y a la vez, escapar por unos instantes de la farsa democrática en la que vivimos en la superficie, lo cual es ya de agradecer.
La mayor parte de los viajeros desdeñan esa virtualidad y toman el viaje como una enfermedad pasajera, lo que se aprecia en la rutina de  sus gestos, ademanes y en una mirada perdida. Algunos, como es mi caso, escogemos usar ese tiempo subterráneo para elevarnos con la lectura, pero me he dado cuenta que al hacerlo te pierdes el espectáculo gratuito que se desarrolla ante tus ojos y cuyas múltiples facetas invitan a la reflexión, como por ejemplo, ver a jóvenes inoculados del veneno de la moderna tecnología de la información, encerrados en extraños mundos sonoros, abstraídos con sus aparatos de última moda, mas a la vista cuanto mejor sea su calidad, en ostentación de su capacidad económica o más bien, la de su familia, aunque los hay que no se atreven a mostrarlo por temor al robo o al ridículo: sin iPhone no eres nadie.
Si lees, te pierdes la visión de personas de extraños pelajes que deben pertenecer a desconocidas ganaderías cuyas divisas tatúan en la piel, dicen que para personalizarse, distinguirse o sencillamente porque les gusta seguir esa estética cutánea. También se aprecia un regreso al primitivismo de la Edad de los Metales, ante el abundante número de jóvenes que los llevan en la cara, nariz, orejas, boca…etc.: cualquier espacio es bueno para “personalizarse” y poderse presentar en el baile de los debutantes de la vida como perteneciente a una particular tribu urbana: en la aldea global no conviene que te tomen por quien no eres…, que quede claro desde el principio.
También te pierdes, aunque la oyes, la actuación de los músicos ambulantes con sus canciones populares u otras de tierras lejanas. Las repetidas lamentaciones de los pedigüeños te pueden mover a la piedad y generosidad en una situación sin escapatoria, ni para ellos ni para ti.
Es curioso; la Compañía Metropolitana podría promocionar el espectáculo para incrementar el uso del Metro, pero en cambio te anima a leer mientras se viaja. Yo creo que si lo haces la vida se escapa a tu alrededor y dejas de ser espectador de la tuya propia y de tu tiempo, mientras pasas a serlo de otras de ficción, así que dejaré de leer en el Metro, nuestro foro real y no virtual.
Sumergido en esas reflexiones en un viaje de diez estaciones que me llevaba a Lavapiés,  salí a la superficie en la plaza homónima por la boca de la calle Argumosa,  y mi perplejidad no fue menor que la de Han Solo cuando acompañado de Chewbecca llegó al bar de Cloud City en el episodio IV de La Guerra de las Galaxias. ¡Por Baco! Me pregunto: ¿Es esto Madrid? ¿De verdad? ¿No era la Plaza de Lavapiés el corazón de uno de sus barrios más castizos?
Pues sí, el Metro me había llevado al lugar correcto, lo que pasaba era que la población ya no era la que solía. Hay quien habla del melting pot y del multiculturalismo zapateril de la Alianza de Civilizaciones; pues bien, el que quiera verlo más cerca y en menos espacio, que se pasee por Lavapiés. Me temo que se trata del viaje de vuelta del colonialismo a Europa, que como se deduce, es de dos direcciones.
Si en otros barrios podría apreciarse un esfuerzo de integración por parte de emigrantes y vecinos, no me pareció que allí fuera el caso, pues cada oveja deambulaba con su pareja hablando lenguas hasta ahora incomprensibles, que al paso que vamos, podrían unirse en el futuro a la lista de lenguas españolas;. Me pregunto donde están los limites de nuestra identidad y si existe o no el concepto de españolidad, ya no lo tengo claro, o lo tengo solo para mis adentros, solo el ver a un par de niños de rasgos asiáticos meridionales luciendo la camiseta de la selección española de futbol me da alguna esperanza.
En fin, recomiendo que cuando se viaje en Metro se disfrute, de vez en cuando, del espectáculo gratis que allí se ofrece y se contribuya con la propia aportación para enriquecerlo.

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