Además de grandes exposiciones que se organizan en Madrid, bien promocionadas, que atraen a los que aman el arte y a los que consumen cultura -y se les nota- también disfrutamos en la Villa otras pequeñas exposiciones muy atractivas, como la que con el título “El Romanticismo ruso en época de Pushkin” se presenta en una sala del Museo Nacional del Romanticismo.
Al recorrer la exposición me viene a la mente la música de la Ópera de Tchaikoski “Eugenio Oneguin” inspirada en la obra homónima de Pushkin, y que me ambienta para captar mejor esta época rusa en la que tuvieron lugar los intentos de intelectuales y aristócratas de implantar las ideas surgidas de la Ilustración y de la Revolución francesa. Los retratos al oleo, acuarela y lápiz de la exposición, que proceden del Museo Nacional Pushkin de Moscú, nos muestran algunos de los personajes del período romántico en Rusia. Un retrato del poeta y dramaturgo preside la sala haciendo buenas sus palabras: “Por largos tiempos me amará mi pueblo, porque sus sentimientos nobles desperté con mi lira”.
Desde el Museo los pasos nos llevan hacia la zona de Las Salesas, para lo que atravesamos el Barrio de Chueca y me pregunto lo que pensaría el maestro, autor de “La Gran Vía”, al ver en lo que se ha convertido el castizo barrio que lleva su nombre. Cruzamos la calle Barquillo y seguimos por Conde de Xiquena, donde vivieron mis abuelos, hacia el Parque de las Salesas y la Iglesia de Santa Bárbara, a donde acudíamos a cumplir con el precepto dominical.
La magnífica Iglesia formaba parte del conjunto del monasterio de La Visitación (Salesas) construido por deseo de Bárbara de Braganza y del Rey Fernando VI, consagrado en 1757 y posteriormente incautado en 1870 por el gobierno de Prim y donde hoy se ubica el Tribunal Supremo.
En la Iglesia se encuentran los sepulcros de Fernando VI y Bárbara de Braganza, los únicos reyes Borbones que no están en El Escorial. Fueron mandados construir por Carlos III cuando hereda el trono de España a la muerte de su hermano Fernando VI. En la sentida inscripción del pedestal de su sepulcro, afirma que hubiera preferido que su hermano viviera y no tener que heredar su reino.
La mañana era gloriosa, veraniega, por lo que ya que amamos el arte decidimos también consumir cultura, pero gastronómica, por lo que bajamos al Paseo de Recoletos para tomar un reconfortante aperitivo en la espléndida terraza del pabellón de “El Espejo”, enfrente de la Biblioteca Nacional. No se puede pedir más a una mañana madrileña. Os la recomiendo.
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