ÍNDICE
1. INTRODUCCIÓN.
2. LA EUROPA DE MEDIADOS DEL SIGLO XVI.
3. INTERESES Y OBJETIVOS DE ESPAÑA Y FRANCIA
3.1. España
3.2. Francia
4. LOS MEDIOS DIPLOMÁTICOS Y MILITARES EN EL SIGLO
XVI
4.1. La Diplomacia en el
siglo XVI
4.2. Los Ejércitos de la
Monarquía Hispánica
4.3. Las Armadas de la
Monarquía Hispánica
5. LA GUERRA Y
EL CAMINO HACIA LA PAZ DE CATEAU-CAMBRÉSIS
5.1. La guerra con
Francia.
5.2. De Marck a la
Tregua de Vaucelles
5.3. La guerra
1557-1558
5.4. Marcoing,
Lille, Cercamp y Cateau-Cambrésis
6. EL TRATADO DE PAZ DE CATEAU-CAMBRESIS
7.
LAS PRIMERAS GUERRAS DE RELIGIÓN EN FRANCIA
7.1. Preludios y Primera Guerra de Religión.
7.2. Las
entrevistas de Bayona
7.3. Los franceses
en Florida
7.4. La segunda y
tercera guerra de religión.
7.5. La noche de
San Bartolomé y la cuarta guerra.
8. DE ENRIQUE III A ENRIQUE IV
8.1. El reinado de
Enrique III
8.2. Intervención
del duque de Anjou en Flandes
8.3. La Campaña de
las Azores
8.4. La liga y
España
8.5. La empresa de
Inglaterra y Francia
9. LA GUERRA CON ESPAÑA 1595-1598 Y LA PAZ DE VERVINS
10. CONCLUSIONES
BIBLIOGRAFÍA
NOTAS
Este Trabajo de Fin de Grado de Geografía e Historia del año académico 2015-2016 de la UNED, presenta las relaciones entre España y Francia durante el
reinado de Felipe II desde una perspectiva principalmente española, mostrando
los acontecimientos militares y
diplomáticos que afectaron a ambos países y su interrelación con otros poderes
europeos, cómo Inglaterra, los Países Bajos, Portugal y el Papado. La hegemonía
española en la segunda mitad del siglo XVI hace que su intervención en los
asuntos internos de Francia sea constante, por lo que el trabajo sigue
fundamentalmente la secuencia de acontecimientos por lo que atravesó esta
nación y lo hace por medio de fuentes bibliográficas españolas, francesas y británicas.
Antes de entrar en el desarrollo de
los acontecimientos se presenta una breve panorámica de la convulsa Europa de
mitad del siglo XVI, en particular la de los principales actores internacionales,
analizándose a continuación los intereses y objetivos políticos de España y
Francia, para continuar con la presentación de los instrumentos diplomáticos y
militares en uso en la época, particularizándolos para la Monarquía Hispánica.
Desde el punto de vista diplomático se trata, con cierto detalle, las
negociaciones de la paz que inicia el período estudiado y que permiten mostrar
las estrategias de negociación que en la defensa de sus intereses empleaban ambos
países. Desde el punto de vista militar se relatan los aspectos más
significativos de las operaciones militares y su influencia.
El trabajo
explica las razones por las que las relaciones entre Francia y
España pasan por momentos de amistad, otros de desconfianza y otros de
manifiesta hostilidad, y como en medio de la
descomposición interna francesa se evolucionó
hasta un conflicto general entre los dos países, agotados
económicamente y con sus poblaciones hartas de guerras.
2. LA EUROPA DE MEDIADOS DEL SIGLO XVI.
A la muerte de Carlos V en el monasterio de Yuste el 21 de septiembre de
1558, el emperador no dejaba un mundo menos agitado que el que en él había
vivido. Felipe II hereda de su padre un escenario europeo lleno de problemas,
conflictos abiertos y tensiones difícilmente superables. La división del
Imperio de Carlos V no liberó a los Valois del peligro que percibían de este
imperio, pues, a pesar de la división, la Monarquía Hispánica de Felipe II mantenía
un gran potencial.
Por su parte Enrique II heredó de su padre, Francisco I, la política de
enfrentamiento Valois-Habsburgo. Francia, gozaba de la ventaja de su numerosa población y de sus abundantes recursos, pero en un momento
de expansión del mundo conocido optó por concentrar sus esfuerzos en Europa,
pues se sentía insegura dentro de sus
fronteras al verse rodeada por los territorios de su adversario tradicional,
sobre los que de alguno de ellos tenía fundadas reclamaciones.
La alianza con Inglaterra era un pilar tradicional de la política exterior
de Carlos V que condujo al matrimonio de Felipe II con María Tudor, pero se fue
debilitando hasta deshacerse con la extensión de la herejía y en especial
durante el reinado de Isabel I. Esta alianza, perjudicaba a Francia, que
se sentía amenazada por el dominio
español en los Países Bajos y en el Canal por
Inglaterra, que a su vez se sentía amenazada en el norte por el reino
católico de Escocia, al que Francia apoyaba.
El Imperio y su autoridad apenas sobrepasaba la de los territorios
germánicos. Los privilegios de los Países Bajos y del Condado de Lorena convertían
sus vínculos con el Imperio en una ficción, aunque nadie discutía su
preeminencia honorífica. La paz religiosa lograda en Augsburgo de 1555,
permitió que el emperador Fernando gobernara sobre súbditos católicos y
protestantes.
La tradicional enemistad española con el Imperio Otomano, que efectuaba continuas
intervenciones en el Mediterráneo, obligaba a Felipe II a hacer un esfuerzo
económico adicional para sostener la
defensa de sus territorios y proteger el tráfico marítimo y las poblaciones
costeras de las incursiones de la flota turca y los piratas berberiscos.
El Papado, con su poder espiritual, continuaba siendo una potencia
privilegiada, pero su acción en los asuntos terrenales lo igualaba al nivel de
cualquier potencia temporal, y la Reforma luterana motivó una pérdida de su
prestigio y autoridad. Carlos V había tenido un permanente deseo de unidad de
la iglesia católica y la convocatoria de un concilio, pero se encontraba con la
reticencia de la Santa Sede. Finalmente el papa Paulo III accedió a la
convocatoria del Concilio de Trento en 1545, que continuó en 1562 ya en el
reinado de Felipe II. Los papas del siglo XVI, preferentemente italianos, no
ocultaban su hostilidad hacia la hegemonía española, y si las relaciones de
Carlos V con el papado no habían sido fáciles,
con Felipe II continuaron sin serlo.
3. INTERESES Y OBJETIVOS DE ESPAÑA Y FRANCIA
En las monarquías del siglo XVI el soberano apenas hacía diferencia entre sus propios
intereses y fines con los del Estado. Las políticas y los compromisos que
adquiere el Estado definen su Gran Estrategia. La política exterior de las
monarquías era la principal preocupación de los soberanos, que en esa época afrontaban
el triple desafío de los problemas financieros, la resistencia de los nobles al
poder real y la división religiosa. La política exterior e interior se mezclaban
debido a los problemas de convivencia entre las distintas confesiones
religiosas y al deseo de los soberanos de mantener la unidad religiosa en los
territorios bajo su soberanía, lo que se consideraba esencial para la
supervivencia del Estado, que era por lo tanto un interés vital. La importante
política de reputación, propia de la época, se inspiraba en el cuidado del
prestigio personal del soberano, de su dinastía y la preservación de sus
estados, y se reflejaba en las alianzas matrimoniales que ataban a unos
soberanos con otros[1].
Tanto para Francia como España el preservar sus territorios patrimoniales,
la unidad religiosa y la primacía de la autoridad real podrían considerarse
como los intereses vitales de las dos monarquías, y para avanzarlos usaron su
influencia por medio de la diplomacia y la presión militar, y en caso de que
estuvieran amenazados recurrieron al empleo de la fuerza militar.
3.1. España
En la Monarquía Hispánica, Felipe II heredó la política de Carlos V, quien
se la había trasladado en las Instrucciones
de 1548, en las que el objetivo principal era la alianza familiar con la otra
rama de los Habsburgo. Estas Instrucciones se
consideran como el verdadero testamento político del César, cuyo interés
principal fue la preservación de los territorios patrimoniales y aunque muchas
veces insistió en su ausencia de deseo de aumentarlos, también es cierto que su
poder llevó a sus adversarios a continuos conflictos con el propósito de minar
su hegemonía en Europa.
La paz con los príncipes cristianos es otro importante objetivo que
traslada a su hijo y en consecuencia, buscar la amistad con Francia. También le
insta a mantener la tradicional alianza con Inglaterra, la defensa de los
Países Bajos y los estados amigos de Italia, el mantenimiento de la tradicional
alianza con el Rey de Romanos, la defensa de la religión católica y la sumisión
a su Iglesia.[2]
El interés de la conservación del monopolio comercial
español con las Indias, la afirmación de sus posesiones y la constatación de su
hegemonía daba un carácter marítimo a la monarquía española y a su Imperio. Los
gobernantes españoles llevaron a cabo un extraordinario esfuerzo para alcanzar
un poderío naval capaz de salvaguardar a España de sus enemigos y mantener su
Imperio. Tal fue el objetivo que se marcaron los Austrias en los primeros siglos
de la Modernidad, y su estrategia naval fue evolucionando de acuerdo con las
pretensiones políticas y en función de las relaciones internacionales[3].
La defensa de la red de aliados de la Monarquía Hispánica, que incluía: Florencia,
Mántua, Génova, Siena y Lucca también fue otro objetivo de la monarquía, cuya
base de poder en Europa residía en el
triángulo España, Flandes e Italia, en la que comenzaba el importantísimo
"Camino Español".
Estos objetivos
podían modularse en su aplicación, pero para Felipe II en la defensa de la
religión católica y la lucha contra la reforma, no había margen para el
compromiso. El rey heredó de su padre el ser defensor de la religión católica y
en su lucha contra la reforma tuvo que vencer la oposición del Papado, que a
menudo la obstaculizaba en nombre del equilibrio de poder en Europa. Este
objetivo político de firme defensa de la fe católica, unido al derecho de
injerencia cuando estaba amenazada, llevaba consigo el germen del conflicto y
afectaría a la consecución de alguno de los otros objetivos políticos.
Algunos autores han
negado que para lograr estos objetivos Felipe II tuviera una Gran Estrategia,
pero hay que estar de acuerdo con Parker[4] cuando
afirma lo contrario, basándose en que se puede deducir su existencia por las
políticas que llevó a cabo su gobierno, pues al ser capaz de integrar los
medios políticos, económicos y militares que movilizaron sus estados, demostró
que poseía la visión y la maquinaria necesaria para llevar a cabo una Gran
Estrategia, aunque no haya llegado hasta nosotros en un documento
escrito.
3.2. Francia
El concepto de seguridad de los Valois requería como objetivo, romper el
cerco Habsburgo que rodeaba sus territorios y acabar con la hegemonía española
en Europa. Francia, con un gran potencial, no renunciaba a su preponderancia en
Europa ni a la pérdida de los territorios italianos que había poseído. La
política francesa continuó la alianza con Escocia por medio del matrimonio de
María Estuardo con Francisco II, intentando contrarrestar la influencia española
en Inglaterra y la extensión del protestantismo en Gran Bretaña.
En el proceso de constitución de la unidad del estado francés varios
territorios fronterizos de lengua francesa
y antiguos estados patrimoniales escaparon a su control. Esto era una
situación inaceptable para la monarquía francesa, que nunca cejó en esfuerzos
para su recuperación y en consecuencia, era un objetivo principal. La
preferencia en su acción exterior por los asuntos del continente será también un
rasgo característico de Francia durante el XVI.
A pesar de su título de "Rey Cristianísimo" los reyes de Francia demostraron
un gran pragmatismo en su interpretación, pues no desecharon ninguna alianza que
les permitiera avanzar sus objetivos en Europa. La alianza con el Imperio
Otomano, es un claro ejemplo de esta política, contraria a los intentos
españoles de unidad de la cristiandad.
4. LOS MEDIOS DIPLOMÁTICOS Y MILITARES EN EL SIGLO
XVI
4.1. La diplomacia en el siglo XVI
La diplomacia fue el instrumento de relación que habían usado los estados
desde el Renacimiento, comenzando por Venecia y siguiendo con las monarquías de
España y Francia, que contaban con una red de embajadores residentes en los
principales estados extranjeros. Esta red de embajadores permitía estar al
tanto de la situación de los otros países,
en los que establecían una red de relaciones e intereses, a la vez que eran
conducto de información y de negociación con los estados en los que residían.
Según Zeller, la Reforma trajo consigo el desmoronamiento del ecumenismo
cristiano y la desaparición del ideal de la Cristiandad, excepto en las
relaciones con el Islam[5]. El mundo en el siglo XVI
se había vuelto más amplio y complejo con la entrada en escena de reinos y
países que hasta entonces había permanecido en segunda fila. El mundo en el XVI
se concebía como un complejo sistema de estados que defendían sus intereses por
medio de alianzas. Con la diplomacia se intentaba avanzar los propios intereses
y conseguir sus objetivos, aunque estaba siempre presente la posibilidad del recurso
a la fuerza, para lo que la diplomacia era también un instrumento de
negociación para su planeamiento y ejecución[6].
Aparte de su función oficial, los embajadores desplegaban una red de
informadores definida como "diplomacia secreta" y en consecuencia,
sus actividades creaban recelo en la corte receptora en la que se les veía como
agentes dedicados a la intriga y el espionaje, por lo que en varias ocasiones
se solicitó su expulsión. La correspondencia entre las cortes por medio de
correos o estafetas, pasó por momentos de confianza y por otros de violación y
robo de correspondencia o claves diplomáticas, principalmente por parte
francesa.
La monarquía española contó en los principales países con una extensa red
de embajadores, de procedencia noble y de las clases dirigentes de la monarquía;
sus historiales de servicio eran muy amplios, acumulando una gran experiencia.
El mantenimiento de esta red de embajadas era muy gravoso para el Estado, pues para
reflejar el prestigio de su monarquía, además del sueldo del embajador y de sus
servidores, tenía que hacer frente a los pagos a agentes y a personajes de la corte que tuvieran conocimiento
de la situación. Los gastos de correos y estafetas también eran una carga
importante en el gasto total de las embajadas.
En las
relaciones con Francia los embajadores de ambos países jugaron un papel de
primer orden, como Chantonnay, Álava, Mendoza, Ébrard o Fourquevaux. Los
españoles en la corte francesa no solo trasladaban las órdenes reales, sino que
tomaban iniciativas importantes en la consecución de los intereses de Felipe
II; su conocimiento de los debates de la corte y los intereses en juego
apoyaban la presión que ejercían sobre los soberanos franceses. El mantenimiento por Francia de una embajada en
Bruselas, cuando ya no se encontraba en ella la corte, manifiesta su interés
por los Países Bajos, donde había un permanente recelo hacia Francia y donde no
siempre se mantenía la misma percepción de
los problemas que en Madrid.
En el siglo XVI la herencia medieval presidía la resolución de los
conflictos y el mantenimiento de la amistad entre los príncipes. El restablecimiento
de la paz debía hacerse basado en el respeto a la justicia, que no excluía el
recurso a las armas. Como se ve en los apartados siguientes sobre la
negociaciones de paz, las reuniones de diplomáticos eran el marco normal en el
que se buscaba el equilibrio entre paz y la justicia, y la satisfacción de las
ofensas según las reglas de la equidad, pero también se intentaba borrar las
causas de enemistad que habían provocado el conflicto, proclamando una amnistía
para todos los actos cometidos por los beligerantes.[7]
4.2. Los Ejércitos de la Monarquía Hispánica.
El proceso de formación de los ejércitos de la edad moderna fue lento y se
desarrolló en paralelo con el refuerzo de la autoridad real. El principal
problema para constituirlos era el financiero, pues desde las mesnadas
medievales y la caballería regia, se fue evolucionando hacia unos ejércitos
permanentes que pocos países se podían permitir, pero que en caso de conflicto había
que incrementar por medio de levas.
En este proceso de formación de los ejércitos, España partió desde una
posición de ventaja tras las guerras de la Reconquista, en la que a finales del
siglo XV se empezaron a experimentar y a aplicar nuevos métodos de combate y
tácticas que llegaban impulsadas por la utilización de las armas de fuego,
portátiles y artillería. En estos años se produce la confluencia de cuatro
factores importantes: la planificación de las guerras desde el poder; el
incremento de efectivos bien instruidos; la importancia de la artillería y las
armas de fuego; y la nueva concepción de la fortificación.[8]
También en Francia se evolucionó hacia la formación de un ejército
permanente y de mercenarios, aplicando las tácticas de la infantería suiza,
pero manteniendo su caballería como el arma decisiva. El ejército francés que
invadió Italia en 1515 ya tenía alguna de las características de un ejército
moderno: potente, lento y caro, pero iba a enfrentarse con un ejército español
que iba a aplicar en el campo de batalla las innovaciones técnicas y tácticas,
en particular la renovación de la infantería con cuadros de piqueros protegidos
por las armas de fuego de los arcabuceros.
La irrupción de la artillería de sitio en el campo de batalla supuso también
un cambio radical en la concepción de las fortificaciones. Las altas y
almenadas murallas de piedra que protegían las ciudades ofrecían un blanco
excelente para la nueva artillería, obligando a diseñar nuevas fortificaciones:
la denominada trace italienne, basada
en muros más bajos, anchos y abaluartados construidos con ladrillos, que
absorbían mejor los disparos de la artillería.
En España el planeamiento y conducción de la guerra en el nivel político la
ejercían los Consejos de Estado y Guerra bajo la dirección del Monarca, que designaba
los objetivos estratégicos y asignaba los medios diplomáticos, económicos y
militares necesarios para lograrlos. La concepción general de los objetivos del
nivel operacional, que se lograrían por medio de las campañas, se hacía también
en los Consejos, asignándoselos a los Virreyes, Gobernadores, o a los propios
generales o almirantes, emitiendo instrucciones amplias para la conducción de
las operaciones. La táctica era el
ámbito de responsabilidad de los generales o almirantes en campaña basada en la
experiencia, y se aplicaba en el momento de enfrentarse con el enemigo.
El siglo XVI fue testigo de una importante evolución del arte militar hasta
el siglo XVIII, tanto que se debate sobre la existencia de una "revolución
militar", aunque no se pueda hablar de ruptura con la época anterior, pues
continuaban en vigor muchas de las formas de llevar a cabo las guerras, en
algunos casos empleando tácticas nuevas, pero fundamentalmente con el empleo de
los nuevos medios disponibles que aportaban los cambios tecnológicos que
permitían conseguir efectos más decisivos.[9]
El concepto de las campañas, a pesar de la "revolución militar"
no sufrió innovaciones significativas, fundamentalmente porque los medios
limitaban la aplicación de nuevos métodos. Las plazas fortificadas continuaban
siendo los puntos de apoyo de las operaciones; los encuentros campales entre
los ejércitos solían tener lugar en los itinerarios de acceso las principales
plazas fortificadas. Tampoco el volumen, la impedimenta, y en especial la
artillería facilitaban la movilidad de los ejércitos, lo que hacía predecible
sus movimientos.
La infantería
española del Gran Capitán que irrumpió en los campos de batalla de la Italia
del siglo XV superó al ejército francés, pues empleaba adecuadamente una
combinación de la caballería ligera, el apoyo de las armas de fuego
individuales y los trabajos de minado de las fortificaciones enemigas. La
evolución se produjo, por una parte, debido a la adopción de la pica por los
infantes y por otra a la introducción de las armas de fuego portátiles, y su
éxito vino cuando las espingardas y arcabuces se hicieron más precisos y
ligeros.
Este éxito se apoyaba
en la mayor sensatez en el uso del valor personal y de los nuevos medios
técnicos. Gonzalo Fernández de Córdoba sabe el precio de un ejército moderno y
debe economizar las vidas de sus soldados, extrayendo lo mejor de sus piqueros
alemanes, jinetes italianos, rodeleros hispanos y sobre todo de los arcabuceros
españoles. La característica más señalada de las unidades es la mayor proporción
de infantes y la menor de caballería y
de artillería. El Gran Capitán, según Alonso Baquer, inicia una escuela hispano-italiana
de estrategia que predominará en la Europa del XVI, y que especializará a la
infantería con la constitución de los Tercios en los que los infantes asumían
funciones cada vez mas especializadas. En definitiva, la escuela
hispano-italiana de estrategia optó por la profesionalidad en torno a la
infantería como reina de las batallas. [10]
Es a partir de 1536,
cuando tres de las primeras coronelías formaron un Tercio de unos 3000
soldados, demostrando con sus innovaciones tácticas y elevada moral de combate una enorme
superioridad en cualquier campo de batalla. Por otra parte, la caballería
ligera hispana se convirtió en los ojos del ejercito en misiones de
exploración, reconocimiento y hostigamiento del enemigo, facilitando la
maniobra del general. Sin embargo el mayor éxito de los jefes de los ejércitos
hispano fue lograr una gran cohesión táctica entre la infantería, la caballería
y la artillería, en lo que hoy se llamaría el combate con "armas
combinadas".
La hegemonía de las
armas hispanas se mantuvo durante el reinado de Felipe II, aunque la eficacia
creciente de los ejércitos holandeses e ingleses ha hecho aparecer opiniones
sobre la supuesta decadencia militar hispana. El ejército de la Monarquía
Hispánica siempre estuvo al nivel de innovaciones, e incluso por delante, de
otras grandes potencias. Las veces que no le acompañó el éxito fue por falta de
pagas o de abastecimientos, pero no porque se encontrase en desventaja en
tácticas o armamentos. Para el ejército español la dispersión de esfuerzos
significó la incapacidad de concentrar las fuerzas donde se necesitaban, como sucedió
cuando la política de Felipe II dio prioridad a la intervención en Francia y no
en los Países Bajos.[11]
4.3. Las Armadas de la Monarquía Hispánica.
Las
mejoras técnicas habidas en la construcción naval desde el comienzo del siglo
XVI incrementaron la posibilidad de influenciar las relaciones económicas y políticas.
Estas mejoras permitieron a las flotas permanecer desplegadas largos períodos,
a la vez que cañones más potentes facilitaron la construcción de buques especializados
de mayor tonelaje con solo cañones. Es importante señalar la fuerte dependencia
de las flotas de la época de bases de apoyo para aprovisionamiento, cuya
carencia limitaba mucho la duración de los despliegues, incluso para las
españolas, que podían contar con el dominio de amplios territorios, de ahí la
importancia de poseerlas y defenderlas.
Las operaciones de
larga duración y a larga distancia para cambiar una situación geoestratégica no
estaban en el XVI, según Glete, al alcance de las capacidades de las potencias
europeas y en particular para la Monarquía Hispánica, cuyos territorios se
extendían por toda Europa y América, lo que propició la creación de diversas
Armadas en diferentes regiones con sus propios cometidos, lo que no impedía que
pudieran reunirse caso necesario[12].
En la construcción
naval española del XVI se distinguen dos formas: la mediterránea y la atlántica,
basadas en galeras y galeones respectivamente; con la primera se construyó y
mantuvo fuerzas navales militares permanentes de galeras españolas e italianas;
la segunda se sostenía con la iniciativa privada, gracias al creciente número de buques disponibles para el comercio
o la pesca que estaban disponibles para el servicio del reino en caso de
conflicto armado.[13]
Una de las principales preocupaciones de la Monarquía era proporcionar
protección a las líneas de tráfico marítimo y la defensa de los territorios de
soberanía, siendo el esfuerzo principal la protección de la Carrera de Indias,
que ya en 1523 se vio la necesidad de una eficaz protección,
lográndose con el establecimiento de la navegación obligatoria en convoy, con
escolta militar y rutas fijas.
Con Felipe II se
lleva a cabo una verdadera y compleja política naval, sostenida con firmeza en
todo su reinado, en el que la amenaza turca supuso un gran peligro. Además, al
comienzo de su reinado los esfuerzos
franceses e ingleses para romper el monopolio atlántico español en el
Caribe se habían incrementado bastante, por lo que se artillaron los buques
para su adecuada defensa[14].
Para proteger las
flotas que recalaban entre San Vicente y el Estrecho Felipe II estableció en 1562
la denominada Escuadra de la Guarda del Estrecho de Gibraltar y en 1568 ordenó
la construcción de la Armada para la Guardia de la Carrera de las Indias para
la escolta de los galeones de regreso,
creándose también dos escuadras de galeras para proteger la navegación en
el Caribe. Con este dispositivo naval se llega en 1568 a la rebelión de los
Países Bajos, que iba a suponer la aparición de otro significativo enemigo en
la mar, que incrementó las acciones de corsarios que desarrollaron una política
naval en defensa de sus intereses comerciales.
El
sistema de flotas para la carrera de Indias resultó eficaz, pues sufrió pocas
pérdidas, y sólo una vez se perdió todo el tesoro de la flota de Nueva España, lo
que motivó la creación de la Armada de Barlovento, con base en Veracruz. La protección del
tráfico se complementó con el refuerzo de las defensas terrestres de las bases
y puertos en América. La situación se complicó con el establecimiento de otras
potencias marítimas europeas en territorios abandonados por los españoles en
las Pequeñas Antillas, y ante ese nuevo peligro y la escasez de buques de guerra para combatirlos, fue frecuente
la confiscación de buques a particulares, artillados para la escolta.
Al comienzo del
reinado de Felipe II, durante la guerra contra Francia y el Papa, el poder naval de Monarquía Española era
superior al de sus enemigos. Las galeras del Mediterráneo, aparte de la ocupación
de las fortalezas marítimas de Córcega, usando las de los aliados Doria,
también se emplearon en el transporte de tropas, y en el bloqueo de Ostia en
apoyo al ejército del Duque de Alba.
También se empleó la
escuadra en apoyo del ejército español, guarneciendo con su fuerza de
desembarco las plazas de Gravelinas y Saint Omer para contener el avance de los
franceses, mientras que el Conde de Egmont les hacía frente con el apoyo de la
escuadra, que le cañoneaba de flanco y con el apoyo de mil arcabuceros desembarcados.[15]
La guerra en la mar tiene en la época unas prácticas singulares, siendo una
muy extendida el ejercicio del derecho de represalia por medio de patentes de
corso, con las que el beneficiario de ellas estaba autorizado a emplear los
medios a su alcance para resarcirse de los daños que le hubieran podido infligir los súbditos de otros estados,
autorizándole a hacer la guerra de corso. El corsario era considerado un
beligerante y estaba protegido -en teoría- contra los castigos ejemplares que
se infringía en la mar a los piratas.
Después del desastre de la "Empresa de Inglaterra", Felipe II
inició un programa de construcción de buques de guerra, con el que consiguió
mantener el imperio ultramarino, defender la Península y mantener el tráfico
marítimo con América. Lo que no pudieron las armadas españolas fue ejercer el
dominio de todos los mares simultáneamente, pero en conjunto fue la fuerza
naval más potente de la época, aunque debido a la extensión de sus compromisos
no logró el éxito en todos los teatros, sino en los que concentraba sus
unidades, aunque no siempre.
5. LA GUERRA Y EL CAMINO HACIA LA PAZ DE
CATEAU-CAMBRÉSIS
5.1.
La guerra con Francia.
En 1547 muere Francisco
I de Francia, siendo sucedido por su hijo Enrique II, que tenía al emperador Carlos
una viva animadversión tras su cautividad después de Pavía. El nuevo rey asume
los objetivos expansionistas y belicosos de su padre y firma con los príncipes
protestantes, en enero 1552, el Tratado de Chambord, que le comprometía a
ayudarlos con subsidios y de los que obtenía, en calidad de Vicario del Imperio,
la autorización para ocupar Metz, Toul y Verdún, convirtiendo esta alianza en
la primera firmada entre el rey "cristianísimo" de Francia y los
príncipes protestantes.[16]
Carlos V consigue un
éxito diplomático en julio de 1554 con el matrimonio de Felipe con María Tudor,
reina de Inglaterra, que hasta entonces era aliada de Francia, cambiando así de
bando. El emperador quería dejar solucionado los problemas de Alemania, lo que consigue
en 1555 con la Paz de Habsburgo, e inicia en octubre de 1555 y febrero de 1556
el proceso de abdicación, dejando solo abierto el frente de guerra con Francia
(1551-1558).
El camino que lleva a
una paz estable con Francia en Cateau-Cambresis comienza en las reuniones de Marck
(mayo-junio 1555) y lo jalonan las reuniones para la negociación de la Tregua
de Vaucelles (invierno 1555-1556) y las reuniones de Marcoing, Lille y Cercamp.
A pesar de la determinación y esfuerzos de ambos soberanos las armas no
conceden una clara solución, pero van preparando los ánimos para una tregua,
para la que se va actuando por la intermediación de terceros a partir de 1553. En
estas conversaciones la diplomacia pontificia actúa como mediadora y defensora
de la paz. Finalmente, el legado pontificio inglés Reginald Pole consigue en
abril de 1554 que ambos príncipes pongan por escrito sus pretensiones para
poder iniciar las conversaciones. Durante estas gestiones el bando imperial
demostró su inflexibilidad al insistir que el único responsable de la guerra
era el rey de Francia, por lo que le tocaba a él hacer las propuestas. Por su
parte Enrique II mantenía una actitud conciliadora, dispuesto a tener unas
relaciones pacíficas.
5.2. De Marck a la Tregua de Vaucelles
Las conversaciones en
Marck, en el territorio inglés de Calais, son la primera parte de las largas
negociaciones que, pasando por Vaucelles, concluirán en Cateau-Cambrésis cuatro
años más tarde. Las conversaciones ocupan todo el invierno de 1554-1555, en las
que se manifiesta las prisas francesas por llegar a un acuerdo y la actitud
intransigente del campo imperial en espera de negociar en mejor posición
militar.
A franceses y españoles
se le presentan dos alternativas: una paz solemne y duradera, o una tregua que
significara solo el fin de las hostilidades. El emperador no aceptaba reconocer su propia
debilidad y antes de hacer alguna concesión quería que el rey de Francia
devolviera todas sus conquistas. Para sellar una eventual paz aceptaba la boda del infante Don Carlos con
Isabel de Valois, hija de Enrique II, quien defendía enérgicamente sus
pretensiones sobre el ducado de Milán sabiendo que Carlos V no lo consentiría,
pero esperando que a la retirada del emperador, Felipe II fuera más razonable. Finalmente
las conversaciones comienzan en mayo de 1555 y duran hasta el 7 de junio.
En relación con el
ducado de Milán los franceses exigieron el reconocimiento de sus pretensiones,
así como su soberanía sobre Flandes, Artois y numerosas plazas de los Países
Bajos, aunque tampoco abrigaban esperanza de que el emperador cediera sobre
esto, por lo que trataron de presentarlo en el acuerdo de reconciliación que
incluía la boda del infante Don Carlos con Isabel de Valois y que Milán pasara
al hijo menor de Enrique, que se casaría con una sobrina del emperador,
desconociendo que éste ya había dispuesto la investidura de Felipe como duque
de Milán.
El esquema de las
negociaciones contemplaba que los mediadores se movían de un bando a otro sin
que estos se encontrasen nunca, pero al ser los mediadores ingleses acusados de
parcialidad por los franceses, se optó por conversaciones directas, que fracasaron,
pero con la esperanza de volver a reunirse en cuanto las condiciones fueran más
favorables.
La campaña de 1555
demostró la incapacidad de las armas para imponer una solución y el
decepcionante final de la conferencia de Marck motivó deseos mutuos de
revancha, pero ningún bando emprendió operaciones importantes, permaneciendo a
la defensiva.[17] En los campos de batalla las operaciones
discurren con suerte variada, aunque algo favorables a Enrique II, mientras las
dos cortes continúan su acercamiento diplomático para evaluar la posibilidad de
un acuerdo. Son de nuevo los franceses los que dan el primer paso, en el que
Inglaterra, donde se encontraba Felipe II como rey consorte, va a jugar el
papel de intermediario.
El hecho
diplomático más importante fue el nombramiento, en mayo de 1555, del Papa Paulo
IV, claramente hostil a los Habsburgo. En noviembre y diciembre de ese año el
Cardenal de Lorena llega a sendos acuerdos con el duque de Ferrara y con el
Papa, cuyo propósito principal era la conquista del ducado de Milán y el reino
de Nápoles, en el que el Papa había prometido investir como rey a un hijo menor
del rey de Francia.
El otoño de este
año, al callar las armas, llega el tiempo propicio para negociaciones, además el
25 de octubre Felipe II recibía la herencia de los Países Bajos y el 16 de
enero de 1556 la de los reinos hispánicos, pero Carlos V, antes de abandonar el
trono quiso dejar firmado un acuerdo para que Felipe II no heredara una
situación confusa. Ante la corte francesa Felipe II parecía un rey pusilánime e
inexperimentado y aunque su llegada también suponía ciertas amenazas, esperaban
que Felipe II aceptara una paz en términos próximos a los que se expusieron en
Marck.
En noviembre el
condestable Montmorency enlaza con la corte de Bruselas, ocultando el acuerdo con
el Papa que podría hacer fracasar sus gestiones de paz. A la oferta francesa de
enviar a Coligny para discutir sobre la liberación de prisioneros respondió
Granvela positivamente, precisando que las conversaciones serían en nombre de
Carlos V y de Felipe II. La dificultad estribaba en que la diferente calidad de
los prisioneros era favorable a Carlos y Felipe. Los representantes de ambas
partes, que no gozaban de la calidad de plenipotenciarios, son principalmente
hombres de armas, gobernadores de provincias fronterizas, fijándose como lugar
de la reunión la Abadía de Vaucelles, en el obispado de Cambrai. Las reuniones
se inician el 13 de diciembre y pronto se llegó a un acuerdo sobre los
prisioneros.
Los representantes
franceses Coligny y L'Aubespine ofrecieron el 10 de enero de 1556 un tregua,
aunque presentada como ultimátum. El acuerdo de tregua de cinco años fue
discutido y firmado en tres días, del 3 al 5 de febrero de 1556. No se hizo
mención a acuerdo alguno sobre los prisioneros ante la intransigencia española,
ni tampoco sobre exigencias territoriales.
Para el rey de
Francia era suficiente el acuerdo al no tener que ceder ninguna ganancia
territorial. La parte imperial demostró a sus aliados que había defendido sus
intereses, al haber presentado una larga lista de reivindicaciones que
afectaban a sus estados. Ambas partes presentaron la tregua como el preludio de
un acuerdo de paz más firme.
Para Felipe II las
relaciones con Francia eran de capital importancia, pues al tener que afirmarse
entre sus pares, interpretarían como debilidad su actitud en favor de la paz.
En Bruselas la tregua fue criticada y los representantes Lalaing y Renard
fueron desautorizados por no seguir las instrucciones recibidas, perdiendo crédito
con Carlos, pero no con Felipe, quién continuó asociándolos a las relaciones
con Francia.
5.3. La guerra 1557-1558
Desde junio de 1556
la tregua estaba en peligro ante la actitud hostil del Papa Paulo IV a los
intereses de España, lo que permitió la reactivación de la acordada Santa Liga
con Francia. En julio el Papa declara que el emperador y su hijo, al ayudar a
los excomulgados Colonna, caían en la misma condena. Felipe II declara no admitir
semejante afrenta y ordena al duque de Alba hacer ceder al Papa por medio de
conversaciones y, en caso de fracaso, con operaciones limitadas. Enrique II se había
comprometido a defender al Papa en virtud de su alianza y como las condiciones
impuestas por Paulo IV para la paz fueron juzgadas excesivas, la guerra
continuó entre las dos monarquías.
La Guerra ocupó
1557-1558, siendo el Papa el principal artífice de la ruptura de la tregua,
pues había acordado que él iniciaría la guerra para que Enrique II pudiera
intervenir en su defensa, aunque las desuniones entre los aliados iban a marcar
la campaña. En esta ocasión el rey de Francia no pudo contar con el apoyo de la
flota turca, pues Solimán se negó a facilitarlo. Por su parte, la estrategia
ofensiva de Felipe II iba a dar sus frutos y la declaración de guerra de la
reina de Inglaterra a Francia tuvo también un importante valor simbólico y
material.[18]
El ultimátum del duque de Alba en agosto no
surtió efecto, por lo que el 1 de septiembre de 1556 comienzan las hostilidades
que finalizaron con la toma del puerto de Ostia, llegándose a un acuerdo con el
Papa, pero en enero de 1557 el duque de Guisa iniciaban sus operaciones en
Italia, lo que supuso una nueva ruptura con el Papa. Los franceses, subestimando a Felipe II, y sin
intenciones de llevar a cabo operaciones de envergadura, consiguieron algunas
ventajas, como la recuperación de Ostia, pero fueron perdiendo terreno poco a
poco hasta que tuvieron que retirarse a Francia tras la derrota de San Quintín
el 10 de agosto de 1557. Fue entonces cuando el Papa se avino a la paz, que
para Fernández Álvarez, supondría la hegemonía española en Italia.[19]
En el frente de los
Países Bajos el intento el 6 de enero de 1557 de Coligny de ocupar Douai y el
saqueo de Lens, es visto por Felipe II como una provocación y una rotura de la
tregua. Enrique II desautoriza a Coligny, pero este incidente da pié a Felipe
II para hacer frente a Francia con firmeza, ordenando al duque Manuel Filiberto
de Saboya iniciar la campaña al poner sitio a la plaza francesa de San Quintín,
defendida por el almirante Coligny, en
cuyo auxilio acudió el condestable Montmorency con el grueso del ejército
francés, que sufrió allí una aplastante derrota. Felipe II no quiso explotar el
éxito ante las dificultades financieras existentes y se conformó con ocupar la
plaza de San Quintín. Estas operaciones se saldaron con la captura por los
españoles de numerosos prisioneros, entre ellos, Montmorency, Coligny y
Saint-André. Ante la grave situación planteada, al quedar abierto el camino de
París, Enrique II ordenó la retirada del ejercito de Italia para garantizar la
defensa de Francia.
En enero de 1558, en
vez de emprender operaciones en los Países Bajos, el duque de Guisa llevó cabo con gran sigilo y decepción una campaña con la
que ocupó la plaza inglesa de Calais, poniendo a Francia en mejor situación
para una futura negociación. Ante el agotamiento financiero de ambos
contendientes, pues obtener victorias era tan caro como las derrotas, unido a las
inquietudes religiosas por el auge de la reforma, renace el deseo de paz para poder
concentrarse en la lucha contra la herejía.[20]
5.4. Marcoing, Lille, Cercamp y Cateau-Cambrésis
En esta fase de la
guerra 1557-1558 el rey de España se lanza a ganar la reputación entre sus
pares y defender su honor y consigue que Francia pierda las ventajas que había
obtenido hasta entonces. La oportunidad para la paz se presenta cuando Cristina
de Lorena, sobrina de Felipe II, retirada en los Países Bajos, expresó el deseo
de visitar a su hijo, que residía en la corte de Enrique II, lo que el rey
acepta, llegándose a un acuerdo de reunión a mediados de abril. Esta vez los representantes para las conversaciones estaban
más cualificados que en Vaucelles; Cristina de Lorena asiste con la delegación
española. Granvela y el cardenal de Lorena, asisten acompañados de grandes
señores y secretarios de alto nivel que ya habían participado en las
negociaciones anteriores.
La reunión tiene
lugar en Marcoing, en las cercanías
de Cambrai, en donde estaba acantonada una fuerte guarnición española, sin
ningún resultado concreto, sin embargo la postura de cada campo había
evolucionado sensiblemente desde Vaucelles. En opinión de Granvela, Enrique II
trataba de obtener una paz firmemente establecida y perpetua; en cambio el
gobierno español escoge permanecer a la expectativa, mostrándose menos que
nunca dispuesto a descubrir sus intenciones, insistiendo en su posición de Marck.
La reunión dura
solo tres días, del 15 al 17 de mayo de 1558, pues las operaciones militares ya
habían comenzado y los franceses asediaban Thionville, que se rinde el 23 de
junio. La contrapartida es la derrota del mariscal de Terme en Gravelinas el 13
de julio de 1558 ante las tropas españolas mandadas por el conde de Egmont, imponiéndose
un cierto equilibrio que de nuevo propiciará la apertura de negociaciones de
paz.[21]
Después de Marcoing
las conversaciones no se detuvieron en ningún momento. La corte de Bruselas
quiso imponer como intermediarios al condestable de Montmorency y Saint- André,
prisioneros desde San Quintín, que obtienen la autorización de su rey pero sin
conferirle poderes, lo que permitirá que incluso sin haber finalizado la
campaña de 1558 se reunieran con el príncipe de Orange, Granvela y Ruy Gómez de
Silva.
Estos prisioneros
franceses estuvieron sometidos a fuerte presión por los españoles,
amenazándolos de volver a enviarlos a sus prisiones, lo que surtió efecto, pues
aceptaron abordar, de manera general, tres asuntos: las condiciones de
intercambio de las plazas de Picardía y Flandes; la boda del infante Don Carlos
con Isabel de Valois, la boda de una princesa francesa con Emmanuel Filiberto
de Saboya; y por último una devolución de plazas de Saboya más generosa que la
hecha en Marcoing.
El representante
elegido por Enrique II fue Claude de L'Aubespine que llegó a Lille con nuevas
instrucciones y asegurarse de los deseos de paz españoles. A mediados de
septiembre Felipe II manifiesta a L'Aubespine que estaba dispuesto, en
principio, a aceptar una reunión de plenipotenciarios, interpretando los
franceses que Felipe II deseaba tanto la paz como ellos, por lo que parecía que
este preludio de Lille se cerraba con buenos augurios.
La siguiente ronda
de conversaciones tuvo lugar en Cercamp,
comenzando el 12 de octubre 1558 y se centraron sobre el futuro de Calais, las
plazas de Picardía y los territorios ocupados por ambas monarquías en el
noroeste de Italia. La postura española se sustentaba en que aunque contaba con
menos plazas para intercambiar que los franceses, su valor estratégico era
mayor. Se acordó la restitución de las conquistas realizadas a ambos lados de
la frontera franco-alemana, pero la parte española propuso que ya que aceptaba
la restitución de las plazas, la parte francesa debería hacer lo mismo, y en
reciprocidad a que España renunciaba a invadir los estados de Enrique II,
Francia no debería retener ninguna plaza que facilitara el ataque directo a los
territorios de Felipe II.
Francia también
exigía una mínima satisfacción para sus pretensiones sobre el ducado de Milán,
aceptando ceder una gran parte del ducado de Saboya, conservar Calais, y posiciones firmes en el
norte de Italia, y recuperar San Quintín, Han y Le Catelet. Los delegados
franceses también sugieren el matrimonio de Don Carlos con Isabel de Valois, que
fue aceptado, y el de Margarita de Valois con Emmanuel Filiberto, este ultimo
como condición para reintegrarle sus estados de Saboya, a excepción de doce
plazas en Piamonte, lo que fue considerado inaceptable por la parte española, que
exigía, sin éxito, que Enrique II abandonara todas sus posesiones en Italia. Con
las posiciones encontradas se suspenden las negociaciones en espera de los
delegados de María Tudor.
Cuando se
reemprenden las negociaciones, los franceses hacen numerosas concesiones y
propuestas, con la intención de retener Calais y posiciones estratégicas en el
Piamonte, tratando de asegurar formalmente que Felipe II restituiría las plazas
de Picardía. Finalmente ambas partes cedieron ante sus deseos de paz, dejando
al margen la cuestión de Calais, que quedó sometida a la decisión del gobierno
inglés, pero la muerte de María Tudor obliga a
suspender las negociaciones en espera de un nuevo gobierno inglés.
La suerte de Calais
se dejó para la siguiente ronda de conversaciones oficiales que comenzaron en Cateau-Cambrésis el 10 de febrero de
1559. La postura inglesa era que ya que Felipe II había arrastrado a Inglaterra
a la guerra, debería ser él quien consiguiera su restitución, lo que también deseaba
el propio rey. Para hacer presión, Enrique II hacía ver el peligro de una
invasión francesa de Inglaterra desde Escocia, en la que su nuera, la reina
María Estuardo tenía los mismos derechos a la corona que Isabel I. El 12 de
marzo se firma la paz entre Francia e Inglaterra por la que Calais pertenecería
a Francia durante ocho años tras los que sería restituida a Inglaterra, y
Enrique II sacrificaba sus intereses escoceses.
A partir del 15 de
marzo se inicia la redacción de un anteproyecto de tratado, en medio de
sucesivas concesiones francesas, cuya posición se debilita en los momentos
finales. Enrique, a juicio de Haan, con un juego de disimulación y farol,
intentó detener la guerra por medio de grandes concesiones, pero sus
adversarios le forzaron a ceder más[22]. Finalmente
el 2 de abril, la delegación francesa propone a Felipe II, que acababa de
enviudar, casarse con Isabel de Valois en las condiciones ya establecidas, y sellar
de esta forma la reconciliación de ambas monarquías.
6. EL TRATADO DE PAZ DE CATEAU-CAMBRESIS
La paz se firma los días 2 y 3 de abril de 1559 y con ella España afirma su
supremacía en Italia, con presencia en Milán, Sicilia y Cerdeña, además del marquesado de Finale y los presidios
toscanos. Francia mantiene los tres obispados de Metz, Toul y Verdún, pero debe
renunciar en Italia a Nápoles y Milán, y
reintegrar Córcega a los genoveses. Asimismo debe devolver Saboya y el Piamonte
a Emmanuel Filiberto, pero mantendrá provisionalmente cinco plazas fuertes,
además del marquesado de Saluzzo. En la frontera septentrional tendrá ocho años
el dominio de Calais y recupera San Quintín y otras plazas. Los matrimonios
acordados servirán para sellar el tratado y reforzar la amistad entre los
príncipes.[23]
La paz fue muy mal acogida en Francia, en la que costaba abandonar Saboya y
el Piamonte ocupados durante más de veinte años[24]. Una vez firmada la paz y
en cuanto erradicar la herejía se convierte en el principal objetivo de Enrique
II, el secreto más absoluto rodeó los detalles de las negociaciones de paz. Se
intentó de manera deliberada evitar toda publicidad a los artículos del tratado.
En España, al contrario que para Francia, el tratado de paz fue uno de los
mayores logros diplomáticos conseguidos en su historia, según Fernández Álvarez [25].
Hay tres factores, según Hann, que influyeron en el logro de la paz. El
primero es el estrecho margen de maniobra financiera del que podían gozar los
gobiernos y aunque el mantenimiento de los ejércitos en campaña era muy
oneroso, todavía podían hacer alguna leva incrementando el déficit; pero como también
afirma el mismo autor, la cifra del déficit no es el factor determinante, pues
el nervio de la guerra no es el dinero sino el crédito y en este terreno Felipe
II tenía ventaja. El segundo factor está al margen de las operaciones
militares, pues los contendientes intentan impedir la capacidad de empréstito y
las actividades comerciales del adversario. La guerra comercial se mostró
eficaz y el comercio español se vio tan dañado que en 1554 la regencia
castellana pidió al rey, sin éxito, el suavizar las restricciones de comercio
con Francia, a lo que el rey se opuso, al contrario que en Francia, donde ante
la petición de los comerciantes, Enrique II debe suavizar las prohibiciones,
pues necesitaba su crédito para la conquista de Calais. El tercer factor que pudo influir en el logro
de la paz fue el de los problemas internos, sobre todo la división religiosa de
Francia motivada por la reforma, que desde 1557 surge con fuerza desde la
clandestinidad, pero además por la necesidad de Felipe II de regresar a España
en donde había habido una revuelta en Aragón y en la que se creía que el
principal enemigo no era el francés, sino el turco en el Mediterráneo.[26]
El problema de la herejía y el acuerdo de colaborar para combatirla en los
respectivos países se pone de manifiesto en el tratado cuando dice que "procurarán la convocación y
celebración de un santo concilio universal...y que emplearán de todo su poder ...para
reformar y reducir toda la iglesia cristiana a una verdadera unión y
concordia..."
La paz de Cateau-Cambrésis significó además la formalización del statu quo de unas monarquías que intentaban consolidar su
poder en el interior, pero que debido a su capacidad de acción internacional surgirán
entre ellas espacios de conflicto al coincidir sus intereses de expansión. En
esta época aparecían nuevas formas de
enfrentarse al poder de los reyes basadas en las diferencias religiosas que
desafiaban la unidad de los reinos lograda bajo el concepto cuius regio eius religio, forzando a los
soberanos a tener que escoger entre la política de intolerancia religiosa o la
de tolerancia. En 1559 se daban las condiciones para un conflicto religioso a
escala local, pues los nobles y las ciudades encontraban en el argumento
confesional la forma de intentar limitar los poderes de la corona, lo que dio
lugar a largas y cruentas guerras.[27]
El tratado entre Francia y España no contemplaba asuntos como la situación
de los obispados y sin solventar algunos problemas, como el del futuro de sus
relaciones con Inglaterra, o el muy importante del monopolio español de la
navegación y comercio con América que enfrentaba la visión de legítima
propiedad española de las tierras de América, y la francesa de la libertad de
navegación y de establecimiento en tierras no ocupadas por España.
7. EL PERÍODO DE LAS GUERRAS DE RELIGIÓN EN FRANCIA
Este período se
inicia en 1595 tras la paz de Cateau-Cambrésis y la muerte de Enrique II, hasta
la firma del edicto de Nantes y la paz de Vervins en 1598. Es un tiempo de
conflictos civiles y confesionales que afectan al poder real, pero que no son
más que un aspecto regional de otro que asola la Europa del XVI, en el que se
enfrenta el catolicismo triunfante de Trento con la Reforma.
7.1. Preludios y Primera Guerra de religión.
Una vez conseguida
la paz con España, Enrique II guiado por los Guisa inicia una política de
represión del protestantismo que demandaba del poder político su reconocimiento
formal. Francisco de Lorena, duque de Guisa
y su hermano Carlos, cardenal de Lorena son las figuras católicas clave.
Numerosos miembros de la alta nobleza se habían adherido al calvinismo, como
Antonio de Borbón, esposo Juana de Albret, heredera de Navarra; su hermano
Luís, príncipe de Condé, y los tres hermanos Châtillon, sobrinos del
condestable Montmorency: Francisco d'Andelot, coronel-general de la infantería,
Gaspar de Coligny, almirante de Francia, y el obispo-príncipe de Beauvais,
Odet. El apoyo de estos miembros de la nobleza animó a los calvinistas a salir
al abierto con sus cultos y manifestaciones desafiando al poder real.
Los monarcas de Francia
y España habían acordado luchar contra la herejía cada uno en su propio reino,
pero el de España estaba presto a facilitar ayuda si se le solicitaba. A la muerte
de Enrique II accede al trono su hijo Francisco II, al que su padre le ruega
antes de morir que implore la protección del rey de España.
El reinado de Francisco
II (1559-1560), es una continuación del de su padre, promulgando nuevos decretos
para endurecer las penas, pues consideraba que la unidad religiosa del reino
era indispensable. En la corte, los Borbón, Antonio y su hijo Luis de Condé, forman la oposición a los Guisa. En agosto llega
a la corte el nuevo embajador español, Tomas Perrenot de Chantonnay, que es recibido
con grandes muestras de amistad.
En relación a la
lucha contra la herejía en Francia, Felipe II veía con agrado la política del
cardenal de Lorena, aunque Chantonnay la criticaba pues veía que se castigaba principalmente a la gente sencilla
y no a personas principales. La reacción de los hugonotes se materializó en la
conjura de Amboise que se saldó con un baño de sangre que propició la
resistencia violenta a la política de represión. En España sus ecos sirvieron
para hacer más presión sobre la corte de Francia para que insistiera en la
misma política, pero el incremento de poder de Catalina de Médicis alarmó a
Felipe II.
A la muerte de
Francisco II en 1560 se inicia un período en Francia marcado por la
personalidad de Catalina de Médicis, que se hace cargo del poder por la minoría
de su hijo Carlos IX, ordenando a los Parlamentos aplazar las persecuciones
judiciales y liberar a los detenidos por motivos religiosos. Para apoyar su
política de tolerancia, Catalina concedió a Antonio de Borbón, primer príncipe
de sangre y cardenal de Lorena, el título y el poder de Lugarteniente General
del reino, consiguiendo ella que se le concediera el título y las prerrogativas
de regente.
Felipe II trata de
intervenir en la corte francesa avisando que apoyará a los católicos franceses y
trata de conseguir la colaboración de Antonio de Borbón. La regenta no se
mostraba dispuesta a aceptar la tutela de su yerno y además creía que la
política represiva no estaba dando resultados. Felipe II intentó conseguir el
apoyo de Antonio de Borbón, para lo que había que darle alguna satisfacción a
sus pretensiones sobre Navarra. Las gestiones españolas fueron complejas, con
ofertas de satisfacciones alternativas y finalmente tuvieron éxito, pues
gracias a su intervención se consiguió que los principales hugonotes salieran
de la corte.[28]
Para iniciar su
política de reconciliación religiosa, Catalina nombra canciller a Michel de
L'Hôpital, que en el Edicto de enero de 1962 concede a la iglesia reformada un
reconocimiento oficial y libertad de culto fuera de los recintos amurallados de
las ciudades y en casas particulares dentro de ellas. En la reunión de los
Estados Generales de Poissy y Pontoise esta política de conciliación es
compartida por la nobleza y el tercer estado, pero el "tercer
partido" también llamados los "políticos" preconiza soluciones
de compromiso.
Como consecuencia
de la reacción católica a esta política, en abril se forma el "triunvirato"
entre Francisco de Guisa, el condestable Montmorency y el mariscal de
Saint-André. En esta misma época, en enero de 1562, comienza la última fase del
Concilio de Trento, a donde se trasladó el Cardenal de Lorena con algunos
obispos franceses, quienes a su regreso trataron de aplicar los decretos
tridentinos, pero chocaron con el fuerte sentimiento galicano francés y su
aplicación fue rechazada.
La masacre de Vassy
marca el inicio de la primera guerra de religión (marzo de 1562-marzo 1563) que
como las dos siguientes siguen el mismo esquema: toma de armas, operaciones
militares fragmentarias, paz incompleta y preparación de la revancha[29].
En esta guerra se enfrentan dos capitales: Paris, fiel a los Guisa, y Orleans,
plaza fuerte de la Reforma, con Condé y Coligny.
Felipe II interviene
ofreciendo infantería española, italiana y caballería de los Países Bajos.
Margarita de Parma, desde Bruselas, se opone a mandar tropas en ayuda del tradicional
enemigo francés, ni dar pie a la intervención de los príncipes protestantes alemanes.
A finales de junio Antonio de Borbón comenzó la ofensiva católica, centrándose
en la recuperación de Orleans, y en el suroeste, con la ofensiva de Monluc,
apoyado por tres mil veteranos españoles. Los combates están marcados por los
éxitos católicos y por la desaparición en ellos de los jefes de los dos
partidos, lo que facilitó las gestiones de Catalina para lograr la paz. La
guerra finaliza con el edicto de pacificación de Amboise, que concede la
libertad de conciencia, pero restringe la libertad de culto a ciertas personas
y a determinados lugares en las ciudades.
En agosto de 1564
se proclama la mayoría de edad de Carlos IX, con Catalina en el poder, decidida
a sacudirse la tutela de Felipe II, y reemplazar al embajador Chantonnay, al
que junto con su hermano Granvela en los Países Bajos, creía que eran los
principales opositores a la alianza con España. Con el nuevo embajador, don
Francés de Álava, Felipe II emplea otra manera de tratar a Catalina, con afecto
y cordialmente, para que esta le expusiera sus intenciones y hacerle ver su
disgusto si se gobernaba con protestantes.
7.2. Las entrevistas de Bayona
En el viaje que
Catalina de Médicis emprende por Francia con su hijo el rey Carlos IX, intenta entrevistarse con Felipe II, lo que el
rey inicialmente rechaza, pero a través de don Francés le hace ver que si se
van a tratar asuntos de importancia acudiría. A la vista de que Catalina no
manifestaba sus intenciones, Felipe II accede a que se entreviste en Bayona,
entre el 14 de junio y 2 de julio de 1565, con su esposa la reina Isabel de
Valois, acompañada del duque de Alba y
de Juan Manrique de Lara. Esta entrevista levanta las sospechas de los
hugonotes sobre una alianza con Felipe II cuya política religiosa represiva en
los Países Bajos temían y quizá fuera la razón, apoyada por su Consejo, por la
que el rey no acudió a la entrevista.
Las negociaciones
de Bayona no fueron fáciles y ambas partes esperaban que la otra mostrara
primero sus intenciones, aunque los consejeros católicos franceses sugirieron,
al margen de las reuniones, la solución de prohibir el culto reformado y
apartar a los cabecillas o eliminarlos, lo que coincidía con las intenciones
españolas. En las reuniones oficiales hubo los altibajos habituales con
Catalina, pero finalmente parece que la solución fue a satisfacción de las
pretensiones españolas, aunque no hay prueba documental de un compromiso, que
seguramente incluiría la prohibición del culto calvinista y el alejamiento de
la corte de los cabecillas.[30]
7.3. Los franceses en Florida
Los franceses, inducidos
por el almirante Coligny, con buques tripulados por hugonotes de Bretaña y
Normandía, proyectaban el establecimiento firme en algún puerto que les
sirviera de base de operaciones en las Antillas. Pensando que Florida era el
mejor lugar, zarpó de Dieppe Jean Ribaud que construyó un fuerte de madera en
la boca del río Santa Cruz.
Inmediatamente el
almirante Coligny preparó en el Havre una segunda expedición mandada por René
de Laudonniére, que se dedicó en 1565 á operaciones de corso, provocando á los
españoles de las Antillas. Pero al poco de la segunda llegada de Ribaud, la
escuadra de Pedro Menéndez de Avilés fue enviada para expulsarlos, exterminando
á los colonos, sin distinguir sexo ni edad. Laudonniére y los que escaparon,
unos 800 o 900, se rindieron a los españoles mediante capitulación, pero en
septiembre de 1565 Menéndez ordenó degollarlos por herejes luteranos.[31]
Estos incidentes
ocurrieron antes del comienzo de la conferencia de Bayona, pero en enero de
1566 llegó la noticia de la masacre, lo que levantó la indignación en la corte
francesa y sobre todo entre los hugonotes que clamaban venganza. La respuesta
española hizo ver que se había tratado de una invasión de sus tierras por
piratas y herejes que querían predicar en aquella tierra su doctrina. Catalina
estaba furiosa con la matanza y Felipe II indignado por la condescendencia de
la reina con Coligny, por lo que, en nombre del mantenimiento de la amistad el
asunto se dejó dormir.
7.4. La Segunda y Tercera Guerra de Religión.
Desde finales de
1566 la rebelión avanzaba en los Países Bajos, y en verano de 1567 cuando el
duque de Alba pasó desde Italia por la frontera este de Francia, los reyes
temieron que la presencia de hugonotes en la corte les comprometiera en el
conflicto, y ordenaron su partida. La enérgica represión del duque de Alba
movió a los hugonotes a actuar para separar al rey de sus consejeros católicos.
Condé es el responsable de la segunda guerra (septiembre 1567- marzo 1568) con
su intento de capturar al rey y a Catalina. La reacción real la encabeza el
duque de Anjou, que toma el mando de las fuerzas católicas para liberar Paris.
Mientras tanto Catalina, en contra de los deseos españoles seguía con sus
intentos de lograr la paz, consiguiéndola en marzo de 1568 en Longjumeau, al
restablecer el Edicto de Amboise sin límites ni restricciones, lo que evidencia
el fracaso de su política de moderación. El nombramiento del cardenal de Lorena
como Canciller, da satisfacción a las cortes de Madrid y Roma, pues seguirá una
política de represión religiosa que inicia con los edictos de final de 1568 que
prohíben toda religión que no sea la católica, manteniendo solo la libertad de conciencia.
La paz duró poco y
provocó la reacción de los católicos que organizan ligas regionales iniciando violencias
y asesinatos contra los hugonotes, comenzando así la tercera guerra (septiembre
1568- agosto 1570). Coligny rehace su ejército en el sur, dirigiéndose a operar
en el valle del Loira y consigue también el apoyo de los rebeldes neerlandeses,
por lo que el cardenal de Lorena pide urgente ayuda a España. Esta petición
llega en el peor momento, pues la reina Isabel de Valois acababa de fallecer el
3 de octubre de 1568, lo que tendrá importantes repercusiones políticas pues con
ella se perdía una fluida vía de comunicación entre ambas monarquías.
Tras la muerte de
Condé en la batalla de Jarnac en 1569, Enrique de Navarra y el joven príncipe
de Condé son reconocidos como los jefes del partido y ejército protestante. La
guerra continuó con altibajos, con la llegada
de tropas alemanas y holandesas y la intervención de las españolas, que
no tendrían ocasión de combatir por falta de interés de los franceses. El
ejército real obtuvo resonantes victorias, aunque Catalina, buscando de nuevo
el entendimiento y la paz, intenta
sellarla con la dimisión del Cardenal de Lorena y el matrimonio de su hija
Margarita con Enrique de Borbón, a pesar de la necesidad de dispensa papal, a
lo que el Papa se opone con el apoyo de Felipe II que envía al general de los
jesuitas Francisco de Borja para convencer a Catalina, sin conseguirlo.
La paz de
Saint-Germain de agosto de 1570 asegura a los protestantes la libertad de
conciencia y una limitada libertad de culto, pero añade la concesión de cuatro
plazas de seguridad y el regreso de Coligny al Consejo en la corte. Supone el
golpe de muerte a la política de amistad y colaboración con España contra el protestantismo
y desde entonces las relaciones entre ambas monarquías giran hacia la
desconfianza y la incertidumbre.[32]
El embajador
español continuaba quejándose a Catalina y al rey de las acciones de los
corsarios franceses y de los preparativos de una armada en La Rochelle, lo que
provocó el enfado de ambos que pidieron a Felipe II su relevo, a lo que accede,
y envía en su lugar a don Pedro de Zúñiga, pero rechazando las malévolas
intenciones que se le imputaban.
Carlos IX cedió a
la petición de ayuda de los hugonotes y concedió subsidios a Luis de Nassau,
quien con un ejército de refugiados neerlandeses y hugonotes cruzó la frontera
y tomó por sorpresa Mons. Se hizo gran presión para que Carlos interviniera en
apoyo de la invasión pero Catalina logró frenarlo por temor a la guerra con
España, pues Alba ya había avisado que si eso sucedía daría la guerra por
declarada. La plaza de Mons quedó cercada por las tropas de Alba y en julio de
1572 una fuerza dirigida por el señor de Genlis que intentaba socorrer Mons fue
sorprendida y destrozada por don Fadrique de Toledo, hijo del duque de Alba.
Carlos IX y
Catalina negaron toda participación en la operación, y prometieron a Felipe II
castigar a quienes regresaran a Francia. Por parte hugonote, el almirante
Coligny acusaba a Genlis de haberse precipitado sin esperar los refuerzos del
príncipe de Orange. Debió de ser entonces, según Vázquez de Prada,[33]
cuando Catalina temerosa de una guerra con España decidió la eliminación de
Coligny.
7.5. La noche de San Bartolomé y la cuarta guerra.
El 18 de agosto de
1572, tiene lugar la boda de Margarita de Valois con Enrique de Navarra, sin
dispensa papal y sin que él renegara de la religión reformada. La situación se
complica cuatro días después con el intento de asesinato de Coligny, que era
favorable a una alianza con los Países Bajos sublevados contra España. En la
noche del 23 al 24 se decide en el consejo que la mejor solución es la eliminación
de los líderes protestantes, que se inicia con Coligny. Carlos IX hizo
declaración pública de que las matanzas se habían efectuado de su orden para
contrarrestar una conspiración contra él y su familia. Enrique de Navarra huye
de la corte, pero antes abjura del protestantismo por primera vez.
La reacción
española a la matanza fue de satisfacción, pues parecía que el rey se decidía a
aplicar las medidas necesarias para acabar con la herejía y con sus súbditos
rebeldes, aunque las verdaderas razones hubieran sido políticas y no
religiosas. La matanza no acabó con la resistencia hugonote y su venganza dio comienzo
a la cuarta guerra, (octubre 1572 - julio 1573) que finaliza con el edicto de
Boulogne, que otorga nuevas concesiones a los protestantes y al que se opone la
corte española, pero la influencia del embajador español en esta época ya había
disminuido considerablemente.
La guerra no acaba
totalmente, pues los protestantes del sur permanecen en armas y exigen el libre
ejercicio de la religión en todo el reino, encontrando el apoyo de Francisco, duque
de Alençon, cuarto hijo de Catalina y jefe del partido de los "malcontents" que se acerca a
los protestantes. Los aliados alemanes y holandeses de los malcontents preparan un nuevo ataque contra Flandes, pero son
derrotados por Luís de Requesens en Mook Heide.
8.
DE ENRIQUE III A ENRIQUE IV
8.1.
El reinado de Enrique III
A la muerte de
Carlos IX accede al trono su hermano Enrique III, el más católico de los
Valois, quien se encuentra con el dilema de aplicar una política católica, que
significaría favorecer a los Guisa o inclinarse hacia los malcontents, lo que significaría apoyar a los hugonotes y
enfrentarse al rey de España. Su solución fue la de permanente ambigüedad ante Felipe
II y ante sus súbditos, pero, según Vázquez de Prada, fue su política, las
ambiciones y odios, más que la
intransigencia religiosa lo que dio lugar a tres guerras sucesivas entre 1573 y
1584. [34]
En la quinta
guerra, y primera de esta fase (noviembre 1574 - mayo 1576), el duque de
Alençon, ya convertido en duque de Anjou, huye del Louvre, donde estaba
retenido y consigue reunir un potente ejército, pero no quiere enfrentarse a su
hermano. Catalina convence al rey de la necesidad de negociar, y el éxito de la
alianza de los malcontents y los
hugonotes llevan al Edicto de Beaulieu de mayo de 1576 (paz de Monsieur), que
parece una capitulación del gobierno, al conceder la libertad de culto en todos
los lugares del reino y dar a los hugonotes ocho plazas de seguridad.
El rey parece
incapaz de asegurar la unidad religiosa lo que motiva que los católicos se
organicen en una "santa y cristiana liga" dirigida por el joven duque
de Guisa, de la que Enrique III se nombra jefe, declarando en los Estados Generales
de Blois que no tolerará más que una religión en su reino, lo que conduce a la
sexta guerra de religión (agosto 1576 - septiembre 1577) que finaliza con la
paz de Bergerac, confirmada por el edicto de Poitiers en 1577, que restringe
las libertades concedidas a los protestantes en la paz de Monsieur. La séptima
guerra es iniciada en 1579 por Enrique de Navarra, vuelto al protestantismo, en
la que muchos hugonotes no participan, y finaliza con la paz de Fleix de 1580,
que dará a Francia tres años de paz.
8.2. Intervención del duque de Anjou en Flandes
La paz en Francia y
la inestabilidad en los Países Bajos avivan las apetencias del duque de Anjou
sobre ese territorio y animado por los rebeldes, ante la inesperada muerte de
Requesens, pretende marchar a los Países Bajos en búsqueda de una corona. El
nuevo gobernador, don Juan de Austria, decide esperar refuerzos de Italia para
tomar la ofensiva y solicita tropas al duque de Guisa, mientras los Estados
Generales de los Países Bajos, rebeldes al rey,
envían peticiones a Enrique III y a Anjou. El rey francés asegura a
Felipe II que no quiere complicaciones con España y prohíbe a sus súbditos
participar en la revuelta de los Países Bajos.
Las tropas
españolas llegan de Italia al mando de Alejandro Farnesio, duque de Parma, que
derrota a los rebeldes en Gembloux en enero de 1578. Pero en febrero el duque de Anjou escapa de
la corte y entra en los Países Bajos, desautorizado por Enrique III. Anjou
llegó a duras penas a Mons, pero su cuerpo principal no pudo cruzar la frontera
por la oposición del rey y quienes lo hicieron fueron derrotados, por lo que
tuvo que regresar a Francia.
En 1581 el duque de
Anjou intenta de nuevo su empresa en los Países Bajos, dirigiéndose a Cambrai,
en donde se le abrieron las puertas, ante el desinterés del duque de Parma por
el hecho. Anjou, sin tropas ni dinero tuvo que retirase, convencido que en
Inglaterra conseguiría el apoyo y la mano de Isabel, pero solo le concedió
dinero, lo que le permitió desembarcar en Amberes, en donde recibió dinero de
la corte y 12000 infantes y caballería, que acamparon en los alrededores de la
ciudad de la que intentó adueñarse Anjou, siendo rechazado por las milicias
urbanas.
El embajador español
Tassis insistió sin éxito en iniciar conversaciones con Anjou, que se
encontraba muy enfermo en Dunkerque; también Catalina intentó inútilmente convencerlo
de que se retirara de Flandes, haciéndolo a Cambrai, que era la única plaza que
poseía. En su regreso a Paris a buscar apoyo, falleció agotado el 10 de junio
de 1584, legando la plaza a Enrique III, que la transfirió a su madre por temor
a las represalias de Felipe II.
La muerte del duque
de Anjou abre el problema de la sucesión
a la corona, pues Enrique III no tiene hijos y en consecuencia su sucesor, en
aplicación de la ley Sálica, debería ser Enrique de Navarra: un hereje, lo que plantea
el problema de si un hereje puede ser el rey cristianísimo de Francia. Ante
esta eventualidad Felipe II decide
buscar un firme apoyo en el duque de Guisa.
8.3. La campaña de las Azores
La herencia de
Portugal provocó tensiones entre Francia y España. Catalina de Médicis, con
poco fundamento, pretendía conseguir compensaciones de Felipe II, pero al fracasar,
decide apoyar al Prior de Crato. Catalina seguía sin desear una guerra con
España, pero sí en cambio conseguir que Felipe II aflojara el control que
ejercía sobre Francia, por lo que alentó la revuelta de los Países Bajos. Por
su parte Felipe II encargó a su embajador en Francia que vigilara las
actividades de la flota francesa en el Atlántico, y como consecuencia recibe el
informe sobre los preparativos para enviar una flota en apoyo del Prior de
Crato.
En 1580, en la
corte francesa se presentaba la disyuntiva de ayudar a los rebeldes de los Países Bajos, apoyando la nueva invasión
que preparaba el duque de Anjou para ser reconocido como su soberano, o ayudar
a los portugueses rebeldes que no aceptaban a Felipe II, sabiendo que ambos
casos suponían oponerse a Felipe II. En evitación de un nuevo conflicto, el
embajador español advierte a los reyes que Parma estaba dispuesto a entrar en
Francia para evitar cualquier intento sobre Cambrai.
En enero de 1581
llegó el nuevo embajador Juan Bautista de Tassis, que informó a Felipe II de la
situación en Francia, afirmando que este país intentaría desestabilizar
Portugal, y que en relación con el duque de Anjou, estaba seguro que intentaría
la empresa de los Países Bajos, aunque sin apoyo explícito del Rey. Tassis se
quejó a Catalina y al rey en dos ocasiones sobre la escuadra que preparaba el
mariscal Felipe Strozzi, advirtiendo que si se apoyaba a los rebeldes
portugueses y se hacía impunemente la guerra en Flandes, Felipe II estaba
dispuesto a defenderse con todos los medios a su alcance.
Los preparativos de
la flota francesa continuaban con la ayuda explícita de Catalina de Médicis,
zarpando el 18 de junio rumbo a las Azores, mandada por Strozzi y el mariscal
de Brissac. El 27 de julio de 1582 la escuadra del Marqués de Santa Cruz la
derrotó infligiéndole gran pérdida de hombres, incluyendo el propio almirante,
y a la vista de que España no estaba en guerra con Francia los prisioneros,
fueron considerados piratas y ahorcados. Catalina, furiosa por la humillación,
decidió apoyar al duque de Anjou con dinero
y tropas. Un nuevo intento de enviar tropas con otra flota a las Azores, acabó
también en derrota en la isla Tercera, de nuevo ante la del Marqués de Santa
Cruz.
8.4. La liga y España
La embajada de
España en Francia pasa en octubre de 1584 a don Bernardino de Mendoza, y el 31
de diciembre se firma la alianza secreta del tratado de Joinville entre España
y el cardenal de Borbón, en el que se reconocía al Cardenal, príncipe de
sangre, como sucesor de Enrique III, al no poder serlo el hereje Enrique de Navarra.
Se promete estrechar la paz con España; aplicar los decretos tridentinos y
prohibir todo culto herético. Felipe II,
por su parte, prometía sustanciales subsidios.
La Liga católica se
reconstruye tras este tratado, con Paris como capital y con Enrique de Guisa
como jefe, el apoyo de sus hermanos: Carlos, duque de Mayenne, y el cardenal
Luís. El posterior manifiesto de Péronne de marzo de 1585, que resumía las
quejas de nobles, burguesía y pueblo, fue firmado por el cardenal de Borbón,
como aspirante al trono. Ante esta presión de la Liga Enrique III se ve
obligado a cederle el poder y volver a la antigua política de represión de
Enrique II, y en el edicto de julio de 1585, recoge todas las peticiones de la
Liga y retira a Enrique de Navarra todos sus derechos. Por su parte el papa
Sixto V le priva de su corona de Navarra y de todos sus derechos a la de
Francia por hereje y relapso. La hábil respuesta de Enrique fueron sendas
cartas a los tres órdenes, reprochando a los Guisa el inicio de la guerra y
afirmando no ser un hereje fanático que negara instruirse en la fe
católica.
En la octava guerra
de religión (septiembre 1585 - abril 1598), llamada de los tres Enriques, se
juega la suerte de la monarquía, bajo la cobertura de la religión. Los
príncipes de la Liga tomaron inmediatamente las armas y la primera parte de la
guerra coincide con sus victorias al mando del Duque de Guisa. Enrique III, se
encuentra en una situación comprometida, pues no quiere proseguir la guerra
hasta el aplastamiento de los hugonotes y, prácticamente sin poderes, en manos
del duque de Guisa, decide recurrir al crimen ante el ascenso de la Liga.
La decisión de
apoyar a la Liga desde 1585, supuso una sangría económica para la hacienda
española, pues el respaldo económico era de medio millón de ducados anuales,
muy por encima de sus posibilidades, sin olvidar las pensiones que se pagaban a
los dirigentes de la Liga. Esta política levantó la oposición de un sector
contrario a la política religiosa del rey, que se mantenía con las fuertes
remesas de Indias[35]
8.5. La empresa de Inglaterra y Francia
Durante los
primeros meses de 1588 se alistaba en Lisboa la escuadra para la empresa de
Inglaterra, que debía recoger en los Países Bajos al ejército del duque de Parma
y desembarcarlo en Inglaterra. Un factor importante en el que insistió Parma
para el éxito del plan fue que ni el rey de Francia ni de sus súbditos se
interpusieran al paso de la Armada frente a la costa francesa, manteniéndolos
ocupados con problemas domésticos, ni que tampoco se intentara nada contra Flandes
cuando sus tropas estuvieran embarcando.
En los primeros
meses de 1588 Bernardino de Mendoza trabajaba en estrecha colaboración con el
duque de Guisa para asegurar el tránsito sin dificultades de la Armada y el
embarque del ejército en Flandes. Guisa había dado órdenes a sus lugartenientes
de controlar los puertos y dársenas del Canal, pues podría suceder que Enrique
III los ocupara para ir en apoyo de Inglaterra, directamente o indirectamente,
por medio de un ataque a Flandes. Mendoza estaba además muy al tanto de los
movimientos de la flota inglesa por medio de las informaciones de sus
confidentes e informaba regularmente a Parma, al que había solicitado que le
informara del momento del embarque del ejército para tratar que la insurrección
de la Liga que se estaba gestando se produjera en el momento más favorable.[36]
Después del
levantamiento popular de la "jornada de las barricadas", Enrique III
consiguió escapar de París, pero sin capacidad de apoyar a los ingleses, lo que
constituyó un éxito de Mendoza. Paris se había convertido en una comuna
insurrecta contra el poder real y el duque de Guisa en un rebelde, pero que manifestaba
su respeto al rey, quien ante su situación de debilidad aceptó un acuerdo con
Guisa y la Liga, aprobando sus peticiones y convocando en Blois los Estados
Generales, en los que ordenaría asesinar al Duque de Guisa y a su hermano el
cardenal. Con estos asesinatos comienza una fase revolucionaria, en la que la Facultad
de Teología libera a los súbditos de su juramento de fidelidad y se forma en
París el Consejo General de la Unión. El
duque de Mayenne, hermano del de Guisa, es elegido lugarteniente general del
reino y jefe de la Liga.
Ante la situación
de ruptura con la Liga, se produce la reconciliación de Enrique III con Enrique
de Navarra que permite unir sus ejércitos y poner sitio a Paris, donde el 1 de
agosto de 1589 es asesinado. Antes de morir reconoce al de Navarra como su sucesor,
bajo la condición de hacerse católico. La última fase de la guerra está
dominada por la intervención de España en apoyo de la Liga, que acepta al
cardenal de Borbón como rey Carlos X, aunque el poder estaba en manos del duque
de Mayenne. En la guerra, y a pesar del apoyo de Inglaterra, las Provincias
Unidas y algunos príncipes protestantes alemanes, Enrique de Navarra se ve
obligado a levantar el sitio de Paris y Rouen ante la llegada del ejército
español de los Países Bajos bajo el mando de Alejandro Farnesio.
Felipe II veía
necesario mantener el apoyo al Cardenal de Borbón, pero estudiaba jurídicamente
sus derechos y los de la infanta Isabel al trono francés. Son momentos en los
que se intensifica la actividad diplomática española en Francia con la formación
del "triunvirato" con Bernardino de Mendoza en París, Moneo con el
duque de Mayenne, y Tassis para enlazar con el duque de Parma y facilitar los
movimientos de caudales a la Liga. La diplomacia española intentaba que la Liga
reconociera a Felipe II como "protector", concediendo subsidios para
procurar que el reino siguiera en la fe católica, pero la Liga consideraba este
nombramiento como una cesión de soberanía
En España, la muerte de Carlos X en Mayo de
1590, y el inminente nuevo asedio a París, obligaba a actuar con más decisión,
pues Enrique se había hecho proclamar por los suyos como Enrique IV. Mientras
tanto el ejército de Flandes se retrasaba en su llegada a París y Parma se
quejaba al rey de falta de tropas y dinero, y de tener
que abandonar todo lo conseguido en los Países Bajos para acudir a Francia, pero Felipe II permaneció firme,
ordenando que Francia era lo principal. Parma vuelve a escribir al rey
manifestando su disposición a obedecer pero informándole lo desesperado de la
tarea de defender Flandes, acudir a Francia y pagar a las tropas amotinadas por
falta de pagas.
Una vez reunidos
los ejércitos de Parma y Mayenne, se dirigieron a la capital cuyo sitio había
sido abandonado por Enrique de Navarra. Después de algunas operaciones en las
que se mostró el poco acuerdo de ambos jefes, Parma, sin consultarlo con Felipe
II, se retiró a Flandes dejando atrás una fracción de su ejército. Parma creía que solo con una fuerza militar de
dos ejércitos y fuertes subsidios se podría dar una solución española al
problema francés con la presentación de la candidatura de la Infanta Isabel
Clara Eugenia. Para ello el embajador español Mendoza intentó influir en la opinión pública y a la vez introducir
una guarnición española en París.
En diciembre de
1591 Parma cruza de nuevo la frontera francesa con unos efectivos poco más de
la mitad de los calculado como necesarios y con la instrucción de Felipe II
de presionar a la Liga para que los Estados
Generales pusieran en el trono francés a su hija, basándolo en los derechos
hereditarios de su madre, infravalorando la reacción francesa. Mientras
tanto el ejército se dirigía a liberar
Ruán hostigado por Enrique IV, pero las operaciones planeadas por Parma para
llegar a un encuentro definitivo con el enemigo eran obstaculizadas por la política
desleal de Mayenne. Después de ser herido en Caudebec, con sus tropas mal
pagadas y hambrientas, y ante la dificultad de mantenerse en Francia sin
suficientes fuerzas, Parma decidió retirarse a Flandes donde falleció en
diciembre de 1592.
En la reunión de
los Estados Generales, el embajador español duque de Feria, con instrucciones
de Felipe II, pero sin la presión de un fuerte ejército y con poco dinero, presentó
la candidatura de la infanta, pero los Estados decidieron respetar las leyes
del reino y abstenerse, prorrogando la
elección de un monarca católico. Enrique IV abjuró en Saint-Denis el 25 de
julio, con lo que la opción de Felipe II se desvanecía, siendo finalmente consagrado
rey en Chartres el 27 de febrero de 1594 lo que supuso un paso decisivo en la
resolución del conflicto. En agosto de 1595 el Papa Clemente VIII le concede la
absolución, a pesar de los intentos españoles de impedirlo, al considerar a
Enrique hereje y relapso, y su abjuración falta de sinceridad.
La tregua ofrecida
por Enrique y aceptada por Mayenne fue en favor del primero, que vio como se le
iban sumando ciudades mientras continuaba debilitándose la Liga y el apoyo
español de tropas y dinero. A la finalización de la tregua Enrique IV no quiso
prorrogarla y consiguió hacerse con
París por sorpresa, retirándose la guarnición española, mientras el ejército
español de socorro del hijo del conde de Mansfeld se amotinaba en la frontera.
9.
LA GUERRA CON ESPAÑA 1595-1598 Y LA PAZ DE VERVINS
El 17 de enero de
1595, Enrique IV, con la guerra civil prácticamente concluida, declara la
guerra a España, en respuesta a la política intervencionista de Felipe II, presentándola
como guerra de liberación del invasor extranjero. La postura española sostenía que
no estaba en guerra con Francia sino que combatía en defensa de la religión,
pues se desconfiaba de la sinceridad de Enrique IV, pero era una posición difícil
de mantener, pues éste estaba ya asentado en el trono, convertido al
catolicismo y a punto de ser perdonado por el Papa. España combatía en la
frontera norte de Francia, en Luxemburgo, en el Franco Condado, en Bretaña y
Guyena, infligiendo algunas derrotas al ejército francés. La posición española
se hizo aún más débil ante la suspensión de pagos del 23 de noviembre de 1596,
que paralizó cualquier acción ofensiva.
La guerra no se
presentaba tampoco fácil para los franceses, pues durante su fase final las
tropas españolas toman Amiens en marzo de 1597, aunque luego es recuperada en
septiembre, demostrando lo extremadamente difícil de mantenerse en territorio
francés, aislado y sin fuerzas suficientes, y sobre todo con los ataques de los
rebeldes holandeses en la retaguardia de Flandes. La ocupación española de la
importante plaza de Calais en abril de 1596 por el Archiduque Alberto propició
el Tratado franco-inglés de Greenwich, en el que también participaban las
Provincias Unidas y por el que Inglaterra proporcionaba a Francia soldados y
dinero.
España atraviesa
una grave crisis financiera y sus aliados van capitulando, haciéndose evidente el cansancio en ambos bandos, que demandan ya
la paz. El Archiduque Alberto había
llegado como gobernador de los Países Bajos, con la orden de ocupar el mayor
número posible de plazas, pues se veía como inevitable el tener que hacer la
paz con Francia, para lo que ya trabajaba el Papa Clemente VIII y su nuncio en
España. Los primeros contactos tuvieron lugar en verano y otoño de 1596. En
1597 continúan las conversaciones, que se interrumpen tras la toma española de
Amiens, pero se reanudan en septiembre cuando los franceses la recuperan,
continuando en noviembre en San Quintín. La situación militar española se
complica, pues aprovechando la ausencia de tropas españolas, Mauricio de Nassau
ocupó algunas plazas en la frontera de Holanda, evidenciándose el dilema de que
para conservar los Países Bajos, era imprescindible la paz con Francia.
Las reuniones finales
de paz tuvieron lugar en Vervins en febrero de 1598, intentándose restablecer
el statu quo de la de
Cateau-Cambresis, pues los dos estados,
agotados económicamente, necesitaban la paz, que finalmente firman el 2 de mayo
de 1598. Francia necesitaba asentar la nueva dinastía y España que el nuevo rey
recibiera una herencia pacífica. La paz fue un éxito de Enrique IV y para Felipe
II significó el fracaso de su política confesional, aunque no tuvo pérdidas
territoriales y logró romper los acuerdos de Greenwich, a pesar de los intentos
desesperados de ingleses y neerlandeses de impedir una paz por separado con
Francia.
Antes de la firma
de la paz de Vervins, Enrique IV sancionaba, el 13 de abril de 1598, el edicto
de Nantes para conseguir la pacificación, la reconciliación y la reconstrucción
del reino. Cuatro días más tarde, Felipe II firmaba el acta de cesión de los
Países Bajos al archiduque Alberto y a
la infanta Isabel Clara Eugenia, y agotado, fallecería el 13 de septiembre tras
publicarse el Tratado de Vervins.
10.
CONCLUSIONES
El estudio de las
relaciones entre España y Francia durante el reinado de Felipe II evidencia que
para lograr los fines y objetivos que perseguía la Monarquía Hispánica, fue
empleando los medios diplomáticos y militares disponibles, adaptándolos a la
política necesaria en cada momento, pasando
por períodos de ayuda al rey de Francia, períodos de tensión, de apoyo a la
Liga católica, de intento de ser nombrado "protector" de Francia,
hasta la intervención con dinero y tropas en apoyo de la candidatura de su hija
Isabel Clara Eugenia.
Cabe la duda
de que, a pesar de sus muestras de
amistad con Francia, Felipe II no pretendiera solamente defender la religión,
sino mas bien sus intereses estatales.
En este asunto Vázquez de Prada[37] concluye
que en la mente de Felipe II no existía tal disyuntiva, pues para él eran la
misma cosa.
Al analizar la
política francesa de Felipe II se pone de manifiesto su voluntad hegemónica, al
arrogarse el derecho de intervención
en defensa de la fe católica, de donde se deriva su constante injerencia en los
asuntos internos franceses por medio de presión política y diplomática, y con
amenazas de empleo de la fuerza militar.
La razón aducida en la defensa de la fe católica pretendía evitar la
propagación de la herejía de Francia a sus estados. Parece claro que la
política de represión religiosa de Felipe II fracasó, al no conseguir detener
la extensión de la Reforma, aunque como contrapartida contribuyó a reafirmar el
catolicismo en Francia.
En oposición al
rigor político de Felipe II, el
pragmatismo político en Francia vino de la mano de Enrique IV, quien con su conversión
consiguió finalizar las guerras de religión, acabando con la inestabilidad del
reino y el control español, logrando unir al país, al hacer que cada súbdito se
sintiera francés antes que católico o protestante.
En esta época la
diplomacia jugó un papel fundamental, tanto para suavizar los conflictos como
en la búsqueda de aliados y la preparación de las campañas, subrayando el grado
de desarrollo que había logrado. En este juego diplomático de Madrid, París y
Bruselas, los embajadores fueron elementos clave de la política de ambos países.
A pesar de las
manifestaciones de amistad, los gobernantes franceses no aceptaron de buena
gana la ayuda española, haciéndolo solamente cuando favorecía sus particulares
intereses, jugando siempre un doble juego de amistad y hostilidad, con el que
se enfrentaban a la continua injerencia española en los asuntos internos de
Francia a favor de uno de los bandos opuestos. Tampoco los aliados franceses de
Felipe II que deberían apoyar su política fueron un ejemplo de lealtad, pues
sus intereses como franceses siempre estuvieron por delante de su lealtad a
Felipe II, a pesar de estar apoyados por generosos subsidios.
Se puede
concluir afirmando que para Felipe II la dificultad de mantener una política
hegemónica de intervención en Francia en defensa de la fe y de prestigio ante
adversarios poderosos, en territorios separados, y con recursos económicos no
acordes con las necesidades, estaba condenada al fracaso y anticipaba serios
problemas en el futuro, en caso de continuar aplicándola.
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