jueves, 23 de noviembre de 2017

UNA VISITA A BURGOS

De los sos oios tan fuerte mientre lorando...
Poema del Cid

Vuelvo a Burgos siempre con ganas. Esta vez el programa tentativo de la visita, que el Negro nos había elaborado para Picaraña y para mí, requería que saliéramos temprano de Madrid, y así poder aprovechar el día. La salida por la A1 a través de la Sierra de Guadarrama ofrece panorámicas muy bellas. Somosierra siempre me recuerda la carga de los lanceros polacos de Napoleón, que en noviembre de 1808 abrieron el acceso a Madrid. Dejamos al este la Sierra de Ayllón y cruzamos en Aranda el Duero, que desde su nacimiento en los Picos de Urbión, sigue para visitar Soria, y luego poner rumbo al oeste, donde esperan sus aguas los viñedos  castellanos y lusitanos... y nosotros sus caldos.


A la llegada a Burgos dejamos el equipaje e inmediatamente iniciamos el programa, en esta ocasión con nueva visita a la Cartuja de Miraflores, cuyos monjes cuidan con esmero y la tienen esplendorosa. Admiramos el retablo gótico de madera dorada y policromada de Gil de Siloe  y cumplimentamos a los padres de Isabel la Católica: Juan II e Isabel de Portugal, quienes descansan en el monumental sepulcro hecho por el mismo artista junto al de su hijo Alfonso. En la pared de la cartuja se recuerda la ausencia de una de sus obras más famosas: el Tríptico de Miraflores, que con la invasión y expolio del ejército de Napoleón comenzó una peregrinación por Europa, que lo llevaría finalmente al Gemäldegalerie de Berlín. En mayo de 2015 tuve ocasión de admirarlo en el Museo del Prado en la exposición "Rogier van der Weyden", junto con obras inmortales como " El Calvario" o "El Descendimiento".

Sepulcros de Juan II e Isabel, y del Príncipe Alfonso
Tanto arte abre el apetito a los mortales que lo admiran, por lo que no tuvimos más remedio que socorrernos con un cordero en el restaurante "Landa". Algo extraordinario. Allí se nos unió Jorge, el del Puerto de Navacerrada, que andaba por las inmediaciones. Con los efluvios del clarete y con los estómagos agradecidos partimos hacia el siguiente hito de nuestro programa: el Monasterio Cisterciense de San Pedro de Cardeña.

Monasterio de San Pedro de Cardeña
Del Monasterio hay referencias del siglo IX. En 934 fue destruido y sus monjes martirizados por las tropas de Abderramán III. La historia también nos cuenta que, durante su destierro, el Cid dejó a su esposa Jimena e hijas a cuidado del Monasterio. Aquí reposaron los restos de ambos esposos durante unos años y todavía hoy se conserva su sepulcro en una capilla de la iglesia. La desamortización de Mendizábal en 1835, que tanto daño hizo al patrimonio cultural de España y al propio monasterio, precipitó su abandono hasta que en 1942 se habitó de nuevo.

Sepulcro del Cid y Jimena
El día siguiente lo dedicamos a visitar parte del norte de la provincia, en el enlace entre los sistemas Cantábrico e Ibérico, por lo que en una espléndida y fría mañana salimos por la carretera de Santander, atravesando el Páramo de Masa desde donde la vista descubre un luminoso panorama con los Picos de Europa a lo lejos. La primera parada fue en Covanera, a la orilla del río Rudrón, afluente del Ebro, y ver allí el "Pozo Azul". Un letrero de un bar nos anunció que allí tenían los planos de sus galerías kársticas, que vimos mientras nos templábamos con un cafelito. 

La siguiente parada fue en Orbaneja del Castillo, del que el diccionario de Pascual Madoz dice que "está en una áspera pendiente y amenazado por enormes peñascos", también nos alerta de que "las enfermedades más comunes son las ictericias". Pertrechados de valor para poder hacer frente a tamaños peligros, pudimos admirar un bonito pueblo, bien preservado con muchas casas restauradas y con su iglesia de La Asunción aparentemente bien mantenida. Los efectos de la sequía eran evidentes en el escaso caudal de la característica cascada que cae desde el pueblo. Nos encontramos con Argimiro, cuyo dolorido sentir contrastaba con nuestro escepticismo. A sus 93 años, está en aparente buena salud, su charla es ligera, a veces perdida y triste al decirnos que no veía la hora de dejar este  mundo cruel, comentándonos que en invierno solo hay una docena escasa de vecinos, pues muchos dejan el pueblo en busca de lugares más confortables, como él, que estaba a punto de hacerlo marchándose a Bilbao.

Con Argimiro en Orbaneja del Castillo
Continuamos la excursión para detenernos en las Hoces del Ebro, en donde el rio serpentea en suaves meandros y excava profundas hoces, que se pueden admirar desde un impresionante mirador alzado  unos 200 metros sobre el cauce del río. Ante tan espectacular paisaje solo cabe cantar: "por fin te veo Ebro famoso..." y de paso hacer algunas fotografías para ilustrar esta entrada.

Las Hoces del Ebro

El aire de las Hoces también nos abrió el apetito, y como ya se sabe que la primera pregunta que los soldados  hacen al llegar a un nuevo lugar es: ¿donde se come aquí? nos dirigimos a Pesquera de Ebro para allí formularla y encontrar una contestación convincente. Es Pesquera un pueblo de la Merindad de Burgos, silencioso y triste, hogar antaño de hidalgos castellanos, capitanes y  soldados, que con su valor hicieron famosos a los Tercios. Paseamos por un pueblo desierto, muy bien preservado, con numerosas casas con blasones y con su Iglesia parroquial de San Sebastián, y en  el mesón "El Arco" encontramos la contestación a nuestra pregunta, y sin que parezca que somos  luculianos, no tuvimos más remedio que reponer fuerzas con unas judías con almejas, menestra y un refuerzo de cecina, por si alguna eventualidad alargaba la jornada. En esta visita aprendimos que fuimos los españoles los que le ganamos esta vez la mano a los franceses, pues en Pesquera nació Don Pedro Merino, quien capturó al condestable Montmorency en la batalla de San Quintín en 1557, cuando servía en la Compañía de Caballería Ligera de Don García Manrique. Con la caballería, ya se sabe lo que hay: "Sables bizarros, bravos lanceros que en el combate lucháis tercos y fieros..."
Como la cultura nunca duerme (al contrario que el músculo) no tuvimos más remedio que al regreso a Burgos visitar el magnífico Museo de la Evolución Humana, propedéutico de la visita que al día siguiente haríamos al yacimiento de la Sierra de Atapuerca. Ambos hacen que Burgos sea un foco de cultura de la prehistoria.

Antes de la retreta, dimos un paseo por las calles de la capital incluyendo una visita a las diez de la noche a la Vermutería "Victoria" para oír el canto del "Himno a Burgos": "Cantemos Burgos, tesoro bendito que España venera con honda emoción..." (133.905 vermuts servidos al día de la visita). No faltaron al finalizar gritos patrióticos de ¡Viva España! Da gusto estar entre gente bien nacida. Todavía hay esperanza.

A la mañana siguiente salimos temprano hacia Atapuerca, donde la guía, arqueóloga de carrera, condujo con simpatía y erudición a nuestro pequeño grupo de siete personas. Es sorprendente el ver lo que la trinchera abierta para el ferrocarril minero dejó al descubierto. En la Sima del Elefante los restos son, junto con los de los yacimientos de Guadix, los registros más antiguos de poblamiento humano de la Península Ibérica, datándose entre 1,3 y 1,25 millones de años. En la Gran Dolina se encontraron en el llamado Estrato Aurora restos humanos de seis individuos de hace unos 800.000 años, que llevaron a la definición del Homo Antecessor. La Sima de los Huesos, un pozo de unos 13 metros de profundidad contenía restos humanos de 28 especímenes, clasificados como Homo Heidelbergensis. Los yacimientos de Atapuerca no te dejan indiferente y su visita es obligada para quien viaje a Burgos o quiera comprender mejor la evolución humana.

Trinchera abierta en la sierra para el ferrocarril

Pero también para comprender mejor la evolución humana y la influencia en ella de la alimentación, no hay nada como tomar en Atapuerca una "olla podrida" en el restaurante "Como Sapiens", elaborada con alubias rojas de Ibeas de Juarros y sus correspondientes "sacramentos", que hubieran resucitado a García III de Navarra después de ser herido en la Batalla de Atapuerca en 1054 contra el rey Fernando I de León y Conde de Castilla. El aspecto espiritual del día lo tuvimos en el camino de regreso, con una pequeña parada para visitar el Monasterio de San Juan de Ortega, de estilo románico y gótico, donde reposan los restos del santo.

Para el viaje de regreso el programa preveía una parada en la abadía benedictina de Santo Domingo de Silos para asistir a la Misa cantada de las 11.00 y visitar a continuación el conjunto monacal. Esperaba encontrarme un conjunto románico, pero es que debido a su deterioro la iglesia fue restaurada en el XVIII en estilo neoclásico por varios arquitectos, entre ellos Ventura Rodríguez.

Claustro de Silos
A la hora prevista la procesión de los catorce monjes oficiantes avanzó por la nave central hasta el altar mayor, precedidos por la Cruz y ciriales, y cerrada por el Abad, mientras  la música del órgano llenaba toda la nave. Aquello no dejaba duda de la solemnidad de la ceremonia que iba a tener lugar, en la pura tradición de la Iglesia Católica. La luz del templo, el humo y olor del incienso y los cantos gregorianos de la Misa Iesu Redemptor (K. 14) me llevaron a la época en que ayudaba a Misa como monaguillo en la Concatedral ferrolana de San Julián. Al menos a mí, estas ceremonias tienen el efecto de reafirmar las raíces cristianas de mi formación y me hacen reflexionar sobre las que sustentan la civilización europea, con sus aciertos y errores. Con la visita a algunas instalaciones del monasterio, en especial a su espectacular claustro románico de dos pisos, en cuyo centro se yergue el ciprés de Silos, tantas veces cantado, emprendimos viaje de regreso a la Villa y Corte, llevándonos las experiencias de un estupendo viaje, bien planeado por el Negro, y con fuerzas para seguir afrontando nuestras vidas, no como Argimiro.


No hay comentarios:

Publicar un comentario