De los sos oios tan fuerte mientre lorando...
Poema del Cid
Vuelvo a Burgos siempre con ganas. Esta vez el programa
tentativo de la visita, que el Negro nos había elaborado para Picaraña y para mí, requería
que saliéramos temprano de Madrid, y así poder aprovechar el día. La salida por
la A1 a través de la Sierra de Guadarrama ofrece panorámicas muy bellas. Somosierra
siempre me recuerda la carga de los lanceros polacos de Napoleón, que en
noviembre de 1808 abrieron el acceso a Madrid. Dejamos al este la Sierra de
Ayllón y cruzamos en Aranda el Duero, que desde su nacimiento en los Picos de
Urbión, sigue para visitar Soria, y luego poner rumbo al oeste, donde esperan sus aguas los
viñedos castellanos y lusitanos... y
nosotros sus caldos.
A la llegada a Burgos dejamos el equipaje e inmediatamente
iniciamos el programa, en esta ocasión con nueva visita a la Cartuja de Miraflores,
cuyos monjes cuidan con esmero y la tienen esplendorosa. Admiramos el retablo gótico
de madera dorada y policromada de Gil de Siloe y cumplimentamos a los padres de Isabel la
Católica: Juan II e Isabel de Portugal, quienes descansan en el monumental sepulcro
hecho por el mismo artista junto al de su hijo Alfonso. En la pared de la
cartuja se recuerda la ausencia de una
de sus obras más famosas: el Tríptico de Miraflores, que con la invasión y expolio
del ejército de Napoleón comenzó una peregrinación por Europa, que lo llevaría
finalmente al Gemäldegalerie de
Berlín. En mayo de 2015 tuve ocasión de admirarlo en el Museo del Prado en la
exposición "Rogier
van der Weyden", junto con obras inmortales como " El Calvario"
o "El Descendimiento".
Tanto arte abre el apetito a los mortales que lo
admiran, por lo que no tuvimos más remedio que socorrernos con un cordero en el
restaurante "Landa". Algo extraordinario. Allí se nos unió Jorge, el del
Puerto de Navacerrada, que andaba por las inmediaciones. Con los efluvios del clarete y con los estómagos
agradecidos partimos hacia el siguiente hito de nuestro programa: el Monasterio
Cisterciense de San Pedro de Cardeña.
Del Monasterio hay referencias del siglo
IX. En 934 fue destruido y sus monjes martirizados por las tropas de Abderramán
III. La historia también nos cuenta que, durante su destierro, el Cid dejó a su
esposa Jimena e hijas a cuidado del Monasterio. Aquí reposaron los restos de
ambos esposos durante unos años y todavía hoy se conserva su sepulcro en una
capilla de la iglesia. La desamortización de Mendizábal en 1835, que tanto daño
hizo al patrimonio cultural de España y al propio monasterio, precipitó su
abandono hasta que en 1942 se habitó de nuevo.
El día siguiente lo dedicamos a visitar parte del
norte de la provincia, en el enlace entre los sistemas Cantábrico e Ibérico, por
lo que en una espléndida y fría mañana salimos por la carretera de Santander,
atravesando el Páramo de Masa desde donde la vista descubre un luminoso
panorama con los Picos de Europa a lo lejos. La primera parada fue en Covanera,
a la orilla del río Rudrón, afluente del Ebro, y ver allí el "Pozo
Azul". Un letrero de un bar nos anunció que allí tenían los planos de sus galerías
kársticas, que vimos mientras nos templábamos con un cafelito.
La siguiente
parada fue en Orbaneja del Castillo, del que el diccionario de Pascual Madoz
dice que "está en una áspera pendiente y amenazado por enormes
peñascos", también nos alerta de que "las enfermedades más
comunes son las ictericias". Pertrechados de valor para poder hacer
frente a tamaños peligros, pudimos admirar un bonito pueblo, bien preservado con
muchas casas restauradas y con su iglesia de La Asunción aparentemente bien
mantenida. Los efectos de la sequía eran evidentes en el escaso caudal de la
característica cascada que cae desde el pueblo. Nos encontramos con Argimiro, cuyo
dolorido sentir contrastaba con nuestro escepticismo. A sus 93 años, está en
aparente buena salud, su charla es ligera, a veces perdida y triste al decirnos
que no veía la hora de dejar este mundo
cruel, comentándonos que en invierno solo hay una docena escasa de vecinos,
pues muchos dejan el pueblo en busca de lugares más confortables, como él, que
estaba a punto de hacerlo marchándose a Bilbao.
Continuamos la excursión para detenernos en las
Hoces del Ebro, en donde el rio serpentea en suaves meandros y excava profundas
hoces, que se pueden admirar desde un impresionante mirador alzado unos 200 metros sobre el cauce del río. Ante
tan espectacular paisaje solo cabe cantar: "por fin te veo Ebro
famoso..." y de paso hacer algunas fotografías para ilustrar esta entrada.
Las Hoces del Ebro |
El aire de las Hoces también nos abrió el apetito, y
como ya se sabe que la primera pregunta que los soldados hacen al llegar a un nuevo lugar es: ¿donde se come aquí? nos
dirigimos a Pesquera de Ebro para allí formularla y encontrar una contestación convincente. Es
Pesquera un pueblo de la Merindad de Burgos, silencioso y triste, hogar antaño
de hidalgos castellanos, capitanes y soldados,
que con su valor hicieron famosos a los Tercios. Paseamos por un pueblo
desierto, muy bien preservado, con
numerosas casas con blasones y con su Iglesia parroquial de San Sebastián, y en
el mesón "El Arco" encontramos
la contestación a nuestra pregunta, y sin que parezca que somos luculianos, no tuvimos más remedio que reponer
fuerzas con unas judías con almejas, menestra y un refuerzo de cecina, por si
alguna eventualidad alargaba la jornada. En esta visita aprendimos que fuimos
los españoles los que le ganamos esta vez la mano a los franceses, pues en
Pesquera nació Don Pedro Merino, quien capturó al condestable Montmorency en la
batalla de San Quintín en 1557, cuando servía en la Compañía de Caballería
Ligera de Don García Manrique. Con la caballería, ya se sabe lo que hay: "Sables bizarros, bravos lanceros que en el combate
lucháis tercos y fieros..."
Como la cultura nunca duerme (al contrario que el
músculo) no tuvimos más remedio que al regreso a Burgos visitar el magnífico
Museo de la Evolución Humana, propedéutico de la visita que al día siguiente
haríamos al yacimiento de la Sierra de Atapuerca. Ambos hacen que Burgos sea un
foco de cultura de la prehistoria.
Antes de la retreta, dimos un paseo por las calles de la capital
incluyendo una visita a las diez de la noche a la Vermutería "Victoria"
para oír el canto del "Himno a Burgos": "Cantemos a Burgos, tesoro bendito que España venera con honda
emoción..." (133.905 vermuts servidos al día de la visita). No
faltaron al finalizar gritos patrióticos de ¡Viva España! Da gusto estar entre
gente bien nacida. Todavía hay esperanza.
A la mañana siguiente salimos temprano hacia Atapuerca, donde la guía,
arqueóloga de carrera, condujo con simpatía y erudición a nuestro pequeño grupo
de siete personas. Es sorprendente el ver lo que la trinchera abierta para el ferrocarril minero dejó
al descubierto. En la Sima del Elefante los restos son, junto con los de los
yacimientos de Guadix, los registros más antiguos de poblamiento humano de la
Península Ibérica, datándose entre 1,3 y 1,25 millones de años. En la Gran
Dolina se encontraron en el llamado Estrato Aurora restos humanos de seis
individuos de hace unos 800.000 años, que llevaron a la definición del Homo Antecessor. La Sima de los Huesos,
un pozo de unos 13 metros de profundidad contenía restos humanos de 28
especímenes, clasificados como Homo
Heidelbergensis. Los yacimientos de Atapuerca no te dejan indiferente y su
visita es obligada para quien viaje a Burgos o quiera comprender mejor la
evolución humana.
Trinchera abierta en la sierra para el ferrocarril |
Pero también para comprender mejor la evolución humana y la influencia en
ella de la alimentación, no hay nada como tomar en Atapuerca una "olla
podrida" en el restaurante "Como
Sapiens", elaborada con alubias rojas de Ibeas de Juarros y sus
correspondientes "sacramentos", que hubieran resucitado a García III
de Navarra después de ser herido en la Batalla de Atapuerca en 1054 contra el
rey Fernando I de León y Conde de Castilla. El aspecto espiritual del día lo
tuvimos en el camino de regreso, con una pequeña parada para visitar el Monasterio
de San Juan de Ortega, de estilo románico y gótico, donde reposan los restos
del santo.
Para el viaje de regreso el programa preveía una parada en la abadía
benedictina de Santo Domingo de Silos para asistir a la Misa cantada de las
11.00 y visitar a continuación el conjunto monacal. Esperaba encontrarme un
conjunto románico, pero es que debido a su deterioro la iglesia fue restaurada en
el XVIII en estilo neoclásico por varios arquitectos, entre ellos Ventura Rodríguez.
A la hora prevista la procesión de los catorce monjes oficiantes avanzó
por la nave central hasta el altar mayor, precedidos por la Cruz y ciriales, y
cerrada por el Abad, mientras la música
del órgano llenaba toda la nave. Aquello no dejaba duda de la solemnidad de la
ceremonia que iba a tener lugar, en la pura tradición de la Iglesia Católica. La
luz del templo, el humo y olor del incienso y los cantos gregorianos de la Misa
Iesu Redemptor (K. 14) me llevaron a
la época en que ayudaba a Misa como monaguillo en la Concatedral ferrolana de
San Julián. Al menos a mí, estas ceremonias tienen el efecto de reafirmar las
raíces cristianas de mi formación y me hacen reflexionar sobre las que sustentan
la civilización europea, con sus aciertos y errores. Con la visita a algunas
instalaciones del monasterio, en especial a su espectacular claustro románico de
dos pisos, en cuyo centro se yergue el ciprés de Silos, tantas veces cantado,
emprendimos viaje de regreso a la Villa y Corte, llevándonos las experiencias
de un estupendo viaje, bien planeado por el Negro, y con fuerzas para seguir
afrontando nuestras vidas, no como Argimiro.
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