En
el año 1968, un jueves de junio qué lucía mas que el sol, visité la Isla de León por vez primera. Era el día de Corpus
Christi. Se intuía el final de época.
Las
calles estaban llenas de gente para ver pasar la procesión: la custodia con escolta
militar, presbíteros, acólitos, devotos, niños vestidos de primera comunión,
representantes de las cofradías, el Alcalde con la corporación municipal bajo
mazas, y el Capitán General acompañado de comisiones militares vestidos de
gala; cerraba la procesión una compañía de honores con bandera, banda y música: todo un espectáculo. En el aire, un aroma de incienso y flores, y en los balcones, con
frontales de damasco o banderas, las personas arrojaban pétalos al paso de la
custodia.
Las
unidades de la guarnición cubrían la carrera, rindiendo sus armas rodilla en
tierra al paso de la custodia. Era una apoteosis religiosa en la que se manifestaban aspectos civico-militares del régimen, entonces empeñado en
la modernización de España. Al concluir la función, desfilaban ante el Capitán
General las unidades que habían cubierto la carrera. Todo el conjunto contribuía a confirmar el carácter castrense de San Fernando. Me recordaba mi Ferrol natal, en cuya
procesión yo lucí mis galas de marinero de primera comunión.
En
los años siguientes volví a San Fernando para visitas profesionales al Arsenal
de La Carraca, la Empresa Nacional Bazán, la Fábrica de Artillería de San
Carlos, el Panteón de Marinos Ilustres, y el Cuartel de Batallones de Marina; hasta que en 1971 volví ya para residir allí. Desde entonces la Isla fue mi
hogar en repetidas ocasiones, en periodos de dos años, hasta llegar a un total
de dieciséis.
En
el año 1974, destinado en San Fernando, la Compañía en la que yo servía cubría la carrera el día del Corpus
Christi. Con un calor de justicia esperábamos
el paso de la procesión, mientras veíamos como la gente en ropa playera, con sillas
y sombrillas, huían hacia la playa. Pocas almas piadosas adornaban las calles y
balcones. Rendimos armas al paso de la custodia, y desfilamos al acabar la
procesión. Vivíamos en los amenes del régimen de Franco, y sus manifestaciones
religiosas no estaban muy concurridas. Era el final de una época de nuestra
historia.
Siempre
me sentí muy unido a esa ciudad, fundamentalmente por motivos profesionales. En
ella, mis primeros amores de juventud me descubrieron alguno de los
inescrutables misterios del carácter femenino; mis camaradas de armas isleños,
oficiales y suboficiales veteranos, me introdujeron en los secretos de la milicia, y en
particular en los del Cuerpo en que servía. Fue una etapa de aprendizaje, de
aciertos y errores.
La
movilidad, a la que me obligó la profesión, hizo qué el cuartel de Batallones de
Marina de San Carlos fuera la vivienda en la que residí más tiempo de mi vida,
hasta que colgué los hábitos. En el Hospital de Marina nació mi hijo varón, un
día en el que en el Tercio de Armada tronaba el cañón rindiendo los honores de
ordenanza a don Juan de Borbón que visitaba la unidad.
Desde
el principio aprecié las cualidades de la vida tranquila de San Fernando, sus
costumbres, gastronomía, playas, y el calor de los amigos que intentaban hacer
la vida agradable a los ferrolanos que habíamos “secado los pies”; y
como no, sus damas, algunas de corazones… y otras de espadas.
Con
los años, siempre volví con ganas a pasar periodos de descanso, y disfrutar de su
magnífica Semana Santa. Este verano he vuelto a residir unos días en La Isla,
invitado por unos amigos, quienes con la tradicional hospitalidad isleña nos
abrieron su casa, lo que nos permitió recuperarnos un poco de los acaecimientos
de un año para olvidar.
LA PLAZA DEL REY
Recorrí
la calle Real con el fresco de la mañana y me premié con unos churros del “44” en
la Plaza del Rey mientras charlaba con un viejo amigo y antiguo jefe. Me agradó
ver que el isleño General Varela seguía cabalgando en el centro de la plaza,
pero encontré incomprensible la iconoclasia de los ediles, con la KulturKampf
que han emprendido para descabalgar a un hijo del pueblo, que inició a los
catorce años el ascenso de los peldaños de la milicia, desde educando de banda,
pasando por cabo y sargento, hasta llegar a Capitán General del Ejército, y con
dos Cruces Laureadas en el pecho… ¡casi nada! Es despreciable el interés por
destruir todo el pasado de la ciudad que no sintonice con las letanías de
consignas que predican estos “progresistas de estero”.
Me
desagradó ver que la imagen del Corazón de Jesús había desaparecido de la
fachada principal del Ayuntamiento, al parecer en aplicación de la malhadada
ley de la Memoria Histórica. Según me contó mi antiguo jefe, un piadoso
benefactor consiguió recuperar los azulejos de la imagen y financiar su
instalación en la esquina de la calle del Almirante Faustino Ruíz.
Con
las restricciones de gasto, que deberían ser la norma en todas las
administraciones, me sorprendió el 16 de julio, día de la Virgen del Carmen, los
fuertes fuegos de artificio, unos próximos y otros mas lejanos, celebrando no
sé qué, quizá el “día de la mascarita”, porque la feria se había
suspendido. Aquello era un despilfarro de dinero, o en términos militares:
tirar con la pólvora del rey. Cui prodest? El dinero, por ejemplo,
estaría mejor empleado en una restauración de urgencia de la Casa Lazaga antes
de que le cayera encima a algún viandante…o al tranvía, si algún día entra en servicio.
LA CASA LAZAGA
Mientras
paseaba por la calle Real, me asustaron los toques de timbre del tranvía en su
recorrido, pero vi con asombro que no llevaba viajeros, y procuré
enterarme de la razón. Pues bien; al parecer el tranvía estaba en la fase de “integración”
y todavía no podía incorporarse a las vías de Renfe para llegar a Cádiz. Creo
recordar que el proceso de obtención del tranvía Chiclana-Cádiz comenzó hace
diez años. Todo un éxito.
EL TRANVÍA POR LA CALLE REAL
Da gusto ver los espacios culturales que ofrece San Fernando, con su Museo de la Ciudad y el nuevo Museo Naval, pero uno de los principales activos de La Isla es su playa de Camposoto. Se tardó años en conseguir que el Ministerio de Defensa desviara la línea de tiro del Polígono González Hontoria para permitir su uso público.
Subsiste en ella el problema del aparcamiento, pués de nuevo el Ayuntamiento, “ecológico, sostenible, inclusivo, y paritario...”, prefiere la incomodidad de los usuarios a la de los escasos cangrejos que merodean por los secos esteros. Para solucionar el problema del aparcamiento, han ampliado un poco el arcén en la carretera de la playa, pero en el arcén del lado contrario han construido un bordillo para que los usuarios destrocen las puertas de sus coches o tengan una lesión lumbar al contorsionarse para salir de ellos al subirse a una acera demasiado alta. En fin: “ingeniería estérica”.
También
hay que alabar la proliferación de excelentes restaurantes repartidos en los
barrios, que complementan a los habituales bares de tapas, entre ellos: "Casa Naca", "La mar de fresquita", el "Bodegón Andalucía"... Disfrutamos de la magnífica cocina y servicio de “La Alhóndiga”,
en el que cenamos sentados en su terraza, con el fondo rosso pompeiano
de la remozada fachada trasera del Ayuntamiento.
Completamos
la gastronomía con una visita a un freidor para comprar una selección de sus
productos típicos: bienmesabe, chocos, huevas, chipirones… pero no pude menos
que llamar la atención del encargado por el descuido con que tenían colgado una
lámina del maestro “Camarón de la Isla”. Intolerable. Prometió
enmendarse.
Dejando
las críticas edilicias a un lado hay que alabar el sentido cívico de los
isleños que obedecen la consigna del incompetente y mentiroso gobierno nacional
de usar las mascaritas, incluso al pasear por la playa, haya levante,
poniente, o lo que sople ese día. En la playa se pueden ver a damas y señoritas
luciendo sus pechos desnudos al sol, pero con la mascarita en la cara.
Produce regocijo.
En
resumen: unos días excelentes gozando de la amable hospitalidad y cocina de
nuestros anfitriones, que me permitieron apreciar los avances en el nivel de
vida del que disfrutan sus habitantes, y recordar nuestros años en La Isla, a
donde prometimos volver.
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