viernes, 26 de junio de 2020

UN PASEO POR EL PARQUE JUAN CARLOS I


La primaveral mañana ya anticipaba los calores estivales; el sol en el meridiano, un viento racheado que refrescaba el ambiente, y muy poca gente que turbara la paz. Tomás estaba a punto de cerrar su paseo matinal en el parque Juan Carlos I, qué con sus 160 hectáreas es el segundo más grande de Madrid, después de la Casa de Campo.
Desde 1991, en que llegó a la capital a vivir en Canillejas, a Tomás siempre le gustaron los amplios espacios del parque y su innovador diseño, así que, junto con la Quinta de Los Molinos, se convirtió en aquellos años en uno de sus lugares de recreo. Ahora, después del confinamiento, volvía allí con su mujer, añorando el tiempo en que lo hacía también con sus hijos.

UN RINCÓN DEL PARQUE
El área central del parque la ocupa el llamado Olivar de la Hinojosa, en recuerdo de su primer propietario, el antiguo Tesorero de Hacienda de Felipe V, Nicolás de Hinojosa. Sus más de 2.000 olivos cornicabra están plantados a “marco real” de 10 varas castellanas. Allí se encontró Tomás con un viejo amigo.
−¡Hombre! ¡Qué sorpresa! ¡Cuánto tiempo sin verte por aquí! ¿Dónde te has metido últimamente?
−La vida me ha tenido lejos primero y luego enclaustrado. Estaba necesitado de ver amplios espacios, y como hacía veinticinco años que no visitaba el parque, decidí venir antes de que le cambiasen el nombre.
−Pero te veo solo. ¿Y tus hijos? ¿ya no vienen contigo?
Esta pregunta sorprendió a Tomás: no entendía porque se la hacía, ¿es que no era consciente de que los niños crecían y llegaba un día que volaban solos? El sol caído en los muchos años transcurridos desde la última vez que se vieron, parecía que le hubiera hecho perder la noción del tiempo.
−Todo ha cambiado; mis hijos se han hecho mayores y han emprendido el vuelo. En cambio, a ti te encuentro igual, parece que los años pasaran en balde.
−No me digas que hoy los niños vuelan. ¿Hacia dónde? ¿No será que los padres no sois capaces de mantener unos vínculos familiares adecuados al mundo actual?− dijo socarrón. −Me parece que desde el mayo del sesenta y ocho habéis perdido la partida.
−No te creas. Son otro tipo de relaciones. Hoy en día lo saben todo en seguida, o lo creen saber, y lo que no saben lo tienen a mano en la punta de los dedos. Piensan que no nos necesitan para andar por la vida.− Añadió Tomás.
−¡Vamos hombre! Que no he nacido ayer… de eso ya me he enterado. Lo que digo es que no habéis sabido adaptar la vida familiar a las nuevas condiciones sociales.
Tomás, para evitar los reproches de su amigo, quiso cambiar el curso de la conversación y dijo:
−Te decía que te encuentro igual.
−Sí, eso parece, pero los años pasan también para mí. Es esta una mala época para ser viejo; ya no hay consideración para los que somos mayores. Últimamente he perdido muchos amigos, que antes me hacían compañía.
−En el Olivar todo parece seguir igual, en cambio el resto del parque lo encuentro muy cambiado.− Afirmó Tomás.
−No creas, solo en apariencia.
−Pues yo recuerdo que a mediados de junio el parque nos ofrecía poco cobijo ante el sol del equinoccio. Hoy se pueden dar largos paseos por caminos a la sombra de unos árboles muy crecidos. Solo tú, y tus dos mil compañeros con sus frondosas copas, seguís desde entonces ofreciendo vuestra escueta sombra, pero debo admitir que me gusta acogerme a ella. Me recuerda mis años recorriendo los campos de Andalucía, solo me falta el botijo y el gazpacho.

OLIVAR DE LA HINOJOSA

−Sí, yo también recuerdo cuando los temporeros venían con sus viáticos a recoger nuestras aceitunas, y nunca faltaba un buen botijo.
Tomás quiso alabar el estado actual del parque, que realmente le gustaba mucho, pues además le traía buenos recuerdos, y añadió:
−El Jardín de las Tres Culturas está muy bonito y cuidado. En 1992, cuando se inauguró el parque, ya habían empezado a bombardearnos con el nuevo concepto de cultura. Nos decían entonces que “todas las culturas tienen el mismo valor”, pero en el diseño del parque representaron en el jardín solo a tres, que por supuesto, no tienen el mismo valor en la historia de España. Hoy en plena apoteosis multicultural me temo que habría que hacer un nuevo jardín dedicado a las múltiples culturas “ibéricas” de nuestra “multicultural y diversa” España.

EL JARDIN DE LAS TRES CULTURAS
−Tomás. Creo recordar que así te llamabas; te veo muy irónico, pero me temo que no vas muy descaminado. Yo tampoco entiendo ese impulso político de aldea para subrayar las diferencias, todas ellas irrelevantes e ínfimas, pero qué a base de repetirlas, la gente se las acaba creyendo.
−Si, Tomás es mi nombre. Yo veo la irrupción de este nuevo concepto de cultura como un impulso de la clase política para mantener su hegemonía y su esfera de poder, dividiendo y clasificando a la gente entre los “suyos”, los de su aldea mental, y los demás. Ya Thomas Friedman en su “El Lexus y el Olivo” nos presentó esta dicotomía.
El llamado mundo de la cultura se ha convertido en un cajón de sastre, en el que todo cabe, desde las manifestaciones más sublimes hasta las más ridículas, −que suelen ser las más alabadas− para conseguir la “democratización de la cultura”. El medio es lograr que la calidad media sea lo más baja posible, así nadie se puede sentir alienado por no haber leído a Cervantes, Tolstoi, Goethe…etc., o no saber interpretar una obra del Bosco o de Kandinsky, o no saber distinguir una ópera romántica de una verista. No importa; todo se reduce a las sensaciones que te produzcan: meros psicologismos.
Acabado este discurso, nuestro amigo cornicabra pareciera haberse quedado sin palabra, y sentenció:
−No creo que sea para tanto. En mis muchos años he visto como se ha ido popularizando la cultura, y creo que es cosa buena, pues la velocidad a que se difunden noticias, imágenes, y textos, es algo nunca visto anteriormente. Por ejemplo, un grafitero pinta hoy una pared en Sídney y en unos minutos la imagen que ha dibujado puede tener un impacto mundial, aunque no lleve el “aura” de Walther Benjamin.
−Respecto a la baja calidad media, creo que el mundo actual está muy estructurado en compartimentos, y en cada uno de ellos, se procura mantenerla lo más elevada posible.
−Puede que tengas razón.
UNO DE LOS CAMINOS DEL PARQUE
Tomás dudaba si tratar el asunto de los amigos perdidos; pero se decidió y le preguntó:
−Pero ¿cómo es que has perdido tantos amigos?
−En mis más de doscientos años de vida he visto muchas tragedias como la que nos asola últimamente, pero nunca había visto la desconsideración que se ha tenido con las personas mayores, que se supone son las más vulnerables.
−Esta pandemia ha afectado a muchas familias y la mía no ha sido una excepción... −Tomás quiso continuar, pero fue interrumpido.
−Déjame que te explique.
−Está bien, dime.

−Recuerdo alguna de las epidemias de cólera del siglo XIX, creo que en las cuatro que nos asolaron en ese siglo, fallecieron en España unas 800.000 personas.
−Es cierto; pero las medidas de prevención no estaban aún muy extendidas −añadió Tomás.
−En el pasado siglo XX, también viví la temida gripe americana, mal llamada gripe española, pues no se originó aquí, pero nos dejó 200.000 muertos.
−¡Qué barbaridad! −añadió Tomás, −y ahora nos quejamos. He leído algunas cosas sobre las epidemias del siglo pasado, y sobre el cambio en las costumbres funerarias que llevaron al traslado de los cementerios a las afueras de las ciudades.
−Tienes razón, pero antes, casi siempre todos eran iguales para recibir asistencia y tratamiento contra la enfermedad, cuando lo hubo disponible. Ahora, no es así. Con mucha más información y posibilidades que antes, habéis tenido a las personas mayores encerradas, lejos de las vistas de la gente, y con dificultades para acceder a la imprescindible atención médica. Eso no tiene perdón posible, y vuestros gobernantes deberían responder por ello.
Tomás no sabía si seguir por esa senda que solo le producía tristeza y desprecio hacia la sociedad que lo había permitido, pero a la vez se preguntaba si él mismo habría hecho todo lo posible para impedirlo o denunciarlo.[i]
Ya se hacía tarde y la hora del almuerzo llegaba, por lo que decidió continuar otro día la conversación con su amigo “Cornicabra”, poniendo por obra lo de “cada mochuelo a su olivo”.




[i] El autor, el 31 de marzo de este año procuró hacer su parte, denunciando la situación. Al día de hoy, desgraciadamente, el Gobierno se niega, o es incapaz de darnos la cifra oficial de fallecidos.

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