Se aproxima el
cuadragésimo quinto aniversario del Mayo del 68 y si aquella sesión no fue muy
relevante en España, si las cosas siguen así, es probable que en el próximo Mayo
tengamos nuestra propia sesión; hay muchos ingredientes para una explosión
social. Confiemos que el Gobierno sea capaz de desactivarla y despejar todos los nubarrones.
Mientras tanto, me entretengo con un paseo familiar en una fría y ventosa
mañana del Febrero madrileño con la intención de recorrer el centro de la
capital. Pretendía aparcar en la Plaza de Sevilla, pero la Policía
Municipal nos impidió el acceso para poder
proteger la cola de una ruidosa manifestación, así que decidí aparcar en la
Plaza del Carmen, pero al salir del aparcamiento volví a encontrármela de
frente, esta vez a pié firme. La ruidosa
manifestación no estaba formada por manifestantes sindicales de cuota sino fundamentalmente
por personas mayores, pensionistas en su mayor parte; en sus caras se reflejaba
auténtica indignación. En la cabeza formaban unos cuantos jóvenes cacareando algunos
pareados. Resultó que estas buenas gentes eran afectados por el asunto de
"las Preferentes": personas sencillas que han perdido sus ahorros al
seguir los consejos del "mejor sistema bancario del mundo" (Zapatero
dixit) sin leer la letra pequeña del producto que le vendían (ese es su pecado)
y a los que la desesperación solo les deja la ruidosa manifestación callejera y
el rechazo al arbitraje de los dos principales partidos, que anteponen la
solvencia del sistema financiero a la de
los ciudadanos afectados.
Seguimos hasta la Plaza de Jacinto
Benavente que albergaba un pequeño mercadillo con puestos de viandas de distintas
regiones españolas, con precios adaptados a la crisis que te tentaban para
hacer circular algunos euros. En el puesto gallego percibí "airiños, airiños,
aires, airiños da miña terra" al ver una torre de bollas de pan que me
trajeron aromas de mi infancia y adolescencia, cuando mi madre cortaba
rebanadas de pan de bolla en los desayunos de nuestros veraneos en Doniños.
En el camino hasta la
plaza de Tirso de Molina por la Calle Concepción Jerónima llama la atención los
abundantes locales comerciales cerrados, y algunos tapiados y con varias capas de carteles de anuncios, como evidencia de las heridas de la crisis. En la calle abundan los comercios de mayoristas
de ropa de moda que parece que sobreviven.
La vista de la cúpula
encañonada de la antigua Iglesia Jesuita, posteriormente Catedral y hoy Colegiata
de San Isidro, nos animó a dirigimos hacia allá para cumplimentar al Santo
Patrono de la Villa, San Isidro Labrador y a su santa esposa, Santa María de la
Cabeza, y de paso visitar un histórico monumento madrileño, cuya arquitectura responde
al diseño de iglesia jesuita aplicado por Vignola al Gesú de Roma: solo una
nave, planta de cruz latina y capillas laterales. Cuando entramos, el abundante
humo de incienso velaba el reconstruido retablo del altar mayor (pues el
original de Ventura Rodríguez fue incendiado durante la furia anti anticlerical
del año 1936) mientras el órgano acompañando a un buen coro, atacaba una coral
de Bach, evidenciando lo mucho que Johan Sebastian ha contribuido a la grandeza
y esplendor del culto de la Iglesia Católica y de la Protestante.
La misa solemne que
estaba teniendo lugar la organizaban, como los cinco primeros sábados de mes, los
Heraldos del Evangelio, una Asociación Privada Internacional de Derecho
Pontificio, cuyos miembros revestidos con los hábitos blancos de la Asociación,
adornados con la cruz de Santiago en el pecho, ocupaban los primeros bancos.
La
capilla dedicada a la Virgen del Carmen en la Colegiata, tiene el retablo rematado con el
escudo de la Casa Real Británica, cosa que inicialmente sorprende, pues
suponíamos que la Virgen bajo esta advocación protegía principalmente a los
marinos españoles y no a la "taifa
luterana" como dijera Bradomin cuando viajaba por mar hacia el exilio a
bordo de un barco inglés, aunque seguro que la Virgen también los protege a
ellos. Buscando en la red el sentido de esta paradoja descubrí que la
restauración, posterior al incendio de la Capilla en 1936, fue sufragada por
los ingleses.
La antigua Iglesia
jesuita lo era del Colegio que le está unido, hoy Instituto San Isidro, pero
con la solera de una de las más antiguas instituciones de enseñanza de Madrid,
pues es heredera de los Colegios Imperiales, fundados por la Emperatriz María
de Austria y en los que estudiaron nada menos que Lope de Vega y Quevedo, y más
recientemente bajo otros nombres: Salmerón,
Larra, Baroja, Canalejas, Dato, Benavente, Echegaray y los Machado. Es una
satisfacción pasear por el magnífico claustro del Colegio, sabiendo que también
lo hicieron tan insignes personajes.
Unas tapas de cocido con vino de Rioja en la Taberna de la Daniela
de la Calle Cuchilleros y una visita a un Mercado de San Miguel lleno hasta la
bandera, nos proporcionó las fuerzas necesarias para pasear por una soleada
Plaza Mayor y saludar a Felipe III, quién montado en su caballo parece saber mucho de
corrupción y venalidad, sobre todo la de su valido el Duque de Lerma: nada
nuevo bajo el sol.
Menos mal que al
regreso al aparcamiento no tuvimos que pagar el peaje de encontrarnos con una
nueva manifestación, de las que en la corte tocamos a una media de más de una
diaria, aunque la de hoy contaba con mi bendición "urbi et orbe".
Estos días nos
disgustan y agotan al ver los efectos de tantas cosas desagradables cómo la corrupción y los separatismos;
no nos queda mucho ánimo y fuelle, en mi caso, me ha levantado el ánimo y ha dado fuerzas la decisiva y
valerosa intervención francesa en Malí. Al menos el Gobierno Francés hace lo
que anuncia y "pone el dinero donde pone la boca", no como el
Español, que se llena la boca de predicar la importancia de la zona del Sahel
para la seguridad de España pero cuando llega el momento de "poner el
dinero..." solo se aporta un avión de transporte. En fin, ya lo apuntó en
el Parlamento Europeo Daniel Cohn-Bendit (nuestro Dany el Rojo del Mayo del 68)
el día que se debatía la intervención francesa, al reprochar a los socios de
Francia en la Unión algo así cómo: "Los franceses ponen los soldados y
vosotros las enfermeras". Muy bien por Francia. Confiemos que el próximo
Mayo no tenga que venir Dany a Madrid; en caso que así sea, lo llevaré de paseo al centro.
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