Introducción
Hace cuarenta años el mundo seguía bajo la Guerra
Fría y sufriendo numerosos conflictos armados, aunque durante el año 1972 se negociaron los acuerdos
de paz que en el 73, concluyeron para los norteamericanos, la larga guerra de Vietnam; pero a los pocos meses
estalló la guerra del Yom Kippur que enfrentaría por cuarta vez a árabes e
israelitas, poniendo de nuevo al mundo al borde de un nuevo conflicto mundial.
En la España de aquellos años ya se adivinaba el inevitable fin del
régimen, que en cierta medida se aceleró con el asesinato del Almirante Carrero Blanco en diciembre
de 1973.
A la llegada al Tercio de Armada (TEAR) en Agosto de 1972 como flamante Oficial del Cuerpo, fui destinado a una Compañía de Fusiles: la
2ª Compañía del Primer Batallón de Desembarco. Este Batallón constaba de tres Compañías de Fusiles y una potente Compañía de Plana Mayor y Servicios que encuadraba también las armas del Batallón: Morteros de 81mm, Cañones sin Retroceso de 106mm y un Pelotón de Lanzallamas, además de la Sección de Comunicaciones y la de Servicios.
El Tercio de Armada venía de
pasar por la tragedia de perder algunos hombres. La desgracia sucedió un
Viernes de Julio del1972, cuando un ferrobús en el que viajaban mas de cien
soldados que se iban de francos de ría a sus casas chocó frontalmente con otro
tren en la zona de Lebrija, con el resultado de unos 86 muertos; 26 del Tercio
de Armada, de los que seis pertenecían a la 2ª Compañía, además de algunos
heridos.
En
el Cuartel se vivía un proceso de regeneración del Cuerpo, con interesantes
discusiones profesionales con oficiales y suboficiales, intercambio de
manuales, libros y publicaciones de los norteamericanos, en un continuo esfuerzo
para ganar el asiento a la lumbre y volver a reverdecer los laureles de la Infantería de Marina. La
recuperación de la identidad corporativa, tradiciones y ceremonias también ocupaba tiempo;
estábamos convencidos de ser un Cuerpo de Tropas, y como tal, el personal era la
principal preocupación. Con la perspectiva de los años creo que se logró, y el prestigio
del Cuerpo en la Armada
y en el conjunto de las Fuerzas Armadas está hoy entre los más altos.
La 2ª Compañía.
Una
Compañía de Fusiles en los setenta era, en
pocas palabras, la quintaesencia de la Infantería de Marina: un grupo numeroso
de gente con buena moral y cuya preparación y especialización para las operaciones
anfibias justificaba la existencia de un Cuerpo. En la práctica, y al mando de
un Capitán, consistía de un pequeño grupo de mando con un Teniente como Oficial
Ejecutivo, tres secciones de fusileros y una de armas al mando de Tenientes o
Alféreces, y dotada con abundante equipo y armas: fusiles de asalto CETME de
7,62mm, lanzagranadas M79 de 40mm, ametralladoras MG3A1 de 7,62mm, morteros de
60mm, lanzacohetes de 3,5 pulgadas, granadas de mano y de fusil, además de pistolas y subfusiles para los
cuadros de mando y los portadores de armas colectivas. A ello se le unían las
radios AN/PRC6 para las secciones y pelotones, y los flamantes AN/PRC77 para la
sección y compañía, según el caso.
De
refuerzo del Batallón podía encuadrar un pelotón de lanzallamas, y observadores
de morteros de 81mm o de artillería y fuego naval, según las necesidades; los
equipos de control aéreo táctico, completaban los apoyos de combate, a los que
había que unir los vehículos logísticos del tren de la compañía. En síntesis, una
potente unidad, inspirada en la organización de la Infantería de Marina
americana y especialmente diseñada para operaciones anfibias, en las que
empleábamos para llegar a tierra desde la mar las embarcaciones LCVP o LCM de los
buques anfibios o los nuevos vehículos anfibios LVTP7, que acababan de llegar
al TEAR, con los que podíamos mecanizar la compañía, que se podía además
reforzar con una Sección de carros de combate M48.
El
Capitán con su cuadro de mandos se esforzaba por tener la Compañía controlada y adiestrada lo mejor
posible, aunque los medios para conseguirlo no eran muy abundantes y la tropa
mucha, pues la Compañía al completo la formaban 217 hombres, a los que había
que conocer, comprender sus necesidades y tratar de satisfacerlas con los recursos
disponibles. El trato con aquella gente era muy gratificante, pues
representaban a la sociedad española, de todas las extracciones sociales y
formación, algunos casi analfabetos (muy pocos) hasta titulados universitarios,
con edades que iban desde 20 años hasta 27. El alojamiento, que se denomina “la Compañía” dejaba bastante
que desear, era una nave corrida situada en la primera planta del Cuartel de
Batallones, en unas condiciones poco gratificantes, con servicios higiénicos
escasos y sin agua caliente, por lo que había que trasladarse en invierno y
verano liados en una toalla y con la pastilla de jabón en la mano a los
llamados "servicios generales" situados en la planta baja del cuartel.
En
aquella época el deporte no era una prioridad, y de él se encargaba a primera
hora de la mañana el Suboficial de Semana, quien conducía a la Compañía a hacer gimnasia
a la hora que había programado para todo el TEAR el Oficial de deportes. Esto
cambió al poco tiempo, cuando las unidades empezaron a hacer la preparación
física con sus oficiales al frente.
La
eficacia en el tiro también era manifiestamente mejorable debido a las continuas
interrupciones de los fusiles CETME “C”, a causa especialmente de la poca
calidad de la munición, que tampoco era muy abundante, pero que había que
aprovechar para mantener adiestrados a los 217 hombres que se renovaban por
reemplazos seis veces al año.
El
adiestramiento táctico tenía lugar en el acuartelamiento y en sus inmediaciones, según el programa del Jefe de Operaciones
del Batallón y en él trataba de
impulsar el conocimiento táctico de oficiales y suboficiales. Para salir al
campo había limitadas posibilidades, pues no se contaba con un Campo de
Maniobras como el de la Sierra del Retín. Pasaron casi un par de meses hasta conseguir la primera salida al campo,
cuando los padres de un soldado que tenían
un magnífico cortijo en Los Naveros, permitieron destacar allí unidades hasta
el nivel compañía durante una semana.
Uno
de los pilares del adiestramiento era la marcha, pues está demostrado que la
mejor manera de adiestrarse en la marcha es... marchando: el movimiento se
demuestra andando, así que a golpe de “pinrel”
la 2ª Compañía iba a todos lados, cada uno sumido en sus cosas pero procurando
no romper el ritmo pues suponía un alargamiento de las columnas y una
innecesaria fatiga; las canciones ayudaban a mantener el ánimo. Se marchaba en
las proximidades del acuartelamiento, en los adiestramientos que la Agrupación de
Desembarco hacía en el Campamento en Facinas; del muelle de Almería al
Campamento de Álvarez de Sotomayor; en fin, éramos la infantería, en este caso
de Marina. En las marchas la canción más
popular era “Soy Capitán” cuya primera
parte cantaba a dúo una sección con las
otras tres, para acabar todos juntos con las estrofas de “Adiós, adiós mis
bravos fusileros…”
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SECCIÓN DE ARMAS DE LA 2ª COMPAÑÍA |
Al
menos un viernes al mes tenía lugar el acto de Lectura de Leyes Penales. Para
él, formaba el Tercio de Armada en el patio del Cuartel de Batallones siguiendo
los toques de ordenanza de: Escuadra, Compañía, Batallón y Llamada con la Banda
y Música. Daba gusto ver el
patio lleno de tropas, todos vestidos de uniforme de franjas, cantando con
fuerza la “Marcha Heroica”, en un acto en el que se manifestaba el espíritu de las unidades, de las más
recientes y de las que las habían precedido y formado en aquel mismo patio
desde finales del siglo XVIII.
La
Justicia Militar
El Código de Justicia Militar de 1945, vigente en aquella época, juzgaba por razón del
delito, del lugar o de la persona, y en opinión de un Jurídico, Profesor de la
Escuela Naval, “mantenía un equilibrio inestable entre una abstracción
infecunda y una casuística engañosa”. En los años en que la tropa procedía del Servicio
Militar obligatorio la deserción era el delito más corriente que se veía en los
Consejos de Guerra, y en los que los Tenientes turnaban en las funciones de
Fiscal o Defensor. Mi debut en una Causa fue de Fiscal, para lo que se debía ir
a Capitanía General a presentarse al Juez Instructor, un Teniente Coronel del
Cuerpo que había visto sus mejores tiempos en el frente durante la Guerra Civil
como Alférez Provisional. El Instructor, tras una cortina de humo de picadura y
con aire doctoral de gran sapiencia marcial te introducía en las particularidades
de la Justicia Militar y en los entresijos del Consejo de Guerra, en el que
debería hacer gala de mis mejores aptitudes jurídicas.
Después de un par de
días de estudiar la Causa me presenté, como estaba preceptuado, a la Misa de
Espíritu Santo previa al Consejo con uniforme de paseo y sable. En la antesala
del Consejo cumplimenté al Presidente y conocí al defensor, quien resultó ser
un antiguo Oficial de Marina que ejercía la abogacía y, en particular, la
defensa de militares, en lo que se había hecho un nombre. Después de saludarnos y
ver mi cara de ser consciente que el defensor no era otro Teniente, me dijo que
no me preocupara por lo que él iba a decir en el Consejo…”tu tranquilo, no pasa
nada, tu a lo tuyo...” Yo no me fiaba, así que lo vigilaba de reojo mientras se
ponía la toga, pensando en el repaso que me iba a dar. Al acusado no lo
absolvieron, como él pedía con sus alardes de erudición, pero tampoco le
impusieron la pena que yo solicitaba: no lo hice tan mal.
La
Fuerza Anfibia
El Mando
Anfibio de la época permitía ser verdaderos infantes de marina, y lo constituían
en la época tres Transportes de Ataque: “Aragón”
“Castilla” y “Galicia”, a los que se unía la Flotilla de Desembarco compuesta por tres LST:
“Velasco” “Martín Álvarez” y “Conde del Venadito” además de tres barcazas BDK y
tres LSM. Aquello no estaba nada mal, pero le faltaba algo tan esencial como
los helicópteros, que la Armada
dedicaba prioritariamente a la lucha anti-submarina y solo marginalmente a las
operaciones anfibias.
Antes
de los ejercicios anfibios importantes había una secuencia de ejercicios de
adiestramiento en tierra y a flote para los que se embarcaba una semana para
habituarse a la vida a bordo y efectuar el adiestramiento de llamada a
embarcaciones, trasbordo y movimiento buque-costa diurno y nocturno.
La
fase de embarque tenía un planeamiento muy documentado y cuidadoso, pues no de
otra forma se podría embarcar casi mil hombres a bordo del “Aragón”. Los
sollados de tropa eran grandes, siendo el “Foxtrot” el mas grande de todos, con
más de trescientas literas en seis alturas y sin taquillas…¡ah!…y con escasos
aseos. El resultado es fácil de adivinar; el embarque, siguiendo el plan establecido por el Oficial de Embarque, se hacía en fila haciendo
subir a cada hombre a su litera, la orden era: “ocupar rápidamente las
literas”, así que con la mochila a la espalda, el chaleco salvavidas puesto y
con el fusil en una mano y el saco petate en la otra, se iban llenando
“rápidamente”, con la ayuda de los suboficiales y Cabos 1º, las literas del
sollado. Una vez concluida la función comenzaba el "repliegue
táctico" de los mandos, reculando para no ser destrozados por el tumulto
que se formaba inmediatamente para que la "mano invisible" gobernara -como a la economía- el arranchado final. Un par de horas después había que
volver a ver los efectos de la experiencia de los veteranos, admirando el
relativo orden que allí reinaba, aunque inmediatamente se recibía de primera
mano la novedad de que los retretes se habían atascado…¡como siempre! Es de
justicia reconocer el mérito de aquella tropa, que aceptaba en plena década de
los setenta las incomodidades que ofrecían barcos diseñados en la de los
cuarenta para transportar a tropas de asalto a playas defendidas por
japoneses.
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LST 13. CONDE DEL VENADITO |
No
tenía nada de particular que se considerara como una bendición la posibilidad
de embarcar en una LST, algo mas nuevas que los transportes de ataque y recién
llegadas de los Estados Unidos, pues ofrecían condiciones de vida
a bordo mucho mejores. La 2ª Compañía embarcaba a menudo en el “Conde del Venadito” al que la
tropa llamaba indistintamente el “Bernardito” o el “Benedicto”. El motivo de
embarcar en este buque era debido a que la compañía iba a desembarcar mecanizada
a bordo de los nuevos LVTP7 recién llegados de los Estados Unidos y que el
barco lanzaba por la rampa de proa. Este método de llegar a la playa tenía la
ventaja de hacerlo seco y no empapado como sucedía si formabas parte de una ola
de embarcaciones, en las que te podías pasar a bordo de una LCVP o LCM más de
una hora entre el tiempo haciendo la
“pescadilla” y el tránsito a la playa a ocho nudos.
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CARBONERAS. DESEMBARCO DE LA 2ª COMPAÑÍA EN LVTP7 |
Carboneras
era el lugar habitual de maniobras anfibias, en las que el adiestramiento, bien
solos o con la Unidad
Anfibia de la
Infantería de Marina de la Sexta Flota de los
EEUU, el MAU (Marine Amphibious Unit). Eran
muy buenos ejercicios, de día o de noche, lo que ponían a prueba nuestro
adiestramiento que en general era más que bueno para los estándares de la
época. Los ejercicios solían terminar con una escala en los puertos de Almería,
Málaga, Ceuta o Melilla, donde siempre
éramos bien recibidos.
El
verano del 73 recibí la orden de presentarme en Septiembre en la Escuela de Infantería de
Marina para efectuar el curso de aptitud de Zapadores que preparaba para servir
en la Compañía de Zapadores del Tercio de Armada y en las Secciones de
Zapadores que se acababan de formar en los Tercios. Fortificación, campos de
minas, explosivos, planeamiento de construcciones en campaña y empleo de
maquinaría eran las materias principales. El curso era interesante y sus
profesores ponían mucha pasión en la enseñanza; ellos se habían formado en los
Estados Unidos y se esforzaban para conseguir que se reconociera para oficiales
la especialidad de zapadores.
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OFICIALES DEL PRIMER BATALLÓN |
La 1ª Compañía
Al
finalizar el curso me esperaba la 1ª Compañía del Primer Batallón de Desembarco
que mandaba un viejo profesor de la Escuela Naval. Ni que decir tiene que los
estudios de zapadores me dieron una nueva visión de la preparación del terreno
y de la protección de las posiciones con campos de minas, que empezamos inmediatamente
a aplicar a nuestros ejercicios y procedimientos operativos.
La
experiencia de la 2ª Compañía también sirvió para mi nueva unidad. Uno de los
primeros cambios que hicimos fue incorporarnos todos los oficiales subalternos
a la gimnasia que dirigía el Sargento instructor de educación física a primera
hora de la mañana.
El
primer ejercicio importante al que fue la 1ª Compañía fue al adiestramiento en
combate en tierra con fuego real en el Campo de Maniobras de Álvarez de
Sotomayor en Almería. Allí tuvimos la posibilidad de efectuar ejercicios
tácticos con apoyo de fuego real de morteros, artillería y helicópteros de
ataque “Cobra”, permitiéndonos integrar
la compañía y mejorar nuestro nivel de adiestramiento, practicando en
profundidad tácticas y técnicas del oficio de los soldados de marina.
La
1ª era una buena Compañía y aunque habían mejorado las condiciones y medios
para adiestramiento, todavía subsistían algunas
dificultades. El mejor momento llegó con ocasión del ejercicio
“Carboneras 74”
con el Grupo Anfibio de la VI
Flota de los EEUU y su MAU, para el que la 1ª Compañía
embarcó primero en el “Aragón”, para posteriormente transbordar al
porta-helicópteros "Iwo Jima”, al que los soldados andaluces llamaban el
“Irozima” con su particular acento de la tierra. En vista de la falta de
disponibilidad de helicópteros nacionales para la preparación, lo hicimos
estudiando los procedimientos en los manuales americanos, y pintando en el
suelo con cal la planta de los helicópteros para simular en ellos el embarque y
la salida ordenada para asegurar la zona de aterrizaje.
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HELICÓPTEROS CH46 Y CH53 DESEMBARCANDO A LA 1ª COMPAÑÍA |
El
embarque resulto estupendo y la experiencia: de primera clase. Ver embarcar
toda la compañía, de noche, en la cubierta de vuelo del “Iwo Jima”, y llegar a
la zona de aterrizaje en cuatro CH46 "Sea Knight" y dos CH53
"Sea Stallion" las dos olas de cien hombres cada una fue algo
extraordinario. Poder adiestrarse antes del día del asalto, aprendiendo sus
técnicas y tácticas con aquellos marines, muchos de ellos veteranos de combates
en Vietnam, fue otra experiencia inolvidable que ponía el listón muy alto.
Quizás nos faltaban medios, pero la 1ª Compañía era magnífica "second to none" y tuvimos
ocasión de demostrarlo.
Güelfos y Gibelinos
Los
servicios del acuartelamiento para los oficiales subalternos eran los
habituales de la época: Guardia de Prevención y Servicio Interior; la primera
suponía un día entero en planta, vestido de uniforme de franjas con guantes,
sable, gola y pistola, y la alerta permanente para evitar que por un descuido
te “metieran un puro”, deporte que estaba entonces muy en boga. “Forme la
guardia” “guardia a formar con armas” eran las voces más oídas. El relevo se
hacía según prevenía las ordenanzas: desfile de la guardia entrante y honores
de la saliente, saludo entre los oficiales con la fuerza sobre el hombro, y mientras los cornetas tocaban “relevo”, los soldados susurraban la
letra “underground” del toque: “no es
lo mismo entrar que salir”.
La
Guardia Interior te tenía todo el día de un lado para otro, supervisando los
actos económicos de la vida del acuartelamiento: desayuno, comida, cena,
salidas de francos, misa…etc. Con ocasión de una guardia interior en domingo,
me dirigí a la Capilla para la Misa, que no era obligatoria, por lo que no estaba
muy concurrida, pero en cambio solían asistir los jefes que vivían en los
pabellones del cuartel, y a veces, el General. Al parecer el Capellán, que no
era castrense, tenía la costumbre postconciliar de decir la Misa sin la
casulla, por lo que el General le había llamado a su despacho para "recomendarle" que usara la casulla -como estaba preceptuado- pero al parecer algún agente de inteligencia le
sopló que seguía diciendo la misa sin ella. Aquel día, estando en funciones de Oficial de Guardia Interior, acompañaba
al Capitán de Guardia para esperar al General en la puerta de la Capilla.
Su Excelencia acudía pletórico de ardor guerrero, como cuando de joven asaltaba
parapetos en la Guerra Civil, por lo que en cuanto vio al Capitán de Guardia que se le acercaba
para darle la novedad luciendo una pequeña gorra de plato con visera plana y
bigotes que le tapaban el labio superior, no lo dudó un instante y lo hizo suyo
“in situ” despachándole con 48 horas de arresto. El auto sacramental vino a
continuación, cuando el cura desde el altar con aire humilde, respetuoso y con
la casulla puesta se dirigió al General, en pie en el primer banco, para
solicitarle permiso -como estaba preceptuado- para comenzar el acto que
prevenía la orden del día. Su cara de sorpresa fue mayúscula cuando oyó al General
decirle: -“puede usted quitarse la casulla, si quiere”, lo que no dudó en hacer
el güelfo vicario, para inmediatamente oír al gibelino príncipe de la milicia
añadir: -“¡no, no!...póngase la casulla, que es lo mandado” En fin, como puede
verse “la mudas” no habían acabado en la Escuela Naval, ni en San Fernando los
conflictos entre Iglesia y Estado.
Finale
Aquellos
dos años en el Primer Batallón de Desembarco fueron magníficos, rodeado de buenos
compañeros y con una muy interesante actividad profesional. De aquel Batallón me
queda el recuerdo imborrable de su tropa, procedente del reclutamiento
obligatorio; eran gente admirable que aceptaban con alegría los rigores de la
vida del cuartel y los riesgos del adiestramiento intensivo del TEAR, de día y
de noche, por tierra y por mar. Eran duros, sufridos y disciplinados, y
necesitaban pocas cosas para desempeñar sus cometidos; ellos sostuvieron al
Cuerpo durante su larga historia. Nada de lo que se haga en su reconocimiento
será suficiente.