Vine a Ferrol, despues de unos años de voluntario destierro, porque me dijeron que tenía que cerrar un asunto familiar. A la llegada me llamó la
atención el silencio que envolvía la ciudad, de la que tenía muy grabado en la memoria su mundo sonoro: mi "orquesta ferrolana".
La casa de mi gens, donde nací, en el
barrio de la Magdalena ,
está situada en la Calle Real, llamada en la época solo oficialmente General Franco,
aunque en el pasado también se había llamado calle de Sinforiano López. A mi
llegada la fui a cumplimentar, y allí sigue, gracias a la protección que se ha dado
al barrio, todavía en pié, orgullosa, susurrando el viento al oído de quién se
detenga a verla, que en ella vivió una gran familia.
En mi infancia, durante los
años cincuenta, el tramo de la calle Real entre la Plaza de Amboage y la Plaza
de Armas era el centro de la vida comercial y social de Ferrol. En ella se
encontraba el Casino Ferrolano y los
principales comercios: Almacenes Taca,
Olmedo, Couto, un par de estancos, la mercería Landéira, Montalvo, Rosazul, la sombrerería Monzón, la librería España, y la papelería e imprenta El Correo Gallego, además de las oficinas del periódico del mismo
nombre. Al menos tres farmacias y
pastelerías completaban la calle.
Durante las noches, un "sereno",
vestido con bata gris y gorra de plato, recorría la calle Real y las
adyacentes, llevando unos aros metálicos de los que colgaban las llaves de los
portones de las casas. Su localización la anunciaba los golpes que iba dando en
el suelo con su chuzo, que además le servía de defensa ante posibles problemas
nocturnos. La voz de orden para llamarlo era: ¡sereno!, a la que respondía, si
te oía, con dos golpes de chuzo. Al clarear el día se marchaba, dejando abiertos
los portones, y ya enseguida, una pareja de la Policía Armada recorría la calle
de arriba a abajo. Como se ve, no se bromeaba con la seguridad ciudadana.
El
ritmo de la vida de los vecinos de Ferrol lo marcaban los continuos toques de la
sección de percusión de los relojes de sus campanarios, de las
llamadas a misa, o los toques de difuntos, y también, de cuando en cuando, se
unían a esta sección el argentino sonido de las campanillas que tocaban los monaguillos acompañantes
de un presbítero, que protegía con el velo humeral el copón que llevaba para dar
la comunión a los enfermos. A la sección de percusión de mi "orquesta
ferrolana" se unía la de viento, con los cañonazos a las ocho de la
mañana, al mediodía y al ocaso, y las sirenas de llamada a los empleados de la
Empresa Nacional Bazán. No faltaban tampoco otros instrumentos de viento, como
las cornetas que acompañaban el izado y arriado de bandera en Capitanía General
o en el Arsenal.
Otro importante instrumento de la orquesta eran los chifles de
los afiladores, anunciando su presencia con una melodía de notas crecientes
hacia los agudos seguida de otra de notas decrecientes hacia los graves, que
daba entrada al solista y su aria: ¡afilador y paragüero!, repitiendo la
función hasta que se presentara algún cliente con sus cuchillos. Su máquina de
trabajo era el propio vehículo que lo transportaba: su bicicleta, a la que
levantaba sobre unas patas para poder pedalear y hacer girar el eje de la
piedra de afilar, que previamente había unido a la cadena. Al oír el chifle,
los niños nos acercábamos a ver salir las chispas del roce del cuchillo con la
piedra, lo que confirmaba que el afilador era de Orense, a terra da chispa: los dueños de los secretos del oficio.
La
música sinfónica sonaba los días de las festividades militares, cuando marchaban
por la calle Real las Compañías de Honores, o con ocasión de las procesiones de
Semana Santa, del Corpus Christi, o del Voto de Chanteiro. La Semana Santa ferrolana
era algo especial. Mi casa se llenaba de familiares y amigos para ver
procesionar las cofradías. No perdía detalle de los pasos y penitentes y, en
especial, las largas filas de oficiales que vestidos de gala con bicornio,
charreteras y sable, acompañaban al Capitán General en la Procesión del Santo
Entierro o en la del Corpus. Esta última era particularmente esperada, pues las
fuerzas de la guarnición de la
Plaza cubrían la carrera en todo su recorrido, y a la
finalización, desfilaban por la Carretera de Circunvalación ante el Capitán
General en su tribuna delante de la Iglesia de San Julián. Volveré a
Ferrol en Semana Santa, me dicen que tiene una grande y merecida fama.
Los días importantes del calendario militar, los sonidos en el aire eran los redobles de los tambores y las agudas notas de las cornetas que acompañaban las marchas militares que la Música del Tercio Norte atacaba al embocar la Calle Real, acompañando a la Infantería de Marina a en su camino de regreso de Capitanía al Cuartel de Batallones. Los cristales de la galería de mi casa vibraban, mientras en el aire sonaba “Los Voluntarios”: "Arturito Cagallón", la llamábamos los niños de Ferrol. La Compañía del Tercio marchaba marcial, mientras algunos niños ¾sobre todo el día de la Pascua Militar¾ llevando sobre el hombro las pequeñas escopetas de madera, o espadas de caucho o madera con nervio metálico, se entremezclaban con los gastadores, quienes con aire distante marchaban marciales con sus rojos cordones, amplias manoplas con doradas sardinetas y relucientes útiles de zapador a la espalda; siempre quise ser uno de ellos.
Los días importantes del calendario militar, los sonidos en el aire eran los redobles de los tambores y las agudas notas de las cornetas que acompañaban las marchas militares que la Música del Tercio Norte atacaba al embocar la Calle Real, acompañando a la Infantería de Marina a en su camino de regreso de Capitanía al Cuartel de Batallones. Los cristales de la galería de mi casa vibraban, mientras en el aire sonaba “Los Voluntarios”: "Arturito Cagallón", la llamábamos los niños de Ferrol. La Compañía del Tercio marchaba marcial, mientras algunos niños ¾sobre todo el día de la Pascua Militar¾ llevando sobre el hombro las pequeñas escopetas de madera, o espadas de caucho o madera con nervio metálico, se entremezclaban con los gastadores, quienes con aire distante marchaban marciales con sus rojos cordones, amplias manoplas con doradas sardinetas y relucientes útiles de zapador a la espalda; siempre quise ser uno de ellos.
Otra función característica del Ferrol de la
época que llenaba la atmósfera de sonidos, era la procesión cívico-religiosa
del "Voto de Chanteiro". Conmemoraba el voto a que, a principios del siglo XV, hizo la ciudad a la
Virgen de la
Merced de Chanteiro, al pedir su intersección para combatir
una epidemia de peste que asoló Ferrol. En 1839 se conmutó por la obligación de
la ofrenda en la iglesia del Socorro, a donde se dirigía la procesión que yo
recuerdo ¾no se si se celebra todavía¾. Salía de la Iglesia de San Julián
y en ella formaban la
Corporación Municipal bajo mazas llevadas por ujieres con
pelucas y dalmáticas; también formaban las autoridades militares, encabezadas
por el Capitán General, al que acompañaban numerosas comisiones de Oficiales y
Suboficiales, seguidas de numerosas personas devotas de Ferrol, que cantaban a
coro. Cerraba la procesión la
Compañía del Tercio Norte, cuya música tocaba himnos
religiosos, como: “Cantemos al amor de los amores” o “De rodillas Señor ante el
Sagrario”. La vida civil, militar y religiosa se entreveraban en el Ferrol y la España de la época y
producían sonidos que daban vida a la ciudad, y son difíciles de olvidar.
Anochecía en Ferrol mientras paseaba por sus calles: parecía la noche de os caladiños, solo oí el coro de voces ¾sin orquesta¾ de sus habitantes
sentados en las terrazas, aprovechando el buen tiempo de mayo. Campanas, chifles,
campanillas, cañonazos, cornetas y sirenas han desaparecido. Por no oír, no oí
ni el cañonazo del ocaso el día del arriado de bandera en Capitanía ¾escasamente
solemne¾ manifiestamente mejorable. Está claro: la Marina no gasta la pólvora
en salvas ¾a lo mejor estaba mojada, aunque el tiempo era bueno¾ y no quiere hacer más
solemne la función para no subir los decibelios ambientales.
Escribía unas notas antes de volverme a la villa y corte para poder hacer mas adelante esta entrada en el blog. Me llevaba la pena de comprobar la desaparición de la "orquesta ferrolana" que había acompañado mi infancia. Seguro que al maestro Baudot también le pasaría lo mismo. A pesar
de todo, volveré cuando haya alguna función pública solemne, con
música de don Gregorio, para quitarme la morriña.