Esta es una crónica de una pequeña visita a Asturias, a donde los calores del agosto madrileño nos impulsaron en un viaje terapéutico para bajar la temperatura corporal y recordar la existencia del clima templado en la península. En vista de lo cual, parecía aceptable una corta escapada a Asturias para visitar Gijón y Oviedo, ya que la duración del viaje en coche está en el límite de lo que es admisible que unos jubilados viajeros hagan en una jornada: cuatro horas y media para llegar.
El camino desde la Corte nos llevó hasta Benavente por la A6 ―ya muy conocido― para seguir desde allí la Carretera de la Plata, que incluye la A66 en dirección norte hacia León. No hace mucho para llegar a Asturias y cruzar la cordillera cantábrica, había que atravesar el puerto de Pajares. Ahora, la A66, prolongada con la AP66 con sus importantes obras públicas de túneles y viaductos, ha reducido bastante el tiempo del viaje. La subida a la divisoria entre León y Asturias se hace por la cuenca del río Luna, con su pantano, que se atraviesa por un moderno puente, para continuar por el túnel Negrón que atraviesa la divisoria. El paisaje es de alta montaña, con muy poca vegetación y macizos rocosos graníticos. El descenso hacia Gijón se hace por el valle del río Huerna, que en Campomanes confluye con el río Pajares para formar el río Lena. Aguas abajo, en Collazo, se junta con el río Aller para formar el río Caudal, por cuyo valle serpentea la carretera que atraviesa la cuenca minera.
En
Gijón nos esperaba el alojamiento en un hotel muy céntrico, que amablemente nos
obsequió la generosidad de nuestro hijo. Enseguida fuimos a dar un corto paseo para buscar algún lugar donde socorrernos, lo que
sucedió en el restaurante sidrería “La Galana”, en la Plaza Mayor. Una cazuela
de fabada y otra de bonito fueron el comité de recepción asturiano, dejándonos
listos para descansar un rato después del viaje. Todo estaba muy bueno, sobre
todo la fabada a la que me apliqué con ganas, pues es uno de mis platos
preferidos.
En los días de nuestra estancia asturianael tiempo no prometía nada bueno, aunque no se portó mal del todo, así que aprovechamos para visitar algunos lugares de Gijón. Comenzamos con un paseo por la playa de San Lorenzo y la península de Cimadevilla, llegando hasta el alto que adorna el monumento de Chillida para escuchar el ruido de las olas. A mí más bien me parecía estar de serviola en el puente alto del “Vulcano”, pues no faltaba algo de orballo y una fuerte brisa que blanqueaba la mar con espuma. Eché en falta un abisinio, que nunca debe faltar en estos casos, para evitar bajas.
PALACIO DE REVILLAGIGEDO |
BASILICA DEL SAGRADO CORAZÓN |
En los días de nuestra estancia, estaban en plena novena de la Virgen de Covadonga, de manera que en este templo como en el de San Pedro tuvimos ocasión de asistir al rezo de la novena e incluso oír cantar el himno de Covadonga, que muy pocos se sabían. Al menos en ambos templos adornaba al culto la música de órgano, poco corriente en otros muchos, que en cambio lo hacen con canciones populares con letras adaptadas, o las del cantautor parroquial, que interpretan voluntariosos feligreses. Tiene mérito, pero la iglesia debería respetar su música tradicional y no creo que sea muy caro sostener un organista por templo, sí cuenta con este este instrumento.
CLAUSTRO DE LA CATEDRAL DE OVIEDO |
Oviedo
era una visita obligada en nuestra corta estancia. La ciudad se encuentra a
unos cuarenta minutos de Gijón. A la llegada nos dirigimos a visitar la
catedral de San Salvador, cuya construcción comenzó en el siglo XIII en estilo
gótico, pero se extendió a lo largo de varios siglos, por lo que como es
natural, tiene partes prerrománicas, románicas, góticas, renacentistas y
barrocas. Es un lugar de peregrinación del camino de Santiago, pues además
cuenta con numerosas reliquias, entre las que se encuentra el Santo Sudario,
que se venera como el que cubrió la cara a Cristo en su sepultura.
En el ámbito más profano, a Vetusta, su catedral y los canónigos los inmortalizó Leopoldo Alas “Clarín” en su obra maestra “La Regenta”, a quien recuerda en la plaza de la catedral la escultura en bronce de Ana Ozores. No pude menos que hacerme una foto con mi llorada Anita. Desde allí deambulamos por la ciudad: la plaza de Trascorrales, dónde está el Ayuntamiento y la iglesia de San Isidoro, la plaza del Fontán, la de Daoiz con el palacio barroco del marqués de San Feliz. Rematamos el paseo premiándonos con un almuerzo con cachopo y bacalao a la asturiana: todo buenísimo. Después, continuamos con un paseo para bajar el género y tomar un café con dulces.
Asturias no es solo tierra de sidra, carnes y fabada, sino también de dulces, aunque los moros no llegaran a asentarse en ella. Así que en nuestra corta visita aprendimos que los más famosos de la tierra son los “carbayones”, los “moscovitas” y las “princesitas”. Toda una cultura pastelera larpéira. De manera que al pasar por la famosa pastelería de Gijón “La Playa”, compramos unas “princesitas”, y en Oviedo, en la confitería de “Camilo de Blas” los famosos carbayones, que me trajeron el recuerdo de un viejo amigo, médico asturiano, que me contaba historias de su centenaria vida, durante mi casi diaria visita a la residencia donde vivía mi cariñosa suegra, que Gloria hayan ambos.
El último día, después de desayunar unos cafés con
bizcochos, dejamos el hotel y salimos hacia Benavente. Al principio nos
acompañó el agua, pero al viaje luego lo acompañaron nubes y claros, permitiéndonos
apreciar el paisaje de la cordillera cantábrica. Después de un rápido viático en Benavente, seguimos hacia Madrid, ya algo cansados de coche y con ganas de
estar en casiña: «¡miña casiña!, meu lar, ¡cántas onziñas d’ouro me vals!»
En conjunto, fue un viaje muy bueno, pero tendremos que volver ―con mejor tiempo― para visitar la montaña asturiana y algún sector de su costa, así que nos prometimos hacerlo en el futuro, y ver tantas cosas que nos quedan por ver.